“Un hombre tonto no es capaz de hacer en ningún momento de su vida, los disparates que hacen a veces las naciones, dirigidas por centenares de hombres de talento” Benito Pérez Galdós.
CONFLICTO, IDENTIDAD Y COOPERACIÓN
¿DÓNDE ESTAMOS? Los seres humanos existimos en medio de la vastedad sin límites conocidos del cosmos y la consciencia. No podemos saber exactamente “dónde estamos” pues para ello habríamos de tener un plano suficientemente exacto de la Realidad, y no lo tenemos. Nuestra suficiente aproximación es decir estamos «aquí», y eso es cierto. Pero ¿qué es aquí? Aquí tiene varias lecturas: aquí es mi cuerpo, pues mi cuerpo es un “lugar” del universo real. Aquí también es esta casa, el barrio, mi pueblo, mi país, mi área geográfica, nuestro planeta, nuestro sistema solar, la galaxia y, en última instancia, aquí es el Universo que nos incluye a todos. Pero ‘aquí’ no solo es un lugar físico, más amplio o más estrecho, aquí es también un estado de consciencia. Y la consciencia es dinamismo y movimiento, no es lo mismo estar aquí en paz, que aquí mismo en estado de violencia psicológica, de crispación social, alegre o deprimido, lúcido o confuso.
A partir de un hipotético ORIGEN COMÚN los seres humanos hemos evolucionando, a través de geografías diversas y de historias peculiares, hacia una serie de IDENTIDADES DIFERENTES. No es lo mismo ser chino que americano, parecido pero diferente; no es lo mismo ser judío que musulmán, parecido pero diferente; no es lo mismo ser blanco que negro, parecido pero diferente; no es lo mismo ser rico que pobre, parecido, pero desgraciadamente diferente; no es lo mismo ser hombre que mujer, parecido pero diferente; no es lo mismo ser yo que tú, parecido pero diferente. ¿Cómo hemos llegado a estas identidades, parecidas todas, pero a veces tan diferentes?
POSTURAS PARA ESTAR AQUÍ. Cada individuo ha elaborado un conjunto de actitudes para su “estar aquí”. La humildad es una actitud, su antípoda, la soberbia, es otra actitud. Hay actitudes destructivas, la rabia, el odio, el despecho, la envidia, el rencor. Y hay actitudes constructivas, la tolerancia, la paciencia, la comprensión. El narcisismo, auto centrado en el ego, es una actitud. La capacidad de ponerse en el lugar del otro, aquello que llamamos «buena voluntad», también es una actitud. Y todas estas actitudes están asociadas a una cierta identidad, y ella, como veremos, es un mosaico donde se equilibran sus dos motores: conflicto y cooperación. ¿Cuál es la mejor postura a mantener en este aquí cambiante y fluido? Cuando le preguntaron a aquel sabio respondió con el cuento del roble orgulloso y la humilde caña de bambú: ‘cuando vino el temporal el bambú se inclinó para luego levantarse y el roble se partió por la mitad’. Pero quizá otro me diga que el roble llega donde el bambú no puede alcanzar. Y puede ser que, a pesar de respuestas aparentemente contradictorias, ambos tengan razón. La bondad del conflicto es que, por lo menos, nos enseña dos caras de una realidad más amplia, nos ayuda a relativizar y ampliar el foco de nuestra consciencia. El riesgo del conflicto es la incapacidad de síntesis, el extremismo que lleva a la identidad compulsiva, a la destrucción e incapacidad de cooperar.
SOBRE LA IDENTIDAD
Cuando he utilizado el término CONFLICTO para designar a uno de los ‘motores de la identidad’ posiblemente estoy generando un conflicto en la mente del lector, pues éste es un término amplio con muchas acepciones diferentes; la RAE incluye desde “combate, lucha, pelea”, hasta “la coexistencia de tendencias contradictorias en el individuo, capaces de generar angustia y trastornos neuróticos”. Voy a definirlo como ‘el choque, o roce con desgaste, entre dos fuerzas total o parcialmente opuestas’. Prácticamente todas las naciones están construidas a partir de alguna guerra. Y el ser humano, en su proceso de individuación, inevitablemente recorre un camino de conflictos que, o bien se resuelven total o parcialmente, o se enquistan en una identidad compulsiva que bloquea la evolución.
Al problema del Covid lo hemos planteado como una “guerra”. Y eso tiene un lado positivo: como todo conflicto, un enemigo común nos une y refuerza nuestra identidad. Quizá por primera vez la humanidad tiene consciencia simultánea de estar enfrentada a un problema común. Pero la ilusión de estar todos en el mismo bote ya se está rompiendo, algunos quieren culpar a otros y, en vez de unirnos, volvemos a fracturarnos sobre la cicatriz de viejas y conflictivas identidades.
Todos tenemos, o creemos tener, una identidad: yo soy cristiano, yo soy budista, yo soy ateo. Yo creo en esto o yo no creo en aquello. Yo voto a la izquierda, al centro, a la derecha o no voto. Yo hago o dejo de hacer. El pronombre que encabeza todas estas acciones es el pronombre ‘yo’: yo soy, yo hago. Este ‘yo’ tácito o explícito, es una identidad; quizá sea una entidad real o quizá solo sea un ente virtual, pero con toda seguridad una identidad sí es.
El segundo y potente motor de la identidad es el AMOR/COOPERACION, el reconocimiento del otro.
Ambas tendencias, conflicto y cooperación, se necesitan para que haya evolución y la identidad sea dinámica. Pues hay pseudo conciliaciones que niegan la contradicción entre diferentes, y eso alimenta la compulsión y la inconsciencia; y también hay conflictos que denigran la cooperación, lo que es, por lo menos, sectario.
NUESTRA IDENTIDAD PERSONAL se asienta sobre una historia que incluye muchas contradicciones conflictivas y también muchas cooperaciones valiosas. Quizá inicialmente fueron los conflictos entre nuestra madre y nuestro padre, o las tensiones con nuestros hermanos, los conflictos con la escuela, con su disciplina o con los temas que imponía, los conflictos a cuenta de nuestra identidad política, de nuestras preferencias ideológicas, los conflictos de clase social, los conflictos y dificultades económicas, las peleas o rivalidades que podamos haber tenido, nuestros conflictos de género, las discusiones y contradicciones con nuestras parejas, etc. Y por otra parte la cooperación, la compleja comunicación afectiva, espiritual e intelectual que podamos haber tenido con nuestros familiares y entorno social. EL INDIVIDUO se construye psicológicamente a partir de conflictos y rupturas progresivas, de amores, simpatías y encuentros. Una de las primeras palabras del niño/a pequeño es ¡NO!, auto afirmación que le separa de la voluntad de sus padres y le establece como identidad individual. Pero después será un ¡TE QUIERO! y la comunicación madura se habrá establecido.
LA IDENTIDAD INDIVIDUAL ES UN CONSTRUCTO que han elaborado los procesos neuronales, con las sensaciones viscerales, el movimiento corporal en el espacio tiempo y la trama de nuestras relaciones; es una construcción elaborada a través de una evolución histórica. Cada uno cuenta su historia, o la calla. Yo emigré, no quise vivir en una dictadura. La dictadura castra, doblega y obliga a las voluntades. Me quedé en España porque aquí el dictador se murió. La historia de cada uno está implícita en su identidad, en lo que esa persona cree ser. La historia personal, y la historia colectiva también, está llena de atributos, evaluaciones, percepciones, juicios de valor y experiencias con las que ese sujeto de experiencia está identificado.
IDENTIDAD COLECTIVA E HISTORIA. Lo mismo ocurre a nivel colectivo. Todos hemos nacido en un cierto país, y allí nos han contado una historia nacional, la historia de “lo que somos”. Así alguien nos ha dicho que los españoles somos idealistas y quijotescos, que nos gusta el buen vino y salir de tapas, que somos la última reserva espiritual de Occidente, muy buenos cristianos, o que somos violentos como la fiesta del Toro, que somos anarquistas y poco respetuosos de las autoridades, que hay dos Españas siempre separadas, que somos un país de caciques, caudillos y pobres resentidos, que somos muy trabajadores o muy vagos, que tenemos una de los mejores sistemas sanitarios del mundo. ¿Verdad o ilusión?
Pues, así como existe la subjetividad individual, y yo puedo creer de mí cosas que mis vecinos no perciben, que ‘soy bueno’ por ejemplo, cuando los demás me ven egoísta, también existe la SUBJETIVIDAD COLECTIVA: creer que nuestro grupo, raza, nación o fratría religiosa, detenta características con las que nos identificamos; cuando quizá países y culturas vecinas nos perciben de otro modo. Los alemanes tienen diez veces más camas de hospital que nosotros los españoles, su manejo del covid19 ha sido más eficaz que el nuestro, pero también tienen muchísimos más premios noveles de medicina y ciencia, y valoran la cultura, la disciplina y el civismo más que nosotros. Nuestra identidad colectiva está ligada a una historia y a una auto imagen. Y desde nuestra autoimagen, una especie de filtro perceptivo, nos hacemos una idea de los demás. Y ya vemos cómo la auto imagen puede ser subjetiva y engañosa.
La identidad colectiva la aprendemos de niños/as en las escuelas, y la refuerzan posteriormente los medios a través de voceros que aprendieron la misma identidad en las mismas escuelas. Así los americanos aprenden que ellos son los salvadores del mundo, o que el creacionismo divino tiene el mismo valor científico que la evolución darwiniana, o que las armas son fundamentales para su libertad e identidad nacional. Así los chinos se ven a sí mismos como disciplinados trabajadores, como pueblo inteligente y creativo, o como un pueblo pacífico, aunque sea capaz de cruentas revoluciones o de tomar con sus ejércitos las alturas del Tíbet. Esta identidad individual y colectiva no sólo es producto de una historia enseñada y aprendida sino de una secuencia de conflictos objetivos.
TERRENOS DEL CONFLICTO
CONFLICTO MITOLÓGICO. Prácticamente todos los mitos sobre el comienzo nos hablan de un conflicto original. (Me parece más saludable llamarlo conflicto que ‘pecado’ original). En el Génesis hay un conflicto entre la criatura y el creador, entre el señor y el siervo, entre el superior y el inferior; conflicto generalizado entre el bien y el mal, entre el día y la noche, Osiris destruido por su oscuro hermano Seth; conflicto que se reproduce entre hombre y mujer, que se multiplica familiarmente en sus hijos Caín y Abel; conflicto, más adelante, entre un pueblo y su vecino, conflicto siempre entre ‘nosotros’ y aquellos, los ‘otros’. En el Mahabharata hindú, Arjuna está renuente a participar en esa fratricida guerra de Kauravas y Pándavas, la ve absurda y horrible, y sin embargo llega a comprender su inevitabilidad, no puede evitar ser parte de un universo en conflicto, pero puede aprender a vivirlo con desapego. Mas tarde Jesus, Lc 12/49-53 dice: «Fuego vine a meter en la tierra, ¿y qué quiero si ya está encendido? ¿Pensáis que he venido a la tierra a dar paz? No, os digo, mas disensión. Porque estarán de aquí en adelante cinco en una casa dividida; tres contra dos y dos contra tres». Y en el Corán, S 4,166: «Y todo lo que sobrevino el día en que se encontraron las dos tropas fue con permiso de Allah, para que Él supiera quienes eran los creyentes».
CONFLICTO HISTÓRICO-SOCIAL. A partir de estos míticos conflictos, la historia de todos los pueblos está construida sobre una interminable secuencia de guerras. Nos construimos por oposición al vecino. Los Estados Unidos se unifican en una cruenta guerra civil. La China moderna nace de terribles guerras y la larga marcha de Mao. Lo español se construye en guerra, por oposición a lo musulmán, expulsados al sur, y expulsión de franceses y afrancesados de vuelta a su casa. Los franceses se construyen por oposición a los alemanes a los que expulsan de su territorio. Los ingleses se construyen por oposición a todo lo que está fuera de su isla. Los portugueses se construyen por oposición a los españoles. Las colonias americanas nacen como repúblicas con guerras de independencia. La identidad catalana, en eterno proceso de construcción, se construye por oposición también al centralismo castellano, que a su vez se construye en conflicto permanente con esas fuerzas centrífugas que quieren robarle sus tesoros acumulados en guerras y tensiones con esa periferia que siempre quiere abandonar el dominio de su centro.
DOS FUERZAS FÍSICAS vemos perfilándose en conflicto: la fuerza centrípeta, centralista, y la fuerza centrífuga, ambas dando forma a nuestra galaxia, gobernada por el delicado equilibrio de estas dos tendencias: una inmensidad que permanentemente quiere caer hacia su centro gravitatorio, al mismo tiempo que, con sus giros de trompo, busca dispersarse y lanzar sus ramas exteriores allá lejos.
Este mundo de frías polaridades con que la física analiza las fuerzas que gobiernan a los cuerpos, se expresa también en lo mítico social: bien-mal, luz-oscuridad, amigo-enemigo. Y en política, donde sus asuntos parecen estar llenos de centralismo y transfuguismo, de caudillismo aglutinador y múltiples rebeldías. Y por supuesto en lo individual: donde el individualismo, el egoísmo y el narcisismo son expresiones del mismo centralismo centrípeto del yo, ego que en estos casos busca compulsivamente auto afirmarse como centro dominante y absoluto de la soberana subjetividad: yo yo yo, expresiones opuestas a la generosidad y desprendimientos del amor, del darse a los otros, del fundirse en la amplitud del no-yo.
DOS FUERZAS MENTALES, en las que se expresa también el conflicto como las vio Hegel en su abstracción: lucha entre tesis y antítesis, moviéndose ambas en el terreno donde florecen nuestros procesos analíticos. TESIS Y ANTÍTESIS que engendran, en algún momento de su evolución, UNA SÍNTESIS. Esta síntesis, plantada como nueva tesis que engendra, con la siguiente generación, una nueva antítesis, centrífuga y contraria. Y de aquí una nueva lucha para una nueva síntesis. Y así infinitamente.
EL CONFLICTO SOCIO-ECONÓMICO. Marx comprendió que la abstracción de Hegel describía perfectamente el innegable conflicto entre las clases sociales, entre dueños del capital dominante y dominados que solo tienen su fuerza de trabajo, identidades diferentes, arraigadas a veces en diferencias raciales o culturales, a veces en conquistas militares, o en religiones subjetivamente superiores o inferiores: la larga historia del conflicto con lo diferente. Porque ¿es lo mismo ser el amo que controla la vida de sus siervos, que el proletario con la vida controlada por las presiones que gobierna otro? A muchos les desagrada la visión de la lucha de clases y prefieren ignorarla, pero el sufrimiento humano a cuenta de la organización social es innegable.
Y EL CONFLICTO INTRA-PSICOLÓGICO, con los dramas y contradicciones en la vida íntima de cada sujeto, imbricados profundamente en su historia personal.
Bajo esta mirada de las dos fuerzas, ya seamos de tendencia centrípeta o centrífuga, estamos inexorablemente condenados a vivir enmarcados, atrapados en una identidad en guerra permanente con su contradictoria y conflictiva frontera. Porque la identidad genera y define un límite, una frontera, el borde más allá del cual aparece la amenaza de lo ajeno, lo extraño del otro, lo que no nos pertenece ni controlamos. Y esta mirada resulta peligrosa: una gresca de machos agresivos comienza con un par de insultos y puede terminar en matanza; y una matanza puede arrastrarnos a todos. Pero ¿y si este enfoque centrado solo en el conflicto fuera una “perversión de la mirada”, si hubiera otra manera de mirar las cosas?
AMOR, RECONOCIMIENTO Y COOPERACION
Frente a esta consciencia enfocada en lo conflictivo, asociada a las viejas culturas patriarcales y antigua como nuestra percepción del día y la noche, del nacimiento y la muerte, hay otro principio y motor fundamental de la Identidad, algo que después de nuestra larga historia de conflictos estamos recién, quizás lenta y torpemente, comenzando a comprender: EL PRINCIPIO DEL AMOR, el reconocimiento del otro y la cooperación.
Este es un principio fundamental en biología, pues un organismo se construye de forma cooperativa. La bioquímica está llena de cooperaciones, los átomos se estructuran en moléculas, las moléculas diferentes se organizan en células comunes, lo diferente se transforma en complementario, y lo complementario es necesario para el crecimiento de la vida. También es necesario este principio en lo psicosocial, el centralismo del yo pierde su fuerza obsesiva, declina en su lucha con el no-yo, y renace la primitiva democracia de la pluralidad: uno entre muchos, similares todos, aunque diferentes y cooperativos. También lo orgánico se expresa en terrenos como el de la moral o la espiritualidad: el amor no es ninguna novedad, ni lo inventó Jesús de Nazaret hace dos mil años, tampoco es producto de un discurso moral, es un impulso cooperativo que está en nuestra naturaleza más profunda, en la bioquímica de lo que somos. Somos seres cooperativos, nuestra especie lo es.
MACACOS Y CHIMPANCÉS, COMPASION Y COLABORACION.
En un experimento con macacos Miller y Hauser colocaron a dos de nuestros primos en jaulas contiguas. Se les enseñó a apretar una palanca para suministrarse comida. Solo que, cuando ya lo habían aprendido, el experimentador humano conectaba la palanca, no solo a la comida, sino a un interruptor que iniciaba una descarga eléctrica en la jaula del vecino. Cuando el mono buscaba su plátano los chillidos despavoridos del desgraciado vecino sacudían el laboratorio. El resultado era que el mono dejaba de comer para no sentir el sufrimiento de su compañero, especialmente si aquel le era conocido, pues con un mono desconocido su comportamiento ya no era tan altruista. Por esto mismo surgen complejos problemas morales cuando pasamos de pequeñas sociedades, el pueblo donde todos nos conocemos, a nuestras megaciudades, anónimas y llenas de desconocidos.
El amor cooperativo y la simpatía requieren COMUNICACIÓN y CONOCIMIENTO DEL OTRO. Pues nuestra tendencia natural a la cooperación fracasa a pocos kilómetros de nuestra casa. En otro experimento con chimpancés se demostró como son capaces, sin entrenamiento previo, de cooperar para conseguir un botín que, por separado, jamás conseguirían; y capaces luego de repartirlo con justicia: se necesitaban dos animales para jalar simultáneamente los extremos de una barra mientras el tercer chimpancé recogía la comida. La cooperación entre estos animales ha sido estudiada por Franz de Waal: “El bonobo y los diez mandamientos”.
Pero, si la capacidad de cooperación es innata y está demostrada en animales, entre nosotros, sapiens altamente sociales, la cooperación y la empatía fracasan por dos razones: por una cierta anestesia ante el sufrimiento de un desconocido y por la obediencia automática, dos rasgos de nuestra animalidad psicológica con gravísimas consecuencias socio políticas. Consecuencias peligrosas en esta época de aldea global, pues el complejo problema de las relaciones internacionales nos afecta a todos, aunque el sufrimiento de esos “otros”, seres lejanos y extraños, seguidores de otra religión o sistema político, no nos conmueva mucho, ni nos corte la digestión ante el telediario. Y esta anestesia del telespectador se multiplica cuando se cobija bajo el paraguas de la autoridad: “el presidente tiene información privilegiada y afirma que ese lejano enemigo tiene armas muy peligrosas, debemos atacar primero”.
OBEDIENCIA E IRRESPONSABILIDAD MORAL
Stanley Milgram realizó un experimento clásico sobre la obediencia a la autoridad, su polémico libro de 1974 describe su investigación, repetida en varias ocasiones con similares resultados. El tema se ha discutido mucho por sus complejidades morales. ¿En qué consistió el experimento? Llegan dos personas a un laboratorio psicológico para participar en una investigación sobre memoria y aprendizaje. Pero todo es un montaje para estudiar las reacciones de uno, el verdadero sujeto del experimento; al otro, un actor que está en el juego, se le pone en una habitación aparte y acristalada, atado con correas y un electrodo a la muñeca. Mientras tanto el experimentador instruye al sujeto para aplicar descargas eléctricas al tipo del cristal, cada vez que aquel se equivoca en una prueba. Los gestos de dolor del actor son incuestionables. Y sin embargo un 65% de los sujetos, a pesar de algunas tibias protestas, siguieron obedeciendo las instrucciones de quien para ellos era la ‘autoridad’, el que sabe lo que está pasando.
Este es un punto delicado: cuando nuestra capacidad de empatía y cooperación fracasa, cuando el poder queda en manos de una autoridad incuestionable e inalcanzable, nuestras sociedades, devenidas anónimas y moralmente irresponsables, arrastradas por su inercia histórica de máquina ciega, le hacen comprender a Benito Pérez Galdós como: gentes intelectualmente capaces conducen los tontos disparates de una sociedad.
El adiestramiento para obedecer comienza en la cuna, crece en la familia, se desarrolla en la escuela y madura con la vida laboral. Esto es lo que hay y entonces lo hacemos. El que sabe sabe, y el que no sabe obedece. La cuestión es ¿quién sabe realmente? Está claro que nuestras autoridades y economistas no previeron la crisis de las subprime ni el estallido del covid19, a pesar de varias advertencias de científicos y del mismo Bill Gates. Tampoco están actuando para frenar el grave deterioro climático y ecológico. Todos los países, como obedientes niños pequeños, esperan a que se pongan de acuerdo chinos y americanos. O a que desaten sus conflictos. Y mientras tanto: a recuperar el consumo, cacerolas por un lado y por otro, excitando a los parlamentos nacionales y a la prensa, ese circo de sordos donde tantas veces se ahoga la impotencia ciudadana. Las sociedades fracasan si fracasa la comunicación, la tolerancia y el amor. ¡Y si falla la comida! En tiempos de escasez los animales con el estómago vacío se vuelven más agresivos.
Esta breve historia del conflicto entre ‘conflicto’ y ‘cooperación’, estos dos motores de la identidad, nos trae finalmente a una síntesis, al punto de reconocer el valor de ambas miradas, pues las dos tienen su lugar en la naturaleza viva.
Y SÍNTESIS
Las formas naturales, como nuestra identidad, están modeladas por dos tendencias opuestas. La forma de nuestra galaxia depende de esta simultaneidad contradictoria. Y también nosotros, en lo psicológico y en el propio cuerpo, donde, por ejemplo, la forma de nuestros huesos, fundamental en la construcción del somatotipo que nos determina, está modelada por dos tipos de células con funciones totalmente opuestas: osteoblastos y osteoclastos.
OSTEOBLASTOS Y OSTEOCLASTOS. Las primeras son células especializadas en la síntesis de la matriz ósea, se encargan de hacerla crecer, es decir generan nuevo hueso. Los osteoclastos, en cambio, hacen exactamente lo contrario, eliminan hueso mediante su reabsorción a través de procesos de degradación enzimática. Es decir, unos construyen y otros destruyen, el resultado es la forma funcional que resulta tener el hueso. En la naturaleza orgánica el conflicto abunda. La capacidad para correr de las gacelas está modelada por la capacidad cazadora de sus predadores.
También nuestras sociedades y nosotros, sus individuos, estamos sometidos al equilibrio de estas dos fuerzas: conflicto y cooperación. Entre ambas se modula nuestra compleja, aunque en el fondo simple, identidad. La forma hacia la que evolucionamos actualmente dependerá de cual sea el punto de encaje donde estas dos fuerzas encuentren su equilibrio. Un personaje como Hitler está claramente inclinado hacia el conflicto y sus peores consecuencias, la guerra. Otros, como Nelson Mandela, encuentran su punto de equilibrio en la cooperación.
¿Dónde está el punto que, asumiendo el conflicto, eleve por encima suyo a la necesaria cooperación?
(Continuará)
Francisco Bontempi
Médico y Psicoterapeuta
CONFLICTO, IDENTIDAD Y COOPERACION, luego del Covid19