Las siete unificaciones que estoy explorando surgen de las siete roturas que nuestros procesos cognitivos introducen en la Realidad, creando así la consciencia escindida y la ilusión del individuo separado. En el artículo anterior exploramos la escisión en el seno familiar. Hoy veremos la cuarta y quinta escisión, las que han separado al individuo de su raíz biológica, enajenándole de la especie, rompiendo la noción de humanidad y creando finalmente una brecha con Gaia, la red viva de la tierra. La especie nos parece rota y la humanidad fragmentada, muchos hablan de una nueva humanidad, de mutaciones, de ingeniería genética para mejorarnos, pero en realidad seguimos siendo los mismos. ¿Cómo choca hoy nuestro concepto de ‘humanidad’ con nuestra realidad de ‘especie’?
4 UNIFICACIÓN CON LA ESPECIE-HUMANIDAD
Al mirarnos como especie vemos una complejidad difícil de comprender como un todo integral. Imaginar la ‘unidad de especie’ choca de frente con la grave fragmentación política, geopolítica, étnica, cultural y geográfica con que se nos muestra la humanidad. Diferentes razas llevan siglos mirándose con desconfianza o haciéndose la guerra. Prefiero descartar los argumentos morales del tipo ‘luchamos por la libertad’, ‘hacemos la guerra por la igualdad’ que malamente disimulan, en las frágiles consciencias, los intereses económicos, las pugnas ideológicas, el ansia de poder y el miedo, fuerzas que desembocaron, una y otra vez, en las brutales guerras del pasado y que hoy, en nuestro recalentado siglo, amenazan una vez más con quemarlo todo.
Parecen cuestiones demasiado grandes para nuestra pequeñez individual, sin embargo, en el fondo de estas cuestiones colectivas se juega el drama íntimo de cada consciencia individual. La consciencia individual y la colectiva están más simbióticamente entrelazadas de lo que percibimos. El pensamiento colectivo como matriz condicionante del pensamiento individual tiene rango de fenómeno científico y moderno, (sociología y psicología), ya no es solo la intuición del viejo Jung y su ‘inconsciente colectivo’. En diversas universidades de todo el mundo se estudia el tsunami de Internet, la masificación de un pensamiento único y sin matices, en contra de la ilusión que la información libre y variada prometía.
Nuestra dimensión social es multifactorial e, inevitablemente, una cuestión política; necesitamos comprenderla para acceder a la unificación de lo que somos. Pero este es un asunto complejo, susceptible y conflictivo, dependiente de factores como la ideología de los medios, los grupos de interés que hay tras ellos, sus laberintos varios, económicos y/o militares, frecuentemente oscurecidos por esos mismos intereses.
He escuchado a muchas personas decir —‘yo me bajo de este barco’, ‘la humanidad está loca’— describiendo su dificultad para sentirse integrados en el enorme colectivo de nuestra especie. ¿Qué especie es esta que construye un ‘modelo de humanidad’ que deja fuera a tantos, mientras tantos otros se quedan al margen o se autoexcluyen mediante el suicidio material o moral? En España, el año anterior a la pandemia se suicidaron casi 4000 personas, siendo el sexto país de Europa en este lamentable ranking; se calcula que actualmente en el mundo se suicida un ser humano cada 40 segundos. ¿Cómo nos afecta ser partes de esta compleja trama, fracturada en razas y rupturas de todo tipo? ¿Cómo afecta a un ciudadano chino la guerra tecnológica que amenaza con partir al mundo en dos? ¿Qué consecuencias tiene para un ciudadano occidental esta fractura y la descomunal inversión en armamento? ¿Qué consciencia de esta realidad y qué responsabilidad individual tenemos, unos y otros, para la creación de un mundo variado, unido y en paz?
HUMANIDAD Y ESPECIE
Aunque en el fondo sean lo mismo, hacemos una distinción entre ‘humanidad’ y ‘especie’. La HUMANIDAD es más un concepto cultural, determinado por la idiosincrasia de cada grupo social. ‘Siux’, en su lenguaje propio, significa ‘ser humano’, quien no es siux no es plenamente humano; en la Grecia clásica, los ‘ciudadanos’ eran una minoría que excluía a la mayoría de la población, mujeres sin derecho a voto, a tener tierra o heredar, esclavos privados de libertad, o siervos más tarde, auto vendidos por necesidad. ¿Y hoy? Desde la revolución francesa con sus principios de igualdad-fraternidad-libertad hemos creado sociedades ‘teóricamente’ libres, formalmente igualitarias y fraternales, aunque en la práctica no sea así. Enormes diferencias económicas entre clases sociales, dueños del capital y trabajadores, ha creado sociedades fracturadas y polarizadas. La ley es hipócritamente igual para todos, pero un abogado con una buena red de ‘contactos sociales’ y una carísima minuta es mucho más efectivo que un pobre abogado de oficio. Simple realidad: quien puede pagar tiene más derechos. Si la libertad nos hace humanos, la libertad antes y ahora es algo que se compra: “la libertad que permite el dinero”.
Aunque en la práctica así sean las cosas, esto es más propio de una ‘humanidad enferma’ que de la ‘humanidad sana’ que concibo. En la tradición budista se dice que todos los seres en su naturaleza original están ya iluminados, pero que no lo saben (la iluminación es cuestión de conocimiento, y el conocimiento no es información sino experiencia). De acuerdo con este concepto diría que la ‘inconsciencia de lo que esencialmente somos’ es el gran impedimento para la armonía del mundo. La enfermedad de la ignorancia y falta de solidaridad no tiene mejor medicina que una ‘educación integral’; pero, aunque todos sepamos que la educación es fundamental, para muchos sigue siendo una cuestión secundaria y plagada de sesgos ideológicos; porque, ¿quién define la educación correcta? Desde un lado y otro, hay pugna por hacerse con el control mental de educadores y educandos.
El concepto de ESPECIE está más enfocado a lo biológico. Históricamente es una ‘unificación’ difícil, la biología y las razas han sido fuente de monstruosidades. Esclavistas de raza blanca, musulmanes o cristianos, imaginaban a los africanos negros como monos sin alma y los ‘cazaban’ para venta y compra. En las guerras imperiales y racistas del siglo pasado, a un lado y otro de esas trincheras deshumanizadas, se hablaba de ‘ratas’ o ‘cerdos’, se fumigaba al enemigo con napalm, se practicaba el bombardeo de exterminio o directamente el genocidio selectivo.
He tenido la fortuna de viajar lo suficiente, entre razas diversas y distintas culturas, he tratado con sus gentes, practicantes de religiones y costumbres muy distintas a la mía, sin embargo, me he sentido reconocido y acogido por ellos, como miembro de la misma especie, sujetos ellos y yo de la misma humanidad.
El actual estado de nuestra humanidad, escindida en razas y culturas, dominantes o dominadas, rota en conflictos de fuerza de unos sobre otros; en religiones, tantas veces confrontadas en guerras feroces, que se auto-proponen como la ‘única verdadera’, ‘la mejor’, ‘la más cercana a dios’; humanidad desgarrada en imperios y naciones; escindida últimamente en esta especie de ‘neo-feudalismo’ con que las grandes ‘corporaciones’ (‘mini sociedades’ bajo el dominio de uno o varios oligarcas a quienes se somete la inteligencia y denuedo de trabajadores y creativos); diferentes grupos sociales que compiten en luchas darwinianas por sobrevivir, por ‘crecer y reproducirse’, que se excluyen y atacan, como si se tratara de cuerpos extraños a eliminar o engullir; especie dolorosamente escindida en sistemas políticos e ideológicos dotados de su implacable reflejo militar.
Compleja humanidad, entonces, desgarrada en escisiones múltiples, producto de una mentalidad etnocéntrica que ha sofocado y destrozado la unidad de especie, en la que un ‘ego de grupo’ (nacional o corporativo) funciona como un animal enfrentado a otros por el control del rebaño, por la fundación de un imperio superior. —Los ‘otros’, los diferentes, o serán eliminados o se convertirán en clase sometida bajo nuestro dominio (subjetivamente) superior. ¿Qué es la guerra sino el lema de “o te sometes o te mato”?
¿A qué puede llevarnos la evolución de este estado de cosas? ¿A enormes rebaños de sujetos sometidos a estas inercias? ¿doblegados a la realidad de que ‘las cosas son así’, y que no hay alternativa a la ‘inteligencia superior’ de la IA (inteligencia artificial) y sus dueños?
HUMANISMO INCLUYENTE
Para experimentarnos en unidad con nuestra especie hace falta el desarrollo de un HUMANISMO INCLUYENTE, TOLERANTE CON LAS DIFERENCIAS, una humanidad renovada y universal, en la que haya madurado la mejor sabiduría de oriente junto al más noble humanismo de occidente, humanidad que haya superado su violenta y conflictiva adolescencia, en la que se haya hecho efectivo un poderoso crecimiento de la capacidad de amar y de aceptación por el diferente.
Estoy convencido que este logro no es cuestión de otro mundo, ni de un cielo inalcanzable, sino la maduración evolutiva de una habilidad instintiva, una realización biológica, nuestra unificación de especie por el reconocimiento consciente de una HUMANIDAD ESENCIAL.Y este reconocimiento falla cuando estamos dominados por la creencia autodefinida de ser raza superior, elegidos de los dioses, cumbres de la cultura, etc. Pues somos una sola familia humana, con especificidades individuales y locales. Que cada cultura, etnia y raza pueda desarrollar lo mejor de sí misma.
Este logro unificador pasa, necesariamente, por superar el miedo al diferente y neutralizar el ‘síndrome de macho alfa’ que, en alguna medida todos, hombres y mujeres, padecemos: —“Aquí mando yo y se hace lo que digo”, fundamento de las sociedades patriarcales, imperios y dictaduras, negaciones del espíritu democrático y comunitario.
Reconocer que, en realidad, NUESTRA ESPECIE se define no solo por la INTELIGENCIA sino por el AMOR. Y el amor es CONFIANZA en lo que somos. Solo confiando en nosotros podemos confiar en los otros.
Hace muy poco, junto a la noción de ‘aldea global informatizada’ la Internet nos prometía ese mundo unido. ¡Y qué poco duró! Ya está fragmentado en plataformas incomunicadas, en relatos diferentes de unos contra otros, en discursos polarizados y sectarios que amplifican los múltiples desgarros que nos dividen: las viejas luchas imperiales, militares y económicas, la competitividad anti-solidaria, las guerras que degradan el amor y la comprensión entre individuos y grupos. Todo esto, alimentado por muchos medios que, mientras proclaman valores, denigran al diferente, sustituyen la solidaridad social por la competencia compulsiva y el aislamiento individualista. Otros mantienen la esperanza en un crecimiento económico interminable que nos redima de estos conflictos, o que la ciencia al final lo soluciona todo. Pero, la economía y la ciencia sin amor ¿adónde nos están llevando?
Esta imagen de una ‘humanidad rota’ resulta deprimente. La depresión individual es un estigma característico de nuestras sociedades, y la depresión colectiva, asociada a la ruina económica, a la caída de la bolsa, a la depreciación del dinero, ya apunta a la ‘medicina’ que venden luego ‘los mercados’: mucho trabajo, actividad compulsiva, producción acelerada, hornos quemando energía a toda potencia. Quedarse atrás en esta carrera enloquecida es la ruina: solo los mejores pasan a la siguiente ronda, y al final solo puede quedar uno. Hay algo enfermo en esta lucha compulsiva por comer más que los demás, por consumir más que los demás, por producir más que los otros. Es la enfermedad colectiva que está destruyendo a Gaia, expoliando la naturaleza, rompiendo sus equilibrios y creando al monstruo de una inteligencia artificial que, quizás, terminará riéndose de nuestra estupidez individual y colectiva.
¿Hay alternativa a unirnos por amor y tolerancia, por un desarrollo superior del conocimiento y la consciencia? Sí la hay, y es peligrosa, algo que no sería unión sino coacción, la regresión que parece estarse activando hoy hacia las viejas dictaduras: la búsqueda de unidad a través de la imposición. Si fracasa el amor y la consciencia solidaria algunos piensan que no hay otro camino sino eliminar las diferencias por la fuerza, aglutinar pueblos y sociedades ante la amenaza del otro, del ‘enemigo’; resucitar las dictaduras del ‘pensamiento único’, tan fácilmente generadas y manipuladas en la ‘era informática’, sean orientales u occidentales. Nunca fue tan fácil crear ‘estados de opinión’, estados de sincronía colectiva; como en “Fuente Ovejuna, vamos todos a una”, es la unión compulsiva y mediáticamente manipulada, la manada arengada por un algoritmo común en contra del supuesto enemigo, masas inercialmente arrastradas hacia escenarios cada vez más peligrosos, unidos artificialmente en una especie de ‘egocentrismo colectivo’, egoísta, sectario, imperial y excluyente, la estupidez de una neurosis colectiva que puede resultar tanto o más estúpida que la neurosis individual. Hace falta el desarrollo de un pensamiento crítico, no sectario; es fundamental el cultivo del viejo arte de amar, tanto en la escala individual como en la colectiva.
Inspirado en la noción unitaria del Tao, CONFUCIO, hace 2500 años, en el imperio de la China celestial, describió un estado de la humanidad al que llamaba ‘La Gran Comunidad’: “Cuando venza la gran verdad, entonces la tierra será propiedad de todos. Se escogerá a los más sabios y a los más competentes para que mantengan la paz y la concordia. Entonces los hombres no amarán solo a los suyos, no procurarán solo por sus propios hijos, sino que todos los ancianos tendrán sus últimos días tranquilos, todos los fuertes tendrán un trabajo útil, todos los niños serán estimulados en su crecimiento, los débiles y los enfermos encontrarán amparo. No se querrá que las mercancías se echen a perder, pero tampoco nadie querrá almacenarlas para sí mismo. Por eso no harán falta cerraduras, porque no habrá bandidos ni ladrones, se dejarán abiertas las puertas. Habrá confianza y amor. A esto se llama la Gran Comunidad”.
Es la misma inspiración que tuvo JESÚS DE NAZARET, 500 años después, cuando afirmó que: “Habrá un Reino de los Cielos dónde los que sufren serán consolados, los mansos recibirán la tierra en heredad y los que tienen sed de justicia estarán satisfechos; dónde los misericordiosos encontrarán misericordia y los de limpio corazón verán la Unidad de Dios”. Y, por cierto, excluía a las armas como medio para tal fin.
Todas las culturas han buscado esa unidad, con un sentimiento quizá de utopía esperanzada, pero anhelantes de una humanidad solidaria, unida en justicia, que brinde oportunidades reales para el desarrollo de todos los talentos, educación, salud, y justicia económica. Solo que ahora, en nuestro ‘poderoso siglo’, parece extenderse una escéptica desesperanza.
Ante este paisaje colectivo, por momentos desalentador, ¿qué podemos hacer como individuos? ¿solo deprimirnos? ¿o reclamar un futuro incluyente para todos? Porque amar la vida es amar a una nuestra especie, y amarla es el acto de consciencia que nos hace humanos. Quizá no haya otro camino, seguir evolucionando sin hipotecar jamás el convencimiento de que, a pesar de las manifiestas diferencias, somos una UNIDAD. ¿Es este un bonito discurso que no sirve para nada? ¿O el convencimiento en una forma de vida incluyente y solidaria? ¿Palabras o hechos? Cada individuo decide su camino, y cada camino es un hilo en el enorme tapiz dónde nadie sobra.
5 LA UNIFICACIÓN CON LA NATURALEZA: GAIA.
La quinta unificación es con la Naturaleza. ¿Acaso no somos sus hijos, hijos de la Madre Natura, de la Pacha Mama amerindia, de la Gaia ecológica y orgánica de James Lovelock? Su sustancia es la nuestra, sus procesos atómicos y celulares, orgánicos y sociales, son los nuestros, sus leyes son las nuestras, y, sin embargo, como hijos descastados, incapaces de reconocer nuestra familia natural, nos consideramos sobrenaturales, o más bien antinaturales, explotadores de un ambiente al que vemos y pensamos ajeno a nosotros, una cosa inerte y tonta puesta a nuestros pies para ser hoyada y explotada, una mera alfombra.
Cuando en realidad no es así. No existe el ser humano que pueda dejar de respirar el oxígeno que elaboran miles de especies vegetales, ni el que pueda dejar de alimentarse de las cadenas tróficas entre las que hemos evolucionado. Necesitamos el agua de la que están hechos nuestros cuerpos, necesitamos la energía del sol bajo cuyo manto de luz y calor se ha desarrollado la vida del planeta. Nuestros ciclos hormonales están sincronizados con los ciclos de las mareas lunares. Nuestra fisiología está modelada por la fuerza de la gravedad. No somos un ‘agregado’ a la naturaleza: somos la naturaleza. Y específicamente: somos la naturaleza viva y consciente de este pequeño planeta.
Bueno, relativamente consciente, porque nuestra humanidad y el planeta mismo parecen enfermos con fiebre, descoordinados, incluso enloquecidos. ‘Gaia’ es el supra organismo planetario del cual depende nuestra existencia, en el que somos sus células. Pero nos hemos convertido en una multitud de células cancerosas, expandiéndose frenéticamente por su cuerpo, destruyendo su biología, arrasando su organismo, sin mucha consciencia de que nos estamos comiendo nuestro propio futuro, convirtiéndolo en un precioso programa de inteligencia artificial cuya última línea no será nuestra.
Necesitamos detenernos a ‘sentir’. SENTIR la naturaleza que somos y ACTUAR con coherencia. Y esto no es algo excepcional o mágico: podemos experimentarlo a través de una respiración consciente. El aire que inspiramos es pura naturaleza, penetra hasta lo más profundo de nuestras células, entra, nos invade, se expande en lo que somos y nos hace comprender que somos eso. Sentir y comprender que el oxígeno del aire, el hidrogeno del agua, los enlaces del carbono fabricados en hornos estelares, sostienen lo que somos, que no han sido respirados para entrar a un reino diferente al de su origen, nos unifica. Cuando respiramos: la naturaleza impregna a la naturaleza, algo de ella se inter-penetra totalmente con otro algo de ella.
Evocando al poeta Arthur Rimbaud quien se describe a sí mismo como “madera de violín”: digamos que somos sustancia de la naturaleza, que ‘ella nos respira’, que ella nos inunda tan totalmente que es imposible decir “yo no soy ella”.
La naturaleza no es algo ‘exterior’, a lo que yo pueda o deba conquistar, no es una materia tonta a la que dominar: ‘yo soy ella, soy una manifestación suya absolutamente inmediata; yo soy ella y ella soy yo en todo lo que soy’.
Una excelente película de Werner Herzog, “Fitzcarraldo”, relata brillantemente la insensible locura del conquistador de la selva, el drama de un hombre enloquecido por una consciencia elevada, pero no lo suficiente para evitar su ruina. Extraña y portentosa la naturaleza que somos: con dos ojos y una boca, un tubo digestivo y al otro extremo un agujero anal, cuatro extremidades, no más raras que las aletas de esos extraños peces abisales, pura naturaleza que son también, o una mosca con seis patas y dos alas; pero criatura dotada, nosotros, con capacidad de reflexión, que igual podemos elevarnos o arruinarnos.
Los seres naturales somos inseparables de la naturaleza que nos engendra y anima, que nos resuelve en sí misma. Kafka, en su “Metamorfosis”, se convirtió en cucaracha, ¿fue esa su manera de separarse de una ‘humanidad’ a la que percibía apartada de la verdad natural, sumergida en la pseudo-normalidad de vidas automatizadas, más virtuales y ciegas que naturales y conscientes?
La unificación con la Naturaleza de nuestro planeta es también la UNIFICACIÓN CON LA CORRIENTE GENERAL DE LA VIDA.
La Naturaleza, que incluye a todo eso que llamamos ‘inerte’, es también la madre de la Vida, pues ella, la MADRE TIERRA, está en realidad llena de energía, es una plétora de energía, impulso motriz y generador de todo lo que existe; ella es la sustancia que nos hace humanos, y también el CAMPO COGNITIVO que la impregna y sostiene nuestra capacidad de conocimiento.
Jesús de Nazaret decía “Yo soy la Vida”, lo que parece una afirmación tan osada que muy pocos se atreven a asumirla. Solemos decir ‘yo tengo vida’, como si la vida fuera una cualidad que se puede tener o perder; o yo ‘estoy vivo’, sugiriendo con esta expresión que la vida es un ‘estado’en el que el yo podría estar o no estar, cosa evidentemente absurda pues, decir que ‘yo no estoy vivo’ es imposible, ya que, si yo no estuviera vivo no podría estar ni pensando ni escribiendo lo que ahora escribo.
Si usted prueba a decir ‘yo soy la vida’ comprenderá que la vida habla, que la vida piensa, que la vida siente, que la vida se mueve y actúa, que la vida se expande, que la vida se reproduce, que la vida es pura naturaleza inseparable del total de la misma. Y que la vida de cualquier pequeño individuo pertenece a una VIDA mucho más grande.
Sin soslayar, por supuesto, la realidad natural de LA MUERTE. La unificación con la corriente general de la vida nos replantea esta cuestión. La muerte nunca es absoluta sino un estado relativo a un estado previo y a otro posterior. Cuando se detienen las funciones orgánicas con que identificamos nuestra existencia hay células que siguen viviendo, nuestro pelo y piel siguen creciendo, y también la actividad de muchas otras células que poco a poco se irán transformando en los ciclos híper extensos de lo orgánico, nueva vida en evolución: las olas sin fin de un extenso MAR DE VIDA, un OCÉANO de energía que no se crea ni destruye, que solo se transforma.
El GRAN JEFE SEATTLE, hace casi doscientos años, en su carta al ‘Jefe Washington’ escribía que: “Cada parte de esta tierra es sagrada para mi pueblo, cada brillante aguja del abeto, cada playa de arena, cada niebla en el oscuro bosque, cada claro en el bosque, cada insecto que zumba es sagrado para el pensar y el sentir de mi pueblo. Nuestros muertos nunca olvidan esta maravillosa Tierra, pues es la madre del Piel Roja. Nosotros somos una parte de la Tierra, y ella es una parte de nosotros. Las olorosas flores son nuestras hermanas, el ciervo, el caballo, la gran águila, son nuestros hermanos. Las rocosas alturas, las suaves praderas, el cuerpo ardoroso del potro y del hombre, todos pertenecen a la misma familia. Y esta es nuestra familia”.
En el centro de Irán, en la ciudad de Yazd, aún hoy sigue encendido un fuego ininterrumpido durante miles de años: es el santuario de AHURA MAZDA, el mazdeísmo de Zoroastro. Esta es la antiquísima religión del fuego sagrado. Freddie Mercury, ese portento musical, pertenecía a una familia mazdeista. En la cúspide de una montaña cercana a Yazd hay una construcción circular de piedra en cuyo centro aún se encienden fuegos, allí se colocaban, sobre losas sagradas, los cadáveres expuestos a la naturaleza y a las aves rapaces, para que estas vinieran y devoraran las vísceras y así las fundieran con el Todo. Un ofrecimiento a la Naturaleza, con un profundo sentido espiritual. No adoraban cadáveres, como en otras culturas, su memoria de sí mismos estaba totalmente fundida con la inmensidad natural de la Vida, y finalmente con ‘el Todo, que a todo abraza’.
En estos días se ha difundido una noticia curiosa, a algunos les hará reír, a otros despotricar contra nuestra civilización sacrílega, resulta que: “El ayuntamiento de Nueva York ha autorizado a una compañía funeraria para convertir a sus cadáveres-clientes en ‘compost’, al cabo de un mes entregan a los familiares una bolsa llena de rico estiércol natural”. ¿Qué tal abrazar a un árbol fertilizado con las cenizas de tu amor? Sin llegar a esto, ya decía Carl Sagan que “somos polvo de estrellas”, la energía del Universo y el compost que la Vida lleva 4.000.000.000 millones de años elaborando; todos los organismos del planeta, incluidos nosotros, modelados con este barro portentoso y sagrado de la Realidad.
Francisco Bontempi
Médico y Psicoterapeuta
LAS SIETE UNIFICACIONES, -4- Humanidad y Gaia