Un lector de los artículos previos me preguntó lo siguiente: “Si en realidad estamos unidos y somos inseparables del todo, ¿por qué entonces experimentamos la sensación de ser una parte independiente y separada de la totalidad? ¿Es real esta autonomía, o una ilusión que nos hemos inventado?”
La pregunta me dio pie para ampliar y cerrar la serie que vengo desarrollando sobre las siete “Unificaciones”.
EGO Y SENSACIÓN DE SEPARACIÓN
La clave a la sensación de separación está en el EGO, cuestión sobre la que he reflexionado anteriormente. En primer lugar, ¿somos realmente una parte separada? ¿Es cierto que de nuestra piel para dentro el universo es una cosa y de nuestra piel para fuera otra? ¿En qué consiste la entidad que hay de la piel hacia adentro? ¿Qué es esa cosa interna a la que llamo “yo”: yo soy, yo siento, yo pienso, yo existo?
El individualismo en el cual vivimos, (nuestra cultura actual es ultra individualista), responde que sí: “El individuo separado del resto constituye una especie de territorio autónomo, con su propia bandera, su propia voluntad y sus propias decisiones que, aunque no sepamos bien cómo ni de dónde nacen, construyen y refuerzan ese ego-territorio”. Esta posición entiende, entonces, que el ‘sentimiento de separación’ es una lógica consecuencia de un “yo individual” previamente desgajado del resto.
Pero, el individualismo predominante hoy está en crisis: siendo una creación que nos habría de enriquecer y facilitar la existencia, crea problemas y brutales sobrecargas en la consciencia individual. Masas de individuos, ya sin fe en las religiones tradicionales, profundamente escépticos por el futuro de nuestras sociedades, se ahogan dentro de su individualidad, separados por las presiones de la competencia y abocados a un sentimiento depresivo de impotencia. El problema es crudo y está directamente relacionado con el sentido que el ‘concepto de individuo’ adquiera en el futuro; y no me vale la respuesta de los perezosos mentales que creen que —Con una buena comida y un buen paladar ya está resuelto el problema; —y mucho menos me vale la comodidad egoísta: —Mientras yo escape bien, se puede hundir el Titanic.
El nihilismo nos trae la segunda respuesta; tanto el nihilismo materialista, (el nihilismo nietzscheano), como el nihilismo espiritual, niegan la realidad del ego y afirman que: “La noción misma de una individualidad autónoma, de un ego separado, es una ilusión; estamos totalmente atravesados por rayos cósmicos, flujos de energía electromagnéticos e influjos bioquímicos debidos a complejas redes biológicas y psicosociales. Somos un nudo en una red multidimensional que se prolonga en todas direcciones y, ¿qué independencia real tiene un nudo en el total de esa red?
Sin embargo, negar la existencia del yo, o reducirlo a la impotencia absoluta, no resuelve el problema que nos hemos planteado. A la pregunta de ¿si en realidad estamos unidos, entonces por qué nos sentimos separados? He planteado que la respuesta es el “EGO”, sin embargo, esta respuesta tampoco tiene sentido sin entender la naturaleza y función de este “artefacto cognitivo”; necesitamos entender al ego, no desde un punto de vista moral sino meramente funcional: ¿cómo se desarrolla y para qué sirve?
EL EGO Y TRES INSTINTOS BÁSICOS
Reflexionaré sobre el ego asociado a tres instintos básicos. Si observamos nuestra naturaleza biológica encontramos evidencias innegables: somos seres vivos, creaciones naturales en el proceso evolutivo de la materia/energía del universo, estamos bioquímicamente emparentados con todo lo que está vivo (al menos en este planeta), somos surgimientos (aunque no conozcamos el proceso) en la realidad fundamental del Universo, (sea eso lo que sea); y estamos impulsados, en nuestra conductas y evolución, por instintos.
Brevemente, el instinto es un comportamiento hereditario, un programa automatizado que genera impulsos conductuales que favorecen la supervivencia del individuo (comer, beber, dormir, etc.), y la conservación de su especie (apareamiento sexual, marcaje y agresividad territorial, instinto maternal, gregario, etc.)
¿Cómo llevan los instintos a esa sensación de separación y por qué ocurre?
UNO: el INSTINTO DE SUPERVIVENCIA
La materia viva, estructurada como organismo, está dotada con este poderoso instinto; si los entes vivos carecieran del mismo, tenderían inercialmente a la disgregación entrópica y a la extinción. La vida se construye en torno a este instinto de más vida, se mueve y lucha por vivir, no quiere morir, la vida quiere más vida. El impulso reproductivo, de expansión vital, es parte del mismo. Los seres como nosotros, para vivir y desarrollarnos, para reproducirnos y expandirnos, (porque la vida tiende a la expansión ¡ha surgido con vocación de plaga!), necesitamos satisfacer necesidades instintivas básicas: comer, beber, movernosen el paisaje y, en alguna medida, controlarlo; ya sea en el hormiguero de la gran ciudad, la sabana, la selva, o el mar, nos empleamos en actividades con un fondo instintivo, hacemos lo que todos los seres vivos, transformar el medio, reconvertirlo en materia orgánica procesada por nuestros organismos.
DOS: INSTINTO GNÓSICO
Pero también necesitamos conocer y explorar para sobrevivir, satisfacer este instinto gnósico primario. Tradicionalmente los biólogos han descrito una ‘curiosidad animal instintiva’ que para mí tiene rango de instinto fundamental, apoyando directamente al de supervivencia. Este instinto de la materia viva, nos mueve a explorar y conocer la propia naturaleza, lo que somos y lo que es la realidad. Porque, mientras mejor conocimiento tengamos de la realidad y de nosotros mismos, más posibilidades tendremos de sobrevivir. Los dinosaurios se extinguieron por su ignorancia del medio, ignorancia cósmica podríamos llamarla; nuestras capacidades cognitivas han ido un paso más allá de la suya, aunque aún estemos muy lejos de los niveles de inteligencia y consciencia más altas que pueda haber en el Universo. Creernos que somos lo mejor del universo no solo es estúpido sino una peligrosa demostración de soberbia ignorante, incluso asesina; Giordano Bruno y otros fueron quemados por cuestionar el etnocentrismo que les hacía pensar a los europeos de entonces que el mundo era plano y que su pequeño reino estaba en el centro de todas las cosas. Esta capacidad de conocer nos ayuda a sobrevivir, a movernos en el mundo que exploramos, a encontrar la comida y el agua que necesitamos, pues somos biología y consumimos biología; nos ayuda a adaptarnos, a cultivar y modificar el paisaje.
BASE INSTINTIVA DEL EGO. Por instinto la vida se mueve explorando; necesitamos conocer el mundo, hacernos un mapa del entorno y un mapa o modelo de nosotros mismos, y este es el famoso “Ego”, un muñequito virtual al que llamamos “Yo”, acoplado al modelo de realidad que cada uno tenga: yo decido, yo pienso, yo sobrevivo, yo me estoy muriendo, yo me voy al cielo o al infierno, yo me extingo, etc. Es un muñequito asociado a la cenestesia básica del cuerpo, existe y se mueve en ese mundo virtual que son las creencias y los modelos mentales que habitan en nuestros campos cognitivos.
Este modelo virtual de nosotros mismos, este “yo relato”, (segundo nivel del ‘yo’ de Lacan, el ‘Moi’), con su capacidad de auto-relato, se transforma en la entidad que controla (o cree controlar) el volante de su vida: voy o vengo, subo o bajo, hago esto o aquello, me desplazo en el mapa de mis decisiones, yo conduzco. De aquí nace la tan celebrada noción de libertad, “somos libres de hacer de nuestra capa un sayo”, se nos ha dicho y así lo repetimos, libres de crearnos un destino según decidamos y actuemos. Nos movemos, entonces, según las creencias del muñequito mental, ese ego que cree decidir, dotado por naturaleza y cultura de esta especie de voluntad semi independiente.
El Ego, nacido de la necesidad de conocimiento y manejo del mundo, se ha transformado en la cortina ilusoria, pero efectiva, que separa a una realidad desconocida, (e hipotéticamente cognoscible), del sujeto cognoscente que somos. El Ego en cuanto MOI actúa como la sombra de esa realidad total de la que se ha separado. Es un relato o mapa pegado sobre el cristal del coche: nos impide ver directamente el paisaje, aunque nos capacita para operar en él.
¿Es posible funcionar sin Ego? Solo en parte: cambiar el relato, relativizarlo, simplificarlo, incluso suprimirlo está a nuestro alcance; aunque su carencia va a crear en nosotros un nuevo relato: el relato de la negación del relato, que estará, necesariamente apoyado sobre los niveles básicos del yo: el yo primordial y el yo visceral.
Si nuestra cognición evoluciona hasta ser capaz de relativizarse a sí misma, relativizar y superar cualquier relato, conectada entonces directamente con la profundidad natural del ser que somos, (sin la mediación del Moi), fundida con ese ‘campo de energía que nos sostiene y organiza’, (experiencia de la pura cenestesia activa en el ‘yo primordial’ y el ‘yo visceral’, el ‘Je’ de lacan), experimentará entonces directamente el instinto de vida, ya no para separarse del mundo que cree conocer, sino para experimentarse en fluyente unidad con esta realidad de la que somos parte, este ‘campo externo’ en que la cognición se desenvuelve. Y veríamos, entonces, que somos simple y directa expresión de lo que es, de lo que está siendo, porque lo que estamos experimentando y re-conociendo ES esa unidad sin fisuras. Y esta es una cuestión para sentirla, antes que para pensarla.
Hemos visto cómo el proceso cognitivo, sostenido en dos instintos básicos, puede activar esta sensación de separación —“YO Y EL MUNDO”— yo hago y actúo sobre algo que no soy yo, yo sobrevivo en el mundo. El desarrollo de la cognición, impulsada por el instinto cognitivo y la misma necesidad de sobrevivir, nos ha desgajado de aquello que pretendíamos conocer, trayéndonos al estado de separación y creándonos la realidad virtual, el relato o Moi, que generalmente confundimos con la realidad factual.
EGO Y CONSCIENCIA DE LA MUERTE. Con independencia de las creencias que ese yo o Ego tenga acerca de sí mismo, la consciencia de ser un yo, desarrollada para hacerle más eficaz su sobrevida le lleva, antes o después, a la crisis de confrontarse con su propia muerte: la muerte de quien se sabe vivo. Y esto tiene varias consecuencias pues, así como ha construido un mapa de la realidad, desarrollará un mapa ampliado, un sistema de creencias que redefina su vida más allá de ese horizonte mortal. Según algunos, ese es un Yo que puede salvarse o condenarse (postmortem) en ‘otra dimensión’ no física, pues se ha descrito a sí mismo asociado a ‘una dimensión puramente cognitiva’ antes que físicamente real. Para otros es un Yo que muere y desaparece totalmente, salvo en la memoria de los que durante un tiempo reciten su nombre. Para varios entusiastas modernos de la IA, (inteligencia artificial), es un Yo que podría, eventualmente, reducirse a información susceptible de ‘cargarse’ en un super ordenador. Pero, en cualquier caso, resulta evidente que es un Ego asociado a los modelos de realidad que se haya construido en sustitución de la misma.
Sin embargo, un tercer y poderoso instinto, el Instinto Gregario, busca la reunificación y recoloca, con un nuevo significado y función, a los dos instintos previos. Por la presencia de ‘otros seres como nosotros’ (la dimensión gregaria o social), la cognición se eleva a la capacidad de relativizar al propio yo; y esto le da una nueva y rica dimensión a lo instintivo, abriendo la puerta hacia la añorada reunificación del Ser con los distintos planos de la Realidad. Es este instinto el que mueve a los otros dos hacia la trascendencia y superación del egoísmo, el encharcamiento del ego en el estado de separación.
Y TRES: el INSTINTO GREGARIO
Este tercer instinto se ha generado también para ayudarle a sobrevivir, pero esta vez empujándole hacia la unidad. Las especies sociales, movidas por su impulso, han descubierto que la unión hace la fuerza, que el grupo protege la existencia individual, y así ocurre que muchos animales sacrifican su vida por la existencia superior del grupo social. Por el instinto gregario nuestra consciencia se expande, y ya no solo nos preocupamos por nosotros mismos, sino que nos hacemos conscientes de otro ser como nosotros, familiar o no familiar, creándose una comunidad de intereses y de consciencia compartida. La cognición compartida finalmente nos trajo a la empresa colectiva de la ciencia, a la reflexión crítica, a una búsqueda ampliada de la verdad y a un mayor conocimiento de la realidad. Este poderoso instinto enriquece con nuevos matices al instinto de vida y al instinto cognitivo, nos impulsa a ‘superar separaciones’, a evolucionar hacia ‘unificaciones progresivas’, a trascender los condicionamientos e individualismos del propio ego, para fundirse, en último término, con la totalidad del ser, esa de la que nunca estuvo separado sino por la sombra de sus construcciones mentales.
Sin embargo, este instinto unificador también puede encasillarse en nuevas separaciones. Así como el ego individual es susceptible de encerrarse en su egocentrismo, cualquier grupo de individuos puede terminar confinado en un ego grupal, con enormes barreras que le separen de otros grupos sociales. El ‘etnocentrismo’, es desgraciadamente abundante, etnias que se consideran mejores, razas superiores, clases altas agresivas, clases bajas resentidas, etc. con las consecuencias, tantas veces dramáticas, de estas separaciones.
El Ego, individual y colectivo, no solo lucha por sobrevivir, sino que busca darle un sentido a su existencia y una justificación a sus separaciones. Ese Yo, nacido de la cognición, ya no se siente cómodo sin sentido y condenado a morir. Es un Yo articulado en el lenguaje, (por la ‘capacidad de representación’ que el lenguaje tiene ese ‘yo’ es un ‘significante lingüístico’), necesita entonces darse un ‘significado’ a sí mismo, es decir, un ‘sentido’, lo que le implica integrarse en un conjunto más extenso que su individualidad separada: busca entonces, consciente o inconscientemente, su unificación con paisajes más amplios del ser: la familia, la comunidad, la humanidad, Gaia, el Cosmos, y finalmente los últimos absolutos, la Naturaleza total, Dios.
ESE SENTIDO UNIFICADOR algunos lo encuentran en la religión, normalmente su religión local o familiar y a ella se acoplan; entienden que es necesario “hacer algo”, una práctica o forma de vida para recuperar la unidad: debe ser bueno, debe ser santo, debe ser trabajador y recibir un premio; o quizás deba realizar algún sacrificio ritual y matar a alguien, como Abraham que iba a matar a su propio hijo para recuperar la unidad con su dios. En cualquier caso, es un yo que se siente separado y que debe hacer algo para recuperar la unidad: meditar, rezar, dar limosna, realizar el bien, confesar, comulgar, estudiar o trabajar. Para otros la acción unificadora no será religiosa sino meramente social, el servicio comunitario, un trabajo con sentido social. Otros muchos buscarán simplemente satisfacer sus deseos e instintos, coleccionar placeres y evitar dolores, quizás a través del éxtasis orgásmico, o el chute de alguna sustancia, y ese será su sentido, (sentido que, aunque básico y animal, no por ello es menos valioso, pues todo animal se mueve por instintos que buscan la expansión de la vida, y el placer también está en esa línea).
Estas acciones sirven y son prácticas; practicar la bondad es útil y sirve, amar sirve, meditar sirve, estudiar y conocer sirve, hasta matar ‘sirve’ para recuperar la unidad: son valores básicos de la integración social. (Obsérvese si no el terrible fenómeno de las guerras civiles, a las cuales somos tan propensos, matanzas colectivas para que después haya unidad, o por lo menos una proclama de unidad: el triunfo terrible y la bendición de los buenos descendiendo sobre los sobrevivientes.)
Para sobrevivir nos hemos separado de la Totalidad y caído en una eventual contradicción: realizamos un movimiento paradójico generando una situación que puede acercarnos a la extinción; como ocurre con las células cancerosas: obsesionadas por reproducirse y extenderse, enloquecidas, rompen la armonía y destruyen la vida del supra organismo que las cobija; buscando instintivamente ampliar su vida lo que hacen es acercar la muerte. Si una especie de gigantes extraterrestres nos mirara con lupa vería el drama de una especie enfrentada consigo misma: grupos de células armadas invadiendo el territorio de otros grupos celulares, enormes flotas expandiéndose colonizadoras y empujando a otros grupos al extremo de la sumisión o extinción, bombas de enorme poder destructor, nucleares, de racimo, de napalm, usadas sin piedad para ‘construir un mundo mejor’. Cuando evidentemente, al menos para mí, la unificación no puede venir del juego de dominio y sumisión, sino del amor y la solidaridad de especie.
A LARGO PLAZO
La única evolución posible de la Vida a largo plazo es la de ser parte y estar totalmente fundida con la Totalidad de la cual ella es expresión. Buscando sobrevivir hemos creado un callejón sin salida que nos aparta a unos de otros y de la Vida; nos convertimos en una masa ‘inconsciente de sus compulsiones’, obsesionada por ‘sobrevivir comiendo más’, talando más árboles, esquilmando más mares, un glotón enorme que devora el planeta y se auto condena a perecer con su hambre insaciable, una masa torpe, manipulable y manipulada, gobernada de facto por los poderosos señores del nuevo feudalismo, plutócratas y oligarcas, que manejan los hilos que empobrecen la biología del planeta, que controlan las redes del pensamiento y sentimientos colectivo, que apuestan peligrosamente a su peculiar ‘juego de tronos’. ¿Es una revolución tecnológica la que nos sacará de este atolladero? ¿O la maduración de una potente consciencia individual y colectiva que trascienda fronteras y separaciones?
CONSCIENCIA Y AMOR. El camino a plantear ahora es el de cómo recuperar, en forma natural y permanente, la noción y sensación vital de estar unidos a todo lo existente, de ser partes inseparables de esa Totalidad del Ser. Y no veo otro camino sino el despertar de una consciencia global, junto al desarrollo de una capacidad de amar que rompa la cáscara del ego individual, y que supere la frontera del ego grupal, su peligroso etnocentrismo.
Aunque posiblemente nunca con la profundidad suficiente, a lo largo de mi vida he explorado varios de estos caminos, tanto de ciencia positiva como de crecimiento espiritual. Las distintas religiones que he conocido buscan la unión con una dimensión superior del ser, y eso va de la mano con la integración social que la propia dinámica de la religión propone.
Descartadas las religiones tradicionales, algunos se consagran a la nueva religión del dinero, la obsesiva fiesta de la producción y el consumo que a todos nos une con todos. Otros confían su sentido en un partido político que dinamice y organice la acción social. Y aún otros prefieren renegar de lo colectivo y quedarse encerrados en las peculiaridades de su egoísmo, en la lucha por sobrevivir reforzando sus barreras individuales y/o sociales.
Los hay también que reniegan de su propio ego, que buscan trascenderlo en el camino del desprendimiento de sí mismos, buscan fundirse con los otros, no en una trascendencia post mortem, sino trascendencia y superación del egoísmo instintivo que nos domina, búsqueda de una plenitud humana, de una realización del amor por la vida de todos. Y esta realización de consciencia y amor es una emergencia (en el doble sentido de esta palabra: algo que nace y algo que es urgente), emergencia que está llamando en la más importante de todas las vidas, LA VIDA PRESENTE, porque esta es la única en la que tenemos posibilidad de actuar. Toca actuar ahora. Ya no vale mirar los toros desde la barrera, el redil está desbordado y nos alcanza a todos. ¿Alguien queda al margen del calentamiento global o del despilfarro horrible en inversiones y amenazas militares?
—¡Pero ¿qué dices?! —me dice alguien— ¿Es tan grave la situación en que estamos? —Basta tener ojos para ver y entendimiento para valorar.
—¿Dices entonces que es necesario superar la sombra del Ego para abrirnos a una unificación superior? —Correcto. Solo que, desprendernos de lo que creemos ser es muy difícil, le tenemos mucho apego a eso; creemos incluso deberle la vida. No nos damos cuenta que ‘lo que creemos ser’ nos convirtió en el muñequito egoico, y que eso nos separa de la Realidad más amplia que nos incluye. La máquina de pensar, llena de ‘lo que creemos ser’, crea el ruido que nos impide experimentar el silencio que nos une. El entendimiento necesita silencio, y no hemos convertido en sujetos impotentes en la civilización del ruido.
—¿Estás sugiriendo que el Ego es malo? —No, no es bueno ni malo, es solo una herramienta de la Vida; es una proyección de lo que esencialmente somos, una construcción cognitiva. Un martillo no es bueno ni malo, como el ego, se puede adorar en la vitrina del narcisismo o despreciar en el inodoro del autodesprecio, se puede usar como arma destructiva o como ayuda en la construcción y evolución de una Realidad mayor que el propio Ego. Quien llega a comprender su naturaleza no teme su desaparición; antes bien, por amor a esa Unificación superior, se mueve hacia el agotamiento de sus ilusiones. La Realidad será siempre más rica que el mejor de los sueños. Deja de soñar, entonces, vive y actúa en la plenitud sorprendente de lo que en Realidad está ocurriendo.
Francisco Bontempi
Médico y Psicoterapeuta
EGO Y ¿POR QUÉ HAY SEPARACIÓN?