“Para comprender el universo al nivel más profundo, necesitamos saber no tan solo cómo se comporta el universo, sino también por qué. ¿Por qué hay algo en lugar de no haber nada? ¿Por qué existimos? ¿Por qué este conjunto particular de leyes y no otro? … No hay imagen ni teoría que sea independiente del ‘concepto de realidad’ que tenga el observador … Estos conceptos mentales son la única realidad que podemos conocer … quizá el verdadero milagro es que reflexiones lógicas y abstractas conduzcan a una teoría única que predice el vasto universo que nos incluye, lleno de la sorprendente variedad que observamos”. Stephen Hawking (El gran diseño)
“Estoy repleto de ti. Piel, sangre, huesos, cerebro y alma. No hay cabida para la falta de confianza ni para la confianza. No hay nada en esta existencia más que esa existencia … Me encanta esto de no tener cabeza, de poder saborear sin boca, de recordar sin arrepentimientos, de recoger rosas y basílico sin manos, en esta llanura que se extiende hasta el infinito y que es mi dicha. Así este pájaro acuático se zambulló en su océano”. Rumi (La esencia de Rumi)
6 LA UNIFICACIÓN CON EL COSMOS-UNIVERSO
COSMOS Y UNIVERSO
La palabra ‘Cosmos’, de origen griego, significa orden, leyes o reglas con que está dotada la totalidad de la existencia; en su acepción más general significa Universo. La palabra ‘Universo’ viene del latín, ‘universus’ que quiere decir ‘total’, y ‘versus’ significa ‘hacia’, sugiriendo un proceso o movimiento hacia la unidad, evocada por el prefijo ‘uni’.
La posibilidad de ‘ir hacia’ la unificación con el Universo, concibiendo el orden de un Cosmos racional e inteligible, es la evolución tardía de una intuición previa: la fusión mística ancestral. La unidad que experimentan los primitivos chamanes tribales, como los ya citados pigmeos Baaka, o los ‘sabios desnudos’ de la india, origen de los Vedas y la cultura Brahmánica; en ellos está implícito el concepto pre-racional de una Unidad Total, idea previa a las construcciones del moderno pensamiento científico. (Vale la pena el excelente estudio de Juan Arnau, un astrofísico especialista en filosofías orientales: “La mente diáfana”).
La noción de ‘Universo’, cuyos límites desconocemos, del que no sabemos si es finito o infinito (lo que depende del enfoque teórico de cada científico, o de la creencia de cada uno), nos incluye necesariamente. Nosotros y el universo somos ‘Cosmos’, regidos por las leyes, reglas y ecuaciones que el científico busca desentrañar, y que el místico reconoce como la realidad natural a la que pliega su forma de vida.
Durante milenios carecíamos del concepto de ‘orden por leyes naturales’, la selva y el mar estaban gobernados por titanes, las estrellas eran antorchas de dioses inalcanzables, o solo alcanzables a través de la muerte. Mucho antes de descubrir que la vía láctea era nuestra galaxia, el universo que hoy ‘divisan’ nuestros telescopios no existía en nuestro conocimiento, el mínimo firmamento que alcanzábamos a divisar era un enorme misterio. Y el misterio continúa, pues, a pesar de los indudables avances en telescopios y ordenadores, de las modernas teorías e hipótesis, lo que sea el ‘universo real’ sigue siendo de extensión y profundidad insondables.
Nuestra especie ha necesitado y seguirá necesitando miles de años para comprender apenas una pisca del desconcertante mar en que hemos nacido. Durante miles de años nos pareció que la vastedad del Cosmos giraba en torno nuestro, que la Tierra era el centro de todo, pues en ella nacíamos y en ella éramos enterrados. Hoy sabemos que somos ciudadanos de una mota de polvo, pero que nuestra minúscula casa pertenece, por sustancia y ley natural, a esa Inmensidad.
Es cierto que nuestro modesto planeta y nosotros mismos estamos hechos de ese humilde ‘polvo’; pero es un polvo valiosísimo, la portentosa sustancia radical que nos hermana con todo lo existente, eso cuya complejidad subatómica aún no conocemos bien, eso que se inter-convierte de masa material a energía y viceversa, ‘MATERGIA FUNDAMENTAL’ (unidad original de masa y energía) que se cocina en enormes hornos estelares, concentrada en imponentes agujeros negros, extendida en enormes estructuras supra galácticas, sustancia en continuo movimiento, sustrato de todo lo que existe, incluida nuestra consciencia, ya que, con un plus inseparable de lo que somos, se organiza como redes de átomos, moléculas y tejidos vivos capaces de autoconsciencia.
¿Cómo algo tan pequeño como una hormiga humana puede unificarse con algo tan enorme? La posibilidad de unificación con una realidad tan descomunal, se nos abre por dos caminos diferentes: la vía mística y la vía científico-racional. El místico ‘se siente’ parte fundida en esa inmensidad, el científico ‘se piensa’ parte inteligible de la misma. Por dos vías cognitivas diferentes ambos llegan al punto de saberse unidos a ese orden total o Cosmos.
LA UNIFICACIÓN COGNITIVA
Si la consciencia humana no tuviera la capacidad de unificarse con todo eso que conoce ¿cómo podría conocerlo? En la raíz misma del acto cognitivo hay una unificación. El conocedor se extiende más allá de sus sentidos y comprende un mundo que no ve, pero al que su conocimiento toca. Muchos científicos de gran nivel describen ‘experimentos mentales’, o experimentan ‘sueños’ en los que su cognición penetra en determinados aspectos de la realidad.
En algún momento EINSTEIN se describía en un ‘experimento mental’ viajando en un rayo de luz para entender la naturaleza de ese movimiento. Escribía también que: “Un ser humano es parte del Todo que llamamos Universo, una parte limitada en el tiempo y el espacio, un ser convencido de que él mismo, sus pensamientos y sentimientos son algo independiente de los demás, lo que es una especie de ilusión óptica de su consciencia. Esa ilusión es una cárcel para nosotros, los limita a nuestros deseos personales y a sentir afecto por los pocos que tenemos más cerca. Nuestra tarea tiene que ser liberarnos de esa cárcel, ampliando nuestro círculo de compasión, para abarcar a todos los seres vivos y a toda la naturaleza”.
Estas afirmaciones del gran físico no solo ilustran su confianza en el conocimiento, sino su esperanza en progresivas unificaciones del espíritu humano, nuestra humanidad y la naturaleza. La ‘compasión’ de místicos como Buda, Jesús o Rumi, es la ampliación de su esfera cognitiva, mucho más allá del estrecho círculo del ego inferior: su consciencia ha penetrado en la realidad de otras vidas, las conocen, las comprenden y se experimentan a sí mismos unificados con aquellas.
Es verdad que somos organismos muy pequeños, pero, construidos con la sustancia prodigiosa que da ser al universo, con nuestros complejísimos circuitos cerebrales, dotados de tantas conexiones como estrellas hay en nuestra galaxia, tenemos suficiente red como para ‘asomarnos’ al enorme portento del Cosmos y la Consciencia: pues así lo experimentamos, reflejado en ese ‘espacio-inespacial’ que es el portento aún mayor del ‘Campo Cognitivo’, el espejo de la consciencia.
En último término se cumple aquello de que el conocedor y lo conocido, el Campo Cognitivo y el Cosmos que vamos conociendo son Una y la misma Realidad.
Sin embargo, el conocimiento (que es una cuestión de grados), no siempre nos conduce a la unificación; con frecuencia un conocimiento erróneo o inadecuado crea separaciones y desgarros en nuestros modelos de realidad.
Un conocimiento alto pero insuficiente, incapaz de concebir la unidad natural, puede alimentar la soberbia, las deformaciones narcisistas del ego individual e incluso las monstruosidades del ego colectivo. ¡Cuanto fanatismo ha conocido nuestra especie! De la mano de sujetos y pueblos que se creyeron iluminados y dueños de la realidad se crearon enormes y dolorosas escisiones. Nuestro conocimiento no debiera separarse nunca del sentimiento de humildad, la comprensión del viejo Sócrates, de que, por mucho que sepamos, siempre será infinitamente mayor lo que desconocemos.
E incluso con nosotros mismos, ¿podríamos ser suficientemente humildes como para ‘desconocernos’, para no dar nunca por supuesto lo que creemos saber de lo que somos? Porque es prácticamente seguro que, en cuanto creamos saber lo que somos, algo ocurrirá que nos sorprenda, que nos enseñe otra más, una faceta diferente, una dimensión totalmente nueva de lo que hemos creído ser. ¿No nos convertiríamos entonces en el misterio mismo de la existencia? ¿El éxtasis de una mínima mota de polvo ante el portento inabarcable de la Inmensidad?
EIHEI DOGEN, en Japón, S. XIII DC, escribía: “Estudiar la Vía del Buda significa estudiarse a sí mismo. Estudiarse a sí mismo significa olvidarse a sí mismo. Olvidarse a sí mismo significa hacerse uno con todas las existencias del Cosmos”; un texto que invita a superar la trampa del egocéntrismo, del ego atrapado en la ilusión de sí mismo, ‘identificado’ con su personaje, un yo-isla separado de su propia esencia y de la Realidad en su conjunto, un ‘alguien’ que se siente desgarrado, en desacuerdo y desarmonía con “la unidad de todas las existencias del cosmos”.
Es un texto este con una doble invitación: al banquete de los místicos, “a degustar la unidad máxima del éxtasis”; y a profundizar reflexivamente en el conocimiento del científico: “comprender la unidad del orden natural, las leyes que le unifican con el Todo.”
La conocida historia del “huevo de Colón”, que bien podría ser falsa, ilustra como, con frecuencia, se nos escapa lo evidente. Nasrudin es un personaje de la tradición persa y sufí, sus historietas ilustran las paradójicas maneras en que la mente común confunde idiotez y sabiduría.
EL HUEVO DE NASRUDIN
“Cierta mañana, Nasrudin envolvió un huevo en un pañuelo, se fue al centro de
la plaza de su ciudad y llamó a los que pasaban por allí:
—¡Hoy tendremos un importante concurso! –dijo— ¡quien descubra lo que
está envuelto en este pañuelo recibirá de regalo el huevo que está dentro!
Las personas se miraron, intrigadas. Nasrudin insistió:
—Lo que está en este pañuelo tiene un centro que es amarillo como una yema,
rodeado de un líquido del color de la clara, que a su vez está contenido
dentro de una cáscara que se rompe fácilmente. Es un símbolo de fertilidad y
nos recuerda a los pájaros que vuelan hacia sus nidos. Entonces, ¿quién
puede decirme lo que está escondido?
Todos los habitantes pensaban que Nasrudin tenía en sus manos un huevo, pero la respuesta era tan obvia que nadie quiso pasar vergüenza delante de sus vecinos.
Nasrudin preguntó dos veces más y nadie se arriesgó a decir algo impropio.
Entonces, abrió el pañuelo y mostró a todos el huevo.
—Todos vosotros sabíais la respuesta –afirmó— y nadie osó traducirla en
palabras”.
Hay verdades evidentes, como que el emperador vanidoso va desnudo, y sin embargo los súbditos temerosos callamos con miedo de arriesgar el cuello o quedar en vergüenza. Como dice Idries Shah: “las soluciones nos son dadas generosamente, pero estas personas siempre buscan explicaciones más complicadas para terminar no haciendo nada”.
En esta otra historia Nasrudin busca más allá de lo evidente:
“Nasrudin se encontraba una noche dando vueltas y vueltas en torno a una farola. Miraba hacia abajo con insistencia. Un buen vecino lo vio en su empeño y preguntó: —¿Qué estás haciendo Nasrudin, has perdido alguna cosa?
—Sí —respondió— estoy buscando las llaves de mi casa. Y el vecino se quedó para ayudarle a buscar. Después de un rato, pasó una vecina. —¿Qué hacéis? —les preguntó. —Estamos buscando las llaves de Nasrudin. Y ella también se puso a buscarlas. Luego otro vecino se les unió durante un largo rato, hasta que uno de ellos se cansó y preguntó a Nasrudin: —Hemos buscado tus llaves durante mucho tiempo, ¿estás seguro de haberlas perdido aquí?
—No, dijo Nasrudín. —¿Dónde las perdiste entonces? —Allí, en mi casa. ——Entonces, ¿porque las estamos buscando aquí? —Pues porque aquí hay más luz que en mi casa”.
(de “Las ocurrencias del increíble Mulá Nasrudín”, Idries Shah. Ed. Paidos)
Este cuento, interpretado habitualmente como una crítica al pensamiento ramplón de aquellos que no se buscan en “la intimidad oscura de su propia casa” quizá permite otro significado. Porque, si “las llaves de casa” significa “el conocimiento de lo que somos”, ¿no es correcto entonces entender que el conocimiento de lo que somos es preferible buscarlo dónde haya mucha luz, dónde podamos encontrarnos con nuestros vecinos, y no en la oscuridad solitaria dónde creamos habernos perdido?
Está bien la meditación en soledad, es necesaria, pero también es fundamental la comunicación, el encuentro de los vecinos en torno a la luz del conocimiento compartido.
Francisco Bontempi
Médico y Psicoterapeuta
LAS SIETE UNIFICACIONES -VI-
INDIVIDUO Y COSMOS