ROMA Y CARTAGO
¿Por qué lucharon Roma y Cartago? ¿Por qué el imperio persa y la Grecia pre-imperial se enfrentaron? Por las mismas razones, posiblemente, que generaron los enfrentamientos imperiales en los últimos tres siglos, por la misma razón que en el ajedrez hay dos reyes y solo puede quedar uno. Las tribus se unen formando coaliciones, como las repúblicas griegas, pero luego se conquistan unas a otras terminando por formar imperios bajo una casta dominante. Y los imperios a veces cooperan y muchas otras se enfrentan. Dos instintos en juego: el gregarismo cooperativo vs la testosterona imperativa.
¿Se parece la situación actual al enfrentamiento entre Roma y Cartago por el dominio del Mediterráneo? ¿Se trata ahora de controlar ya no un mar sino el mundo? Controlar militarmente significa controlar el comercio, la riqueza y el comportamiento de las poblaciones. Mucho más en esta era tecnológica, cuando los dueños del algoritmo informático determinan ideas, sentimientos y comportamientos colectivos, ¿quién se hará con el mango de esta sartén? ¿la inteligencia americana, aglutinada en torno al poderoso pentágono y sus lobby empresariales, ‘aparentemente bipartidistas’? ¿la inteligencia china, canalizada por su clase gobernante y disciplinada por su partido único, ‘aparentemente monolítico’? ¿O en esa pugna no habrá ganador sino el desgaste de una confrontación, prolongada hasta el espacio?
¿HACIA QUÉ FUTURO VAMOS? ¿Hay alternativa al choque de estos dos instintos imperiales? Históricamente, al desmembramiento de un imperio le siguió el nacimiento de una edad feudal, satrapías, feudos y reinos de Taifas, empresas personales o familiares de las que dependía la vida y el destino de sus vasallos: así se degradó el imperio romano, en feudos y señoríos que derivaron en estados y su posterior coalescencia en nuevos imperios. Feudos de transición entonces, bastante parecido a lo que ocurre hoy con estas enormes concentraciones de poder y capital que consiguen los modernos Elon Musk, en el imperio occidental, y los grandes oligarcas orientales, como Ren Zhengfei, el dueño de Huawei. Estas poderosas oligarquías son auténticos mini reinos, con su rey, su corte, sus ‘caballeros’ ejecutivos, y su población de asalariados menores, reinos ‘casi’ sin territorio, pero con enormes esferas de influencia en la vida de muchos, trabajadores y usuarios.
Esa feudalización del mundo moderno está en marcha, mientras aún sigue la inercia por conseguir un imperio dominante. El siglo XXI ha partido al mundo en dos siguiendo las líneas de fractura de sus viejas inercias. Y Ucrania queda sobre esa vieja y conflictiva frontera: entre Europa occidental y Europa oriental.
¿Terminará el peligroso juego entre el imperio occidental y el imperio amarillo con un pacto de honor entre oligarcas y la instauración de una nueva edad feudal? ¿Resultará que los plutócratas de ambos imperios se saltan sus fronteras e ideologías y se sientan a refundar el neo-feudalismo que les dé cobijo? ¿Se cumplirá entonces la primera profecía de Marx, será el triunfo rotundo de la propiedad privada con las enormes concentraciones de capital que ya observamos? ¿Será ese el punto de quiebre y entrada a la segunda profecía, cuando una humanidad agotada renazca de sus cenizas y, tras una regeneración no patriarcal de la consciencia, se establezca un nuevo pacto de solidaridad? ¿O acaso nunca llegarán esas utopías?
En este momento, con multitudes de ciudadanos insignificantes atrapados en un clima de enfrentamiento social y geopolítico, cualquier futuro parece pura fantasía.
Fracasado el intento de Gorbachov de asimilar la federación rusa al mundo occidental, la inteligencia americana emerge como la gran directora de la escena mundial, ha sido magistral y merece felicitaciones: está perfectamente coordinada con las campañas de prensa a las que retroalimenta. Como buena inteligencia es camaleónica: a veces se muestra como muy inteligente y bien informada y otras veces es capaz de hacerse la tonta sin el más mínimo rubor. “Nos engañó Sadam Hussein y nos vimos obligados a invadir Irak pues pensábamos que tenía armas de destrucción masiva”, se justificaba. Sin embargo, con la invasión de Ucrania por Rusia, resulta ser una inteligencia muy inteligente y bien informada: “Dentro de este mes, Putin invadirá un país libre que está llamando a nuestra puerta”. Para esa inteligencia la democracia, la libertad y la verdad han sido claramente secundarias a intereses económicos y militares, la libertad a disentir es solo aparente. Para Putin, atrapado en una espiral donde la carta de la violencia manda, tampoco hay respeto posible a la libertad de disentir. Ambos imperios están atrapados en un terrible juego de espejos y relatos manipulados.
Rusia ya ha sido derrotada: a lo más que puede aspirar es a un trozo menor de Ucrania; aún puede ladrar bravucona pero no tiene capacidad militar para atacar Europa, ni lo pretende; y un conflicto militar directo con USA sería suicida para ella y un apocalipsis para todos. Debilitada por la guerra, borrada de los mercados occidentales, no tiene más futuro que asociarse en posición subalterna con la poderosa China, y confirmar así la tesis del nuevo orden bipolar.
En esta fase del juego imperial, Europa también queda amarrada, como subalterna del imperio transatlántico (ni unidos ni separados los estados europeos tienen capacidad de liderazgo tecnológico y/o financiero). La técnica de los bloqueos económicos, equivalente a los antiguos ‘cercos medievales’ que un imperio hacía sobre los reinos menores, ya ha demostrado su eficacia: cualquiera que intente quedarse al margen del ‘nuevo imperio’ o desafiarle, terminará arruinado. Es evidente que el sueño de una Europa fuerte con moneda y política propia, el Euro, se ha terminado. Respecto del dólar el euro se ha depreciado notablemente, desde su ilusionante fundación en 1999, en apenas 23 años, su valor relativo a la moneda dominante ha caído de 1,747 a 0,9820. ¿El valor de Europa ha retrocedido casi un 50%?
La guerra de Ucrania arrasa Ucrania, arruina a Rusia y debilita enormemente a Europa. El mundo se parte en dos, se fortalece USA y se aísla a China: y este no es el objetivo diseñado por una inteligencia superior sino pura biología animal. Los machos luchan por su testosterona territorial e inercias instintivas, en la batalla se debilitan ambos rivales, es cierto, pero el ganador se queda con todo, con los genes y con la historia que dominará el futuro. La geopolítica es cínica y fría inversión a plazo.
Aunque hoy no les llamemos ‘imperios’ los imperios sí existen, y están sometidos, como los enormes cuerpos colectivos que son, a la compleja red de inercias que determina tanto el relato mediático como el comportamiento de sus líderes. Tanto ellos como nosotros, insignificantes ciudadanos, estamos bajo el efecto de estas corrientes inerciales de la biología y la historia. Ningún político, por muy honesto o iluminado que sea, puede gobernar contra las tendencias a las que están enganchados sus pueblos. Ya se ha visto muchas veces: candidatos que prometían orgullosas libertades una vez en el poder han repactado como pragmática continuidad, la inercia manda.
Y, sin embargo, la inercia colectiva no va a cambiar sin que cambiemos nosotros, los consumidores de bienes, servicios y ‘relato mediático’. Es en nosotros, insignificantes ante la enormidad del juego geoestratégico, dónde se decide la posible evolución de la Humanidad. Pues la humanidad somos todos y cada uno de nosotros. La fe en que existe el amor, la esperanza de un mundo en paz y cooperativo, abierto y solidario, reside en nosotros. La capacidad de disfrutar y agradecer la belleza de un atardecer, de reírnos de nuestra desastrosa humanidad, o de llorar también por ella, de maravillarnos por nuestra portentosa capacidad de evolución y resiliencia, reside en nosotros, en lo que realmente somos, pequeños y solidarios individuos, y no en algún algoritmo que busque determinar las opciones humanas y manipular la estadística de masas.
CIUDADANO INSIGNIFICANTE
En estos tres artículos he estado contraponiendo la enormidad ciega de la inercia colectiva en que estamos sumidos y la insignificancia de cada individuo aislado.
Etimológicamente, ‘insignificante’ significa carente de significado. ¿Significa esto que la expresión ‘hombre insignificante’ designa a uno que carece de significado? Me resisto a aceptarlo: seré insignificante, pero no carezco de significado ni sentido. Soy un ser humano consciente y quiero un mundo en paz donde quepan todas las razas, religiones, tradiciones culturales e incluso diferentes sistemas políticos. ¿Es esto imposible?
Ante las monstruosidades de la historia pasada y presente, no solo ‘me siento insignificante’, sino que ‘objetivamente lo soy’. Y no estoy solo en esta impotencia. Las brutalidades despiadadas de las guerras mundiales del siglo pasado, las criminales guerras del presente y la inercia geopolítica que se nos presenta como inevitable, nos convierten a millones de ciudadanos en polvo insignificante.
Es un momento crucial en nuestra evolución, el planeta recalentado se resquebraja, las fábricas de armamentos no descansan, enormes masas sociales sobreviven con comida-basura, información sesgada y televisión-basura. La crisis energética regresa a combustibles más contaminantes, el consumo global de energía no disminuye, la fiebre de un ‘mundo enfermo’ no desciende, se disparan los precios y se acentúa la brecha entre ricos y pobres: los primeros se atrincheran en sus guetos y disparan su capacidad de ‘comprarlo todo’, en los segundos crece la desesperación.
El mundo ‘parece’ partido en dos mitades, en su interior las sociedades se rompen en dos bloques. Una mitad proclama: ‘El mundo libre de los buenos cristianos’ se defiende del ‘mundo esclavo de los pérfidos comunistas’. La otra mitad afirma: ‘Nuestra antigua y honorable cultura’ se defiende del ‘egocéntrico satán occidental’. Según como se mire se ven las cosas. Pero, ¿no somos nosotros mismos, los insignificantes ciudadanos de uno y otro lado, el sostén de ambas mitades? Me siento totalmente hermano de un ciudadano chino, insignificante ante la inmensidad de la inercia que nos arrastra; hermano también del ciudadano americano, tan insignificante como su contraparte oriental, ansiosos ambos de un consumo que no alcanza para todos, incapaces de reducirlo o compartirlo.
Si miramos más allá de la apariencia sesgada, la actual no es una guerra con dos lados diferentes: a un lado y otro de la trinchera viven las mismas obsesiones, los mismos temores e igual fanatismo, se fabrican armas similares, se incuban las mismas ideas vulgares que denigran al enemigo, se elevan tupidas nieblas de oscuras inteligencias: CIAs, KGBs, MOSADes, CNIs e ICHs (inteligencia China), todas detrás de la fantasía del control poblacional y de un único imperio mundial.
Todos los imperios que conozco sacrificaron la verdad y la libertad de la mayoría por el poder de unos pocos. Julian Assange, entre los angloparlantes, y Navalny, entre los rusos, han sido torturados y silenciados por denunciar las brutalidades del poder y la espiral de las guerras. ‘NO A LA GUERRA’, no puede ser solo un eslogan; ‘No a la fabricación, venta y comercio de armas’, tampoco. Ese no es el camino para realizar la Humanidad. ¿Utopía?
Aunque sea un ciudadano insignificante, me resisto a dar por rota la humanidad. Me podrán decir que esta es una postura pro rusa o pro comunista, pero este es el cliché del “si me criticas estás contra mí”. El imperialismo ruso es tan deleznable como cualquier otro, ¿nos ponemos a contar muertos y atropellos contra terceros?
Me podrán decir que esta postura es ideológica y de imposible realización, y lo aceptaré, pues desgraciadamente no veo manera de desmontar esta inercia sino a través de una utópica revolución de valores y modos de vida. Son necesarios e inevitables profundos cambios psicológicos y sociales. Occidente presiona para que una crisis interna en Rusia decapite al actual régimen, Rusia alienta las rupturas en el bloque occidental, mientras ambos sistemas cierran filas cada vez más belicosas y conservadoras de sus inercias.
Para cambiar esta inercia, millones de pacifistas insignificantes tendríamos que unirnos eficazmente, superando las fronteras ideológicas, militares y económicas que nos separan: una inmensa ‘marcha verde’ con millones de insignificantes ciudadanos convergiendo en las fronteras y abrazándonos en paz. Sin embargo,con fronteras físicas, tecnológicas y culturales cada vez más controladas, con poblaciones dirigidas hacia el desconocimiento y miedo al diferente, ese abrazo es pura utopía.
Me dirán que el pacifismo de un cristianismo desarmado nunca fue operativo, salvo en Jesús que murió crucificado; y diré que, a pesar de no ser ni un buen cristiano ni un buen comunista utópico, el ejemplo de Jesús, como el de Gandhi, Mandela y otros, es el ejemplo más valioso para este momento. Las armas y la violencia no son el camino, sino la dignidad de los desarmados, la cooperación altruista, la consciencia y el amor que nos hace humanos. SIN CONSCIENCIA CRÍTICA POR LO QUE ESTÁ SUCEDIENDO, SIN AMOR POR LO QUE ESENCIALMENTE SOMOS, LA HUMANIDAD DESAPARECE.
INDIVIDUO, INDIVIDUALISMO Y SOCIEDAD
Este relato, como cualquiera, es discutible, por supuesto. Algunos dirán que es imposible que en estos tiempos vivamos ‘dentro de un imperio’, que es un cuento del pasado, que cada nación es libre y soberana, que cada individuo hace lo que quiere; otros argumentarán que las intenciones de nuestras naciones son benévolas y cooperativas; otros, sin percatarse de su insignificancia, creerán estar dentro de la más floreciente democracia. Sin embargo, sus varios relatos también son discutibles. Lo incuestionable es que el mundo se ha hecho muy pequeño, y que el individuo medio se ha encogido en una insignificancia creciente, desgraciadamente aislado del resto por el individualismo exacerbado al que una competencia sin cuartel (individual y colectiva) nos ha conducido.
De modo similar al individuo, las sociedades viven dentro de un relato colectivo y se desenvuelven con un cierto nivel de (in)consciencia colectiva.
Analizando el tema del ego ya dijimos que el ‘Moi’ tiene una dimensión clara de relato, que vivimos ‘dentro’ de un relato personal, que el relato personal se gestó y alimentó prolongando el relato colectivo al que pertenece, y que mientras no hayamos superado este aspecto del ego, lo relativo de nuestra propia historia, no tendremos acceso al Yo superior.
El proceso de desarrollo de la consciencia y el crecimiento personal activa en cada sujeto la capacidad de relativizar su historia, de comprender mejor que es ‘parte de un contexto más amplio’, que existen otras lecturas de su realidad. Una consciencia más objetiva de su subjetividad le lleva, necesariamente, al desmontaje de su personaje defensivo y a salir de su zona de confort. La consciencia abre el camino a la apertura creciente del yo superior, porque el ‘Yo Superior’, o nuestra ‘Esencia’ más profunda, es pura consciencia.
¿Y si ocurre lo mismo con la consciencia colectiva? Si nosotros, como individuos, somos la coordinación eficaz y cooperativa de una enorme población celular, la evolución biológica de nuestra especie, creadora de enormes y complejas sociedades, es bien posible que esté en camino del nacimiento de una consciencia colectiva, un ‘Yo superior de especie’. Y en ese nivel de consciencia los actuales conflictos no solo son sangrantes sino antihumanos.
A esta realización superior se oponen dos ‘enfermedades sociales’, que en lo individual son dos patologías comunes: el ‘cáncer’ y las ‘enfermedades autoinmunes’. En el CÁNCER un grupo de células ha enloquecido y, aceleradas, pretenden vivir con independencia del organismo total: ‘me salvo yo y que se hunda el resto’; es una especie de perversión del instinto de sobrevivir, el egoísmo antisocial a nivel celular. En las ENFERMEDADES AUTOINMUNES existe una especie de celo policial exagerado, el sistema defensivo del organismo esta sobre excitado, ve enemigos dónde no los hay, no reconoce a sus propios ciudadanos y los trata como enemigos; es la intolerancia al diferente, la discriminación punitiva, la dictadura social. Dos enormes enemigos de nuestra evolución colectiva: el ‘egoísmo’ y la ‘intolerancia’. Y estas dos enfermedades funcionan tanto en el imperio occidental como en el oriental.
En cada ser humano existe la posibilidad de evolucionar desarrollando nuestro potencial innato de consciencia, nuestra capacidad de comprensión de la realidad puede crecer con los años, cultivarse, madurar y expandirse, aunque esto no siempre ocurra. Creo que los grupos humanos y las complejas entidades sociopolíticas que llamamos ‘países’, están igualmente dotadas de ‘carácter’, que pueden ser definidas según su nivel de consciencia, que pueden ser más conscientes o estar más automatizados por sus nacionalismos, obsesiones y supersticiones, el equivalente colectivo del ‘egotismo personal’. Tal como los individuos, las sociedades pueden volverse psicopáticas, paranoicas, agresivas, neuróticas o depresivas; y en lo positivo manifestarse como sociedades bondadosas, inteligentes, creativas, solidarias, tolerantes y pacíficas.
A partir del ‘carácter nacional’ y del nivel de inconsciencia que sea, para las sociedades hay también un camino evolutivo hacia un mayor nivel de consciencia. La clave de esa evolución es la EDUCACIÓN. (Aunque las complejidades de la Educación no puedan ser el tema de este artículo)
El NIVEL EDUCACIONAL de un grupo social está determinado por el talento innato de los aprendices y el nivel de consciencia de sus educadores. Desde los miembros de la propia familia, los primeros educadores, hasta los niveles más altos de la cultura educacional, figuras públicas, científicos, artistas, filósofos y políticos, contribuyen al nivel de consciencia de una colectividad. Y no podemos olvidar un nuevo tipo de educador aparecido recientemente, los ‘educadores de masas’: periodistas, comentaristas, tertulianos y creadores de opinión, necesariamente definidos por su manera de ser y nivel de consciencia, personajes que ejercen un enorme poder condicionante sobre sus audiencias. Y aquí tropezamos con un círculo vicioso de difícil solución, la ‘dictadura del rating’: como la audiencia elige al comunicador para ‘consumir’ su información, una audiencia con la autocrítica limitada elegirá al comunicador con el que pueda identificarse, y entonces, sin pretenderlo, aquel estará reforzando las taras y vicios culturales de su sociedad. En un reino de idiotas lo lógico es que reine un idiota; en una audiencia de sabios lo natural es que un sabio tenga voz. ¿Y en un reino intermedio? Lo deseable es la generosidad de tantos enseñantes, conscientes de las limitaciones propias y de sus sociedades.
La educación siempre se enfrenta al problema de la inercia, es un trabajo en contra de esa pendiente. Trabajo personal en cada sujeto, y evolución colectiva determinada por miles de evoluciones personales.
LO PEQUEÑO Y LO GRANDE
Desde la antigüedad nos ha gustado tener esperanza en el triunfo del débil, quizá porque todos fuimos bebés indefensos y nuestras madres tenían esa esperanza. David derrotó a Goliat, “Garbancito” y “Pulgarcito” vencieron a ogros y gigantes, Jesús profetizaba un reino de ‘humildes’ donde los últimos serían los primeros, existe la fábula del pequeño grano de arena deteniendo la enorme maquinaria del reloj, y también el efecto ‘mariposa’, la esperanza de que un débil aleteo se sincroniza con eventos cósmicos. Y también el hecho que la mutación de un pequeño grupo de células pueda transformar el metabolismo y la forma completa de un enorme organismo, (para bien o para mal, pues hay mutaciones que llevan a un cáncer y otras a mejorar las posibilidades evolutivas de una especie).
El pequeño e insignificante individuo, actuando en su primer círculo de responsabilidad, puede afectar a esferas cada vez más amplias, familia y entorno social y, eventualmente, ser factor de cambio en las mutaciones sociales hacia las que está enfocada, necesariamente, nuestra humanidad.
El nivel de auto consciencia, la consciencia social, la cooperación, la generosidad, la inteligencia de grupo, la responsabilidad, la autonomía y libertad, la capacidad de acción independiente, el amor en suma, por nosotros mismos y por los demás, se define y actualiza en cada uno. En cada individuo se decide la ‘forma social’, los valores que nos hacen humanos y el tipo de sociedad que resulta de nuestra interacción. Podemos actuar en nuestro círculo cercano, con mayor consciencia, armonía y compromiso social. Y también podemos actuar en las esferas más amplias del poder, pues es imposible que ningún político vaya en contra de la inercia social: la que se genere en una masa unida de individuos conscientes y pacíficos.
Somos pequeños ante tanta inercia, débiles e insignificantes, es cierto, sin embargo el futuro de la humanidad sigue pasando por cada uno de nosotros.
DOS LOBOS
Una antigua tradición Cherokee nos cuenta que: “Lleno de rabia un joven se acercó a su abuelo quejándose de la injusticia de un compañero. Y el viejo le respondió: —Conozco ese sentimiento, pues también me han hecho daño y despojado de cosas. Pero sé que el odio te daña a ti, incluso más que al otro. He aprendido a darme cuenta que dentro de mí viven dos lobos, un lobo bueno que no hiere a nadie, que vive en armonía con todos, que está en paz con el mundo, que no se ofende fácilmente porque es fuerte y seguro, que es leal en la pelea cuando no la puede evitar. Pero el otro lobo está lleno de rabia, es desconfiado y traidor, la situación más pequeña cambia su temperamento. Es matón y provocador de rencillas sin razón. No piensa con claridad porque su rabia y su odio son grandes. Tiene miedo, vive a la defensiva, y solo calma su inseguridad aplastando a los demás. Algunas veces me cuesta convivir con ellos, pues ambos tratan de dominar mi espíritu —. El joven miró atentamente a los ojos del abuelo y preguntó: —Abuelo, ¿cuál lobo ganará? —El abuelo sonrió y le dijo —Aquel a quien yo alimente mejor.”
Como individuos, más o menos insignificantes, determinamos el nivel de consciencia de nuestras sociedades. No debiéramos perder la esperanza en que, al menos como posibilidad, existan sociedades suficientemente evolucionadas, capaces de armonía y solidaridad, que hayan superado los traumas y violencias de su pasado, que hayan evolucionado, convertidas en verdadera comunidad. No debiéramos perder la esperanza que la Humanidad es Una, más allá de las rémoras inconcebibles del egoísmo y la intolerancia; Humanidad Una, multirracial y multicultural, sin otro camino posible que el AMOR por lo que somos. Humanidad Una dónde la disposición natural y auténtica es COMPARTIR Y COMPARTIRNOS.
Francisco Bontempi
Médico y Psicoterapeuta
IMPERIO E INSIGNIFICANCIA