LOS CONTRAPUNTOS DEL EGO II

Posted By pfbontempi on Mar 7, 2021


“Todo enfermo construye una fantasía inconsciente, y una teoría consciente, acerca de su enfermedad (o de su vida) y de la forma en que podría curarse (o realizarse). La meta del procedimiento psicoanalítico es obtener un cambio en la significación de una historia. Este cambio, que equivale a una re-significación de los hechos, sólo puede consolidarse como transformación irreversible, como cambio en el estado de una estructura”.  L. Chiezza

LOS CONTRAPUNTOS DEL EGO  II

EGO Y VOLUNTAD

La noción del yo o ego está asociada a la de voluntad: yo quiero, yo decido, yo hago, yo mando, yo me someto, yo me recojo, yo me expando, yo te acepto, yo te rechazo, yo pongo tales condiciones. La voluntad es una fuerza vital y el sello que define al yo. En la naturaleza hay voluntades fuertes y voluntades débiles, ocurre con los animales y con nosotros. La voluntad está en la raíz de nuestros movimientos y construcciones, modos de vida y en el destino o trayectoria que nuestras acciones configuran.

En occidente, el amargo Schopenhauer, enganchado a un pesimismo desvitalizado y oscuro, la vio sin embargo  como la fuerza fundamental de la naturaleza y del hombre.

En oriente, Vivekananda, inspirado en la cultura hindú, vio también en la voluntad a la raíz de toda acción o karma, comprendiendo que: nuestra voluntad genera karma o movimiento, y que esto desencadena nuevas situaciones, reacciones del entorno, que condicionan nuestra evolución y determinan un nuevo paisaje frente al cual la voluntad se volverá a definir.  Y así en una continua espiral evolutiva.

Esta evolución retroalimentada plantea un problema determinista, ya que, si la acción del sujeto se genera en un yo-ego anclado a su pasado, (a sus inercias familiares y estructuras sociales condicionantes), la acción que de allí nazca, impregnada por ese origen, le llevará a cerrar un círculo que le fija aún más a su pre-determinación. Pues la voluntad no es una fuerza absoluta, sino que actúa necesariamente a través de condicionantes biológicos y sociales; estos pueden atrapar a la voluntad, como un campo magnético a una viruta de hierro, cerrando así al proceso evolutivo sobre sí mismo, convirtiendo al ego en un nudo ciego, atrapado en una espiral de repeticiones, lo que Freud llamó ‘compulsión de repetición’, un rasgo de la neurosis.

Para evitar este determinismo egotista y anti evolutivo Vivekananda propone el camino del karma-yoga, la ‘acción desinteresada’; en la misma línea el budismo plantea la actitud de compasión y desprendimiento; y las tres grandes religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo e islam, describen la generosidad y el amor al otro tanto como a uno mismo. En todas las culturas se sugiere o predica (aunque no se practique) abrir la cápsula del ego, salir del círculo de confort, descubrir y aceptar la multiplicidad de yoes que constituye la humanidad. Y este es el camino del altruismo, apuntando hacia la esencia de lo humano, origen mucho más antiguo y profundo que el de nuestra familia o cultura particular.

La voluntad, por otra parte, es una noción ligada a la de libertad, concepto discutible que podemos definir como ‘posibilidad de ejercer la voluntad’.

EGO Y LIBERTAD

La RAE define a la libertad como “la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, o de no obrar, por la que es responsable de sus actos”. La he llamado concepto discutible porque ¿Somos realmente libres de tomar el camino del egoísmo o el del amor altruista? e incluso, más ramplonamente, ¿somos libres de votar izquierda, derecha o abstenernos? ¿O elegimos predeterminados por condicionamientos biológicos, mediáticos e históricos?

De forma espontánea y natural todos tenemos una sensación de libertad, asociada a ese núcleo generador de impulsos hacia la acción que llamamos voluntad; y la nuestra no es muy diferente a la del animal salvaje: se mueve según su naturaleza, que, aunque esté condicionada, es la suya, pues enjaulado sufre. Es libre quien puede ejercer su voluntad y moverse con ella. El preso no es libre de ir donde quiera. Y los ciudadanos ‘normales’ tampoco pueden ir donde quieren sino donde pueden. Poder moverse, en nuestro mundo amurallado, está cada vez más condicionado por el complejo entramado político-socio-económico. Para el animal, los límites de su movilidad selvática están determinados por las características del nicho ecológico al que pertenece. En nosotros, animales híper domesticados, educados y civilizados, los límites de nuestra movilidad están determinados por ‘normas’, barreras y reglas sociales.

Sin embargo, libertad no es lo mismo que movilidad: hay esclavos de su ego programado, con mucho dinero, que tienen amplia movilidad y que carecen de la libertad de un lúcido Mandela, encarcelado durante treinta años. Está claro que no somos libres de atravesar muros ni volar sin un artefacto, pues estamos en primer lugar determinados por nuestra naturaleza biológica, y en segundo lugar por el mundo condicionado y condicionante que nos haya tocado en suerte. Nuestra voluntad solo se puede ejercer dentro de los muros de esta doble naturaleza, biológica y cultural. Y como nuestra movilidad es limitada, nuestra libertad es más una ‘libertad interior’, libertad de consciencia y pensamiento, libertad de reflexión y comprensión. Piénsese por un momento en la severa restricción de movilidad del gran físico Stephen Hawking, encadenado a una terrible inmovilidad, y sin embargo capaz de mover la energía en sus circuitos neuronales buscando el conocimiento del Universo que nos incluye.

Una máquina no tiene libertad para salirse de sus posibilidades pre establecidas, y el ego, en buena medida, es una máquina programada para seguir patrones de carácter predeterminado; las personalidades y destinos humanos suelen ser bastante predecibles. Dado que nuestra voluntad, como fuerza impulsora de la acción, está condicionada por el entorno que configuró al ego, (y que nos inclinó a gustos, apetencias, instintos, capacidades y posibilidades de movimiento), prefiero hablar entonces de ‘autonomía existencial’, un concepto más relativo y menos absoluto que el de libertad. Solo nos podemos mover, dentro de los parámetros que nos definen, en una estrecha banda donde estamos dotados de esta relativa autonomía existencial.

EGO Y AUTONOMÍA EXISTENCIAL

A pesar de esta autonomía, difícilmente podemos cruzar el límite de nuestras incapacidades. Podemos discriminar nuestras circunstancias y tomar decisiones, según la evaluación que hagamos; podemos comprender que nuestras decisiones y acciones afectan a nuestro entorno, convirtiéndose en ‘consecuencias’ que rebotarán sobre nosotros mismos. Sin embargo, ensanchar la banda y ampliar nuestros límites es un trabajo sobre la estructura del ego mismo, una tarea de crecimiento que exige disciplina, máxima dedicación y compromiso.

Algunos de estos límites dependen de nosotros, otros son medioambientales. El miedo, por ejemplo, es un límite interno que restringe nuestros movimientos. Un sueldo escaso o un fusil en la espalda son un límite externo.

LÍMITES INTERNOS. Carácter y personalidad son un conjunto de normas y programas (conscientes e inconscientes) que enmarcan la autonomía del Ego dentro del molde que le auto define e identifica con una forma: ‘yo soy así’. Nuestra forma es un límite que resultará superable o insuperable según el grado en que estemos adheridos, identificados o anclados a esa forma.

El Ego o Yo funciona inercialmente, con independencia de la consciencia. En buena medida es inconsciente de su realidad corporal, de ella solo percibe escasas señales: me duele la cabeza o ¡qué bien me siento! Si no somos un mecánico profesional, el funcionamiento del Yo suele ser tan automático como la conducción que hacemos de nuestro coche, además de un par de señales en el cuadro de mandos percibimos algunos detalles del paisaje exterior, pero viajamos desconectados de su naturaleza más profunda y esencial, ignoramos lo que realmente está ocurriendo en la máquina, tal como desconocemos, con frecuencia, las entretelas donde se cocina el relato del Moi. A veces atisbamos, sin embargo, la posibilidad de una realización mayor, intuiciones que pueden activar nuestro crecimiento hacia el estadio siguiente en la evolución del ego: el Yo Superior.

LÍMITES EXTERNOS. Más allá del ego, en un círculo de mayor radio y afectándole directamente, hay un nuevo conjunto de normas, programas y condiciones: la serie de circunstancias ecológicas, socio-políticas y económicas que configuran ‘el mundo’.

¿CÓMO ES LA RELACIÓN ENTRE EL YO Y EL MUNDO? Esto varía según el grado de consciencia que cada sujeto tenga de sí mismo y de su entorno. Algunos egos no verán la relación y se percibirán desvinculados, separados y ajenos: –el mundo no va conmigo, yo paso, estoy al margen, soy diferente- arrastrando con esta ilusión de separación al propio cuerpo, pensado como una entidad independiente de los otros y del ambiente. Otros egos, en cambio, tendrán una clara consciencia de su medio y actuarán en consecuencia. Entre un extremo y otro hay un abanico de percepciones de esta relación, determinadas todas por los moldes caracteriales y cognitivos de cada sujeto.

El yo actúa en el mundo como una palanca movida por la vitalidad y la voluntad, consecuentemente es un instrumento que afecta al desarrollo del mundo y al desenvolvimiento de nuestro ser. Sin embargo, con frecuencia nuestro ser termina convertido en un conjunto de limitaciones condicionadas, y el ego en un condicionante negativo de esa posible evolución. Conocerlo entonces es eficaz, pues, ya que es muy difícil cambiar al mundo, es más útil ganar autoconsciencia y ampliar los límites de nuestra autonomía existencial, crecer hacia la amplitud del ‘Yo Superior’.

Mientras no hayamos conseguido suficiente consciencia de lo que somos y de cómo funcionamos es imposible que seamos libres de nosotros mismos. La primera limitación reside en nosotros: de allí la máxima latina ‘vincet qui se vincit’ (vence el que se vence a sí mismo). Solo que conocernos nos plantea la inevitable necesidad de conocer el medio al que pertenecemos; pues dos aspectos aparentemente tan diferentes, ‘yo’ y ‘mundo’, están absolutamente imbricados.

¿DISOLUCIÓN O MADURACIÓN DEL EGO?

El concepto de disolución o muerte del ego, usado con frecuencia, es muy posible que esté relacionado con un sentimiento de culpabilidad ancestral, tan bien reflejado en varias mitologías: hay algo malo en el yo y este debe morir. Sin embargo, como hemos visto, el yo no es una arquitectura definitiva e inmutable sino un proceso que cumple una función en el conjunto del ser, dinamismo que evoluciona a través de los avatares vitales: gestación, infancia, adolescencia, juventud y madurez, son fases a través de las que es posible discernir lo que Alexander Lowen llamó el ‘sino’, o modo característico con que cada sujeto está inmerso en un ‘guion de vida’, guion coherente con las manifestaciones del ‘personaje’. El sino de ese personaje se desarrolla a partir de la genética básica y de una personalidad marcada por el entorno socio-familiar, allí se forja el entramado caracterial que con el tiempo se manifestará como el personaje que cada uno actúa en el gran teatro del significado. El ‘personaje’ es el ‘Moi’, la representación del yo implicado en su guion vital. Las contradicciones internas de este personaje, forjadas en las contradicciones de su ambiente original, suelen llevar al rechazo del propio ego, lo que es un síntoma de neurosis; en vez de intentar eliminarlo es más útil conocerlo, comprenderlo y aprender a usar ese instrumento a través de su maduración, crecimiento y superación de contradicciones.

El yo cumple una doble función: como organizador de la acción del sujeto y como filtro operativo del mismo. El ego filtra la Realidad convirtiéndola en percepción. Su discurso es: yo soy el filtro que integra ciertos aspectos de la realidad y rechaza otros. Y realidad es que necesitamos discriminar, elegir, seleccionar, para poder funcionar en el mundo.

¿Qué posibilidades tiene el Yo de superar este sino, modificar su guión de vida, cambiar el marco o personaje? Hay cambios que se generan dentro y otros que vienen de afuera. Las grandes sacudidas del entorno, tanto ecológicas como sociopolíticas, tensan y convulsionan las estructuras caracteriales y egóticas de los individuos. El mundo pone a prueba a cada sujeto, hasta hacer evidente lo que cada uno es. En la crisis de 1933 muchos sujetos se suicidaron y otros experimentaron grandes mutaciones del carácter. La actual crisis, con estas fuertes sacudidas de lo que somos y de lo que creemos ser, nos invita a grandes cambios, y, eventualmente, a una realización superior.

Pero los cambios que nos vienen ‘de afuera’ tienen más de imposición o fatalidad que de evolución liberadora; como con la paradoja de los conquistadores: arrasaban un poblado indígena para hacer repetir a los sobrevivientes -yo soy libre gracias a esta liberación-.  Los estímulos externos pueden servir para despertar nuestras posibilidades internas, tal como la tierra recién arada activa a ciertas semillas latentes. Sin embargo, el camino de realización del Yo, evolucionando desde su raíz primordial hacia el descubrimiento de la dimensión esencial, de la realidad transpersonal, ocurre por las cualidades íntimas de la semilla, aunque también y necesariamente, por la presencia de las condiciones adecuadas para su germinación.

Uno de los objetivos de toda buena psicoterapia es el conocimiento de lo que somos y de cómo funcionamos.  El proceso reflexivo, la búsqueda de objetivar lo que somos, el conocimiento experimental y su deconstrucción analítica, convierten en conocimiento consciente lo que hasta ahí era funcionamiento automático. Y es precisamente el conocimiento, (que no información), lo que abre el camino a la realización y madurez del yo.

Esta realización ocurre en un proceso de doble sentido donde deconstrucción y construcción se simultanean. En una vía descendente hay una deconstrucción progresiva del software-neuronal, del conjunto de programas condicionados y condicionantes de nuestro ego; se va desagregando la máquina y convirtiendo en ‘conocimiento consciente’. Mientras tanto, en la vía ascendente, el yo primordial, con auto evidencia de su raíz esencial, superando las compulsiones viscerales del Je y la identificación con el relato y personaje del ‘Moi’, emerge hacia la plena realización del Yo superior.

El homo realizado, el ser iluminado, el ser en estado de gracia, la plenitud/vacuidad de nuestra naturaleza original, son la unidad funcional de un ser que incluye integralmente todo lo que somos.

CONSCIENCIA SIMULTÁNEA/CONSCIENCIA SECUENCIAL

Para que se haga efectiva la posibilidad que promete la esencia hace falta que se desarrolle una capacidad de atención multifocal’. A través de la meditación y otras técnicas, se despierta un estado de simultaneidad, donde el sujeto experimenta como todo lo que es está ocurriendo al mismo tiempo. En este estado de ‘Consciencia Simultánea’ el Yo superior es capaz de estar allí y aquí al mismo tiempo, en los pies tanto como en las manos, en el latido del corazón como en el ritmo respiratorio, en lo visceral y en lo íntimo mental, en el entorno material y en lo sutil espiritual: es una experiencia de la Unidad Esencial del Ser.

Sin embargo, este no es nuestro estado habitual. Una de las características del ego inmaduro es la ‘Consciencia Secuencial’, modalidad de la consciencia caracterizada por la fragmentación; cual efecto de un foco circunscrito y errático está siempre saltando de una cosa a la otra, enfocando aquí y luego allí, colgando del tren variable del pensamiento, a merced de estímulos externos. En el estado de consciencia secuencial podemos pensar, pero no experimentar esa unidad superior que trasciende los vaivenes y discontinuidades de esta forma inferior de consciencia.   

Hay muchísimas técnicas, disciplinas y ejercicios espirituales, que abren el camino a la consciencia simultánea, a ese momento más despierto y menos automático, estado de alerta (awareness) a ese algo esencial que está simultáneamente en todo lo que somos.

¿UN EGO ESPIRITUAL? 

Este modelo de un ‘ego natural’ a muchas personas les produce rechazo, les parece materialista, sin darse cuenta de la profunda sutileza espiritual de la realidad material; optan por afirmar que el ego es una ilusión, una especie de fantasma sin sustancia que habita en el cuerpo y degrada al espíritu. -Quiero quitarme al ego, dicen, -para experimentar la plenitud de mi naturaleza espiritual. Por SU CREENCIA ESPIRITUAL creen en un yo trascendente, al que imaginan ajeno al cuerpo y al entorno material, se apoyan en el relato de un ego espiritual que existiría en el cuerpo, del mismo modo que un piloto habita su vehículo, al que abandona una vez agotada su trayectoria para residir en un mundo inmaterial. En este evidente dualismo, la parte noble es el espíritu y la materia un saldo menor. Se ha invertido en 180 grados la creencia materialista: el postulado es ahora el de un yo conectado con una realidad divina y no material, un yo ajeno al cuerpo y a la biología, cuya naturaleza pertenece a otra dimensión, a la de cuerpos etéricos, espíritus desencarnados, almas en pena o gloria, ángeles y demonios; creencias en todo caso, para no llamarlas hipótesis, de lo que es la Realidad que nos incluye.

LA CREENCIA MATERIALISTA es exactamente la mismo, solo que al revés: la realidad material-energética y el cuerpo orgánico son la cuestión básica, y el ego espiritual la ilusión, el fantasma inexistente.

Estas opiniones mutuamente excluyentes ¿no son acaso la misma, solo que leídas desde dos ángulos diferentes? Dejo al buen lector la respuesta; quizás al final sea cuestión de lenguaje y conocimiento; o de fe, ¿o de los esquemas mentales de cada uno?

Ni uno ni otro modelo han resultado satisfactorios a mi razón reflexiva y meditativa. El tipo de ego que analizo en estos artículos es una expresión espiritual de la naturaleza material; es una estructura que evoluciona y emerge de forma natural en una realidad que es material, por supuesto, pero que, al mismo tiempo, revela su naturaleza espiritual a través de las peculiaridades de esta entelequia que hemos llamado yo o ego.

UN YO TRINITARIO

Después de meditar y reflexionar sobre los distintos ángulos desde los que hemos mirado al EGO, me quedo, por ahora, con el esquema que aquí estoy esbozando: El YO es un punto virtual en el encuentro de tres fuerzas que, tal como en la Y, se unen en un punto central. En esta triangulación cualquiera de ellas puede hacerse proporcionalmente más grande y dominar sobre las otras, o estar equilibradas.

El YO es la concurrencia de tres yoes funcionalmente diferentes: el ‘yo primordial’, inseparable del sustrato más profundo del ser, ligado a la Realidad Natural de la que emerge; el ‘Yo (Je)’, determinado por los automatismos del carácter, los condicionamientos emocionales y la fuerza visceral; y el ‘Moi o mí mismo’ generado en la autoimagen y su relato convertido en personaje. Es necesario, sin embargo,comprender que el yo no es exactamente una suma de yoes, ni el ser una suma de partes, hay una sola naturaleza que evoluciona ocupando ciertos espacios y desarrollando determinadas funciones. Estos tres aspectos del ego no son excluyentes, sino que se incluyen mutuamente. La descripción que hacemos de un árbol constituido por raíz, tronco y follaje no lo separa en esas partes: la naturaleza de la raíz se prolonga en el tronco y este se extiende por las ramas.

Estas tres nociones del yo son las que utilizamos en los diferentes juegos terapéuticos. El concepto de ‘juego terapéutico’ desconcierta mucho a quien desconoce la práctica de estos asuntos: la palabra ‘juego’ es una mala adaptación del inglés, ámbito lingüístico en el que se desarrolló el concepto de ‘rol play’, siendo ‘play’ una palabra que vale para ‘juego’ y también para ‘actuación’.

Estos juegos, actuaciones o movimientos se desarrollan sobre tres ejes:

UNO: El eje del ‘niño/a interior’, con su narcisismo primario, sus necesidades y apegos, sus berrinches emocionales, sus heridas originales, su fuerza emocional y visceral (Je), es el eje dominante en la primera infancia, de 0 a 7 años. El ‘Yo primordial’ es un sustrato aún más antiguo, está implícito en un ser que es pura naturaleza, el feto primero y el niño intrauterino luego, ajenos a cualquier adscripción cultural. La segunda infancia, de 7 a 14 es una compleja transición entre el primer y segundo eje.

DOS: El eje del ‘ego-autoimagen’ (Moi), con su sofisticado andamiaje de carácter y personalidad, sus programas intelectuales, sus filtros perceptivos, sus modelos y relatos de sí mismo, sus justificaciones, sus auto explicaciones. Aunque no exclusivo, es el eje dominante en la adolescencia, de 14 a 21 años, donde ya se ha perfilado claro un tipo de personaje.

TRES: El tercer eje, donde el ‘Yo superior’, que hasta este momento solo ha sido una capacidad potencial, aparece ahora como la fuerza que impulsa a todos los aspectos del ser hacia su totalidad. Es el impulso de unificación que nace en una naturaleza esencialmente unitaria, es la fuerza que recoge e integra al Yo primordial con las etapas siguientes de su evolución.

En el Yo superior emerge la Esencia, iluminando la totalidad simultanea de lo que el ser es, como un campo de aceptación e integración Es la plenitud de la integración psicosomática.

En este campo unificado, se reconoce la relativa individualidad del Yo primordial, devenido en Yo superior; pero no se lo experimenta como independiente del entorno, ni desligado o disociado de la Realidad, del Universo o de la Humanidad. El Yo superior, plenamente fundido, es capaz de objetivar y poner en evidencia tanto al ‘Je’ y su fuerza visceral como al ‘Moi’, cuyos condicionamientos particulares y programas culturales ha trascendido.

El Yo superior y el Campo esencial que le integra, van más allá de las identificaciones biológicas y culturales del ego inmaduro, con todo lo que de separación hay en ellas. Son el sostén de lo que podemos llamar Consciencia Superior, amplitud objetiva, máxima autonomía existencial, compasión por los seres y sus vidas, amor incondicional; aquí reside el fundamento e inspiración, tanto del conocimiento científico, como del conocimiento místico-espiritual.

El sujeto que ha trabajado desarrollando una maestría de sí mismo puede reducir la rama del ‘Je visceral’ a prácticamente cero; también puede desidentificarse del ‘Moi’, de su personaje, del yo relato y la auto imagen, reduciendo drásticamente esa rama de la ‘Y’. Cuando esas reducciones ocurren se hace evidente el ‘Yo primordial’, como germen del emergente ‘Yo superior’, profundamente conectado con la Naturaleza Real.

En la realización del ‘Yo superior’ ya no hay más una entidad separada sino un ser plenamente integrado con la Realidad. Y así fluye en ella, interdependiente, solidario y cooperativo, sustancia de su sustancia y esencia de su esencia.

En el ‘Yo superior’ se ha superado la contradicción entre materialismo y espiritualismo, los diferentes brazos del conocimiento confluyen en una Realidad con mayúscula que es tanto espiritualidad materializada como materia espiritualizada; y estas cuestiones ya no son teoría o relato sino la pura experiencia de Ser.

CERRANDO EL CONTRAPUNTO

Para experimentar esa Unidad esencial: Bórrense todas las imágenes que estas reflexiones pudieron haber generado en su mente. Póngase a meditar (no importa la técnica utilizada con tal que sea efectiva) hasta que desaparezca toda representación de sí mismo/a, que se disuelva toda auto referencia; hasta que la ‘Y’ de los tres ejes se convierta en el ‘punto’ virtual de un ego evanescente, hasta que se haga evidente esa ‘Consciencia Simultánea’; donde sea clara e indudable la experiencia de ‘la unidad y simultaneidad del ser’.

Como el Yo visceral es pura acción, emoción y movimiento, en este proceso no luchas por contenerlo, simplemente lo observas. Tampoco luchas por deshacer o desmontar tu relato, simplemente lo observas, tal como se configura en tu mente, como un eco de tu hacer. 

Emerge entonces, evidente en sí misma, la presencia esencial, como el sustrato de toda acción o movimiento, como la simultaneidad de la diversidad que eres. Sin la esencia que le conecta con el conjunto del ser, el ego puede parecer una estructura densa y sólida, pero no pasa de ser, sin esa referencia a la totalidad, un sin sentido, un mero aspecto del ser, separado dentro de sí mismo y separado del entorno.

La esencia es ‘ESO’ que pone en evidencia al nexo entre las partes que nos constituyen, que ilumina la conexión inseparable entre el individuo y el todo, la que hermana a la parte con su contexto, que reúne al ser consigo mismo; ‘es que es lo que es’, en ausencia de cualquier representación.

Por el contrario, el EGO que no haya evolucionado a Yo superior, es un programa de supervivencia que retroalimenta la identificación con sus condicionamientos, un nudo con tendencia a cerrarse sobre sí mismo, un conjunto de programas y compulsiones del carácter. Y, sin embargo, a pesar de su incapacidad, en ese ego tripartito reside la posibilidad y la esperanza de realizar y comprender su unidad esencial.

¿Verdad que el lenguaje puede enredar muchísimo las cosas? Sin embargo, esta es la herramienta que usamos para construir los mapas cognitivos de lo que somos, para dibujar nuestros personajes, para entender nuestros guiones y, eventualmente, para separar el grano de la paja y dilucidar nuestra esencia.

Lo que no puede ser dicho

Qué dicho ha sido mil veces

Y otras diez mil nombrado

Sin poder ser acotado

Y mucho menos descrito.

Lo que no puede ser dicho

Lo que no puede ser visto

¡El vacío sombrero del mago!

¡La sorprendente creación!

¡La esencia!

Francisco Bontempi

Médico y Psicoterapeuta

LOS CONTRAPUNTOS DEL EGO II

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