PAISAJES

Posted By pfbontempi on Jul 5, 2022


Nuestra existencia se mueve entre dos paisajes, el interior y el exterior. El paisaje del mundo hoy parece retorcido y recalentado, como pequeños ciudadanos nuestra posibilidad de modificarlo luce escasa. Y sin embargo sigue existiendo. Nuestra mayor esperanza está viva en el paisaje interior.

EL PAISAJE EXTERIOR

El ‘paisaje exterior’ es el Mundo, parece muy amplio y objetivo, independiente de nuestras acciones y voluntad, sin embargo, pronto comprenderemos que no es así. El concepto de ‘mundo’ tiene una doble referencia: el mundo es el planeta y sus ecosistemas, totalizado con las complejas redes sociales que teje nuestra especie. Nosotros somos parte del mundo, en cierto sentido lo elegimos y modificamos, somos sus creadores. La esfera más próxima del mundo es nuestra casa, la vivienda, ya sea alquilada o propia; la marcamos con nuestro sello, la hemos decorado, creado un ambiente que tiene un sabor, una luz determinada, sus olores peculiares, está asociada a una manera de sentir; nuestra casa nos alegra o deprime. A partir de nuestro nido central el paisaje exterior se expande en círculos concéntricos cada vez más alejados, aparentemente no les afectamos; a no ser que queramos considerar la eficacia del ‘efecto mariposa’, donde todo está interconectado, como en la maquinaria de un enorme reloj, con ruedecillas minúsculas y enormes rodamientos, donde actuar sobre lo pequeño afecta a lo grande.

Ejemplo de esto último es lo siguiente: si para mantener el funcionamiento de mi casa uso un sistema de refrigeración que la mantiene fresca en verano, el consumo de energía necesaria para esto genera calor y gases de efecto invernadero que contribuyen al calentamiento global. La foto fija: ‘Miles de aires acondicionados refrigerando pequeños ambientes artificiales mientras el planeta se sobrecalienta’. La tecnología se ha disparado pero esta acción humana no es nueva, quizá desde hace siglos estamos implicados en la construcción de un mundo no natural, creado por nosotros y manipulado a la medida de nuestro confort.

Pero a veces el mundo nos parece ajeno, incluso nuestra propia casa; decimos que estamos allí por circunstancias, razones que no tienen que ver con nosotros: ‘yo nací aquí’, ‘esta es mi casa familiar, no fue una elección mía’, ‘yo no elegí vivir aquí’. En contra de ellos, los creyentes en la reencarnación asumen que todo es elección y creación de la voluntad; imaginan que estaban en una pre-vida, frente a una especie de escaparate en el cual eligieron la familia dónde nacer. Sus ideas pueden tener un valor metafórico, hacernos reflexionar acerca de lo profunda que es la capacidad de elección y la libre voluntad, sugerirnos que con nuestra voluntad elegimos un mundo y un tipo de vida.

Y esto es solo cierto en parte, la realidad es que normalmente nacemos donde nacemos sin consciencia de haber elegido nada, y que ese paisaje, nuestro mundo familiar original, va a ser un condicionante importante en nuestra manera de mirar el mundo, de decidir y actuar en un sentido u otro. Pues allí donde nacemos nos convertimos en vectores que continúan una acción que venía de antes: prolongamos atavismos de carácter familiar, modismos y estilos de clase social, profesión, nivel económico, tipo de creencias, sistema de valores etc.

Sea como sea, en ese paisaje desarrollamos las primeras facetas de nuestra personalidad, la manera de ser con que actuamos y decidimos quedarnos o marcharnos. La mayor parte nos quedamos para siempre en el mundo donde hemos nacido, como una semilla que desarrolla su existencia allí donde cayó. Solo que la vida no es una fuerza pasiva, una de sus características fundamentales es la de modificar el ambiente dónde se desarrolla. Al igual que los árboles, nosotros también transformamos el paisaje exterior: caímos ahí, es cierto, nuestra semilla comenzó a desarrollarse en medio de un cúmulo de circunstancias, pero un árbol, a medida que crece, actúa con su metabolismo, absorbe nutrientes del suelo, elabora la luz del sol con sus hojas, deposita energía en sus ramas, su tronco va creando sombras, genera microclimas a sus pies, se autofertiliza con sus propias hojas caídas, pues ellas se convierten en el humus que le alimenta. El suelo en torno a la semilla recién plantada no es igual al entorno de un árbol viejo. La vida, en todos los niveles, desde la más elemental a la más compleja, modifica y modela al ambiente, para beneficio y mayor crecimiento de la vida. La vida genera condiciones para abundar en más vida, a no ser que se haya convertido en una máquina depredadora del ambiente y la modificación en que esté implicada sea la desertización.

De un modo u otro el paisaje exterior resulta necesariamente modificado por nuestra acción. Desde el más insignificante ciudadano consumidor hasta el mayor productor industrial somos responsables del gravísimo desastre medio ambiental que crece y crece, complicado ahora con los retorcidos manejos de la geopolítica. Todos somos responsables.  

EL PAISAJE INTERIOR

El ‘paisaje interior’ es la extensa geografía de nuestro Campo Cognitivo, nuestro mundo interior, los eventos y tonalidades que habitan en nuestras almas. Y este paisaje, aunque solo parcialmente,también depende de nuestra acción: somos nosotros quienes creamos ese mundo, quienes lo poblamos y marcamos con el sello de nuestra acción, acción cognitiva en este caso.

Pero solo en parte somos responsables de lo que sentimos y pensamos, pues todos esos eventos de nuestro mundo interior vienen determinados por inercias previas. Lo que soñaremos esta noche está condicionado por el tipo de pensamientos, actividades y sentimientos que hayamos experimentado el día previo. A su vez, ese sueño será un factor que quizá module mi estado de ánimo al despertar mañana. Lo de hoy está condicionado por lo de ayer.

Y también esto es cierto en niveles más amplios, carácter y personalidad, por ejemplo: el paisaje interior de un depresivo es gris-oscuro, su horizonte es estrecho, los eventos que destacan suelen ser negativos, alarmantes, se muestran como fatalidades ante las cuales el sujeto está inerme. El mundo interior de un conquistador, en cambio, es muy diferente, amplio y energético, lleno de vigor, parece ofrecerse a la pasión de un sujeto expansivo y triunfante. Las características del paisaje interior se remontan a eventos que suelen ser anteriores al nacimiento de quien las experimenta; el carácter ya venía en los genes, y la personalidad se construye en una criatura aún tierna, plásticamente modificable por contagio del medio ambiente. El paisaje interior de los sujetos suele ser la prolongación del clima emocional compartido en su infancia: las familias tienen un clima peculiar, una manera de percibir su entorno social, códigos de pensamiento, estilos para la resolución o el planteamiento de problemas. Hay familias de conquistadores dominantes y otras dominadas por la derrota y el sentimiento de fatalidad.

Estos paisajes internos, que dependen solo en parte de la voluntad del sujeto, resultan difícilmente modificables. Un terapeuta busca estimular el ánimo del depresivo, por ejemplo, hacerle ver otros escenarios, activar su voluntad; pero, como ese clima interior está determinado por inercias previas a las que difícilmente llega la voluntad, tanto terapeuta como paciente se topan con una muralla. La acción por modificar el ‘paisaje presente’ se enfrenta necesariamente al ‘pasado condicionante’ y a las fuerzas inerciales de la costumbre. La voluntad no puede actuar sobre los hechos del pasado, solo podrá actuar, y en parte, sobre sus consecuencias.

Vivimos en una época muy voluntarista: “tu puedes” es el lema de muchísimos padres, terapeutas, influencers y seguidores en red. Sin embargo, con frecuencia, se observa que ese padre que agita la bandera del ‘tu puedes’ está dominado por sus propias impotencias, las que él mismo no pudo superar en su momento. Frente al “no puedo” de un hijo/a, la comprensión y el conocimiento de lo que está pasando en su interior son el mejor camino para reactivar su voluntad. Pues en sentido contrario, el sentimiento de culpa asociado a la acusación de “tu puedes y no lo haces” suele generar más impotencia y debilitar aún más la voluntad del acusado.

Conocernos a nosotros mismos abre el camino a la acción de la voluntad. La voluntad sin conocimiento es como un barco sin timón, quizá el motor funciona, pero, sin timón ¿adónde va y qué puede hacer salvo naufragar?

La voluntad es un factor en todo lo que hacemos, incluso si no nos damos cuenta, (pues hay voluntades tan inconscientes como la de un vegetal que busca la luz, fototropismo, sin darse cuenta de su acción). La voluntad es una fuerza de la naturaleza evidente en los seres vivos, en nosotros, por lo menos. El conocimiento, la capacidad de ver y vernos, de comprender el efecto de nuestra acción sobre este doble paisaje, también es una capacidad natural, más o menos desarrollada según en quien.  

Para salir de nuestras crisis personales y ampliar nuestro paisaje interior hace falta VOLUNTAD y CONOCIMIENTO.

También hace falta voluntad y conocimiento para superar el marco del paisaje exterior y salir del pantano social y medioambiental en que nos hemos metido como especie, esta espiral de calentamiento global sumado a la sobrecarga armamentística y bélica en que estamos enfrascados.

Pero conocimiento no es información, y mucho menos fake news, ‘eso’ que siembran profusamente los medios, a veces burda manipulación con inducción al odio, al miedo y a la violencia colectiva. La ampliación del paisaje colectivo que estamos creando como especie exige conocimiento del complejo juego de intereses implicados. ¿Significa esto que sin conocimiento de geopolítica somos meras marionetas? Quizá sí.

Y una exigencia más: se requiere suficiente amor. Porque incluso el mejor conocimiento, si carece de amor al ‘otro’, al ‘prójimo’ del cristianismo, al ‘hermano’ del islam, al ‘ciudadano’ ateo o comunista, a lo que está al otro lado de nuestra frontera, difícilmente pasará de ser una mera justificación de nuestra egoísta exclusión de lo diferente, de nuestra implacable eliminación de todo lo que no se ajusta a nuestros juicios y prejuicios. Del mismo modo que sin conocimiento la voluntad se queda ciega, el conocimiento sin AMOR se convierte en absurdo y sin sentido; y no solo eso: en peligrosa violencia de unos sobre otros.

VOLUNTAD-CONOCIMIENTO-AMOR

Por la capacidad de amar salimos de nuestro doble paisaje, porque el amor es una fuerza inclusiva y el doble paisaje, interior y exterior, suele ser excluyente. Por amor a una Realidad más amplia que los intereses de nuestro Ego, por amor a la Vida y a la esencia que nos incluye a todos, superamos los límites de nuestro círculo inicial y ampliamos nuestro relato. Por amor a lo que somos como especie nos abrimos a una comprensión verdaderamente global, esa que incluye nuestro paisaje interior, (las peculiaridades de nuestra individualidad), y las funde allí donde convive el paisaje exterior de una Humanidad tan variada, generosa y cooperativa, como las células de nuestro cuerpo.  

Digamos ahora que el ‘paisaje’ es el ‘fenómeno’, lo que se muestra de algo que escapa a los sentidos, esa escurridiza realidad que llamamos ‘noúmeno’ o esencia. Así es que busquemos más allá de lo que se ve. Pues la clave de lo que somos reside en la mirada que contempla este doble paisaje. Necesitaremos VOLUNTAD para este empeño, esa tensión viva, fuerza vital y vibrante en la raíz misma de lo que somos; necesitaremos también CONOCIMIENTO, mapas neurológicamente dibujados con todas nuestras observaciones y experiencias; y por supuesto AMOR, ese campo de energía unificador en que el uno particular se ha fundido con la realidad múltiple del Uno Superior.

VOLUNTAD, CONOCIMIENTO Y AMOR: esta es la triada funcional que nos permite ampliar los límites de nuestro doble paisaje, que nos acerca a la esencia de lo que somos y termina por fundir lo interno y lo externo.

Quizá lo único que podamos ‘adquirir’ sea más conocimiento, pues la ‘voluntad’, y el ‘amor’ dependen de nuestro ser más profundo, ambas son expresiones de una fuerza natural que viene instalada de fábrica en el chip genético. Y el conocimiento las necesita: sin amor al conocimiento este no prospera, y para el conocimiento también hace falta mucha voluntad.

Si bien estas son potencialidades naturales, observemos siempre que ‘naturaleza’ no implica fatalidad, pues, al igual que un músculo, las cualidades y defectos genéticos se refuerzan y modifican por la práctica. La práctica de la acción voluntaria fortalece la voluntad. La capacidad de amar crece con la práctica del amor. Así, conocimiento, voluntad y amor se refuerzan y potencian mutuamente.

El punto de partida es darnos cuenta dónde estamos: FRENTE AL DOBLE PAISAJE, INTERIOR Y EXTERIOR. ¿Qué es lo que ves?

Francisco Bontempi

Médico y Psicoterapeuta

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