—¿Qué es lo que puedo hacer? —me preguntaste ayer. Es de madrugada, suelo despertar temprano, y hoy amanezco con tu pregunta que también es mía: el mundo está en crisis febril y podría ignorarla para saltar directamente a la respuesta: “no puedo hacer nada”, y así seguir durmiendo. Pero estoy vivo y soy parte de una realidad compleja. Creo que soy responsable en un sentido: lo que yo haga o deje de hacer afecta necesariamente a los seres de mi entorno; hijos, hijas, nietas, amigos, a mi interlocutor de ayer, e incluso a un potencial lector. Pero, en otro sentido, quizá yo no sea responsable de nada, el mundo es demasiado grande, y así te lo dije, en contradicción con la vieja enseñanza de que todos “somos responsables”. Pero, ¿responsables de qué? En nuestro siguiente encuentro volvimos a ello.
¿QUÉ ES LO QUE PUEDO HACER?
Dos: —Explícame, ¿cómo pudiste decir que quizá no seamos responsables de nada?
Uno: —Me has preguntado ¿qué puedo hacer? La pregunta implica la relativa ignorancia de alguien que no sabe qué hacer; y alguien que no sabe qué hacer ¿cómo puede ser responsable de nada?
Dos: —Parece lógico.
Uno: —Entonces, lo primero es asumir este punto de partida: no sé qué hacer, es decir, soy ignorante. Todo ser humano, yo y tú, comenzamos nuestra su existencia en la ignorancia. Nuestra especie evoluciona desde una limitada consciencia animal hacia un conocimiento progresivo de la realidad. Como individuos somos seres capaces de aprender. Partimos de la ignorancia, lo asumo, pero asumo que puedo aprender y llegar a comprender, y eventualmente alcanzar algún tipo de respuesta. La responsabilidad está al final del proceso cognitivo, no existe en la ignorancia.
Dos: —Entiendo que partas de la ignorancia. Pero siempre hay alguien que te enseña y te dice qué hacer: en el pasado fueron profetas que escuchaban la palabra de dios, líderes iluminados luego, maestros, profesores y sabios con mayor conocimiento.
Uno: —No es tan fácil. Que otra persona sepa algo no soluciona tu ignorancia. Tu profesor te puede decir que dos más dos son cuatro, y tú lo tomas como una verdad absoluta, te puedes incluso convertir en fanático de “esa verdad” y, sin embargo, no te has dado cuenta que esa verdad es relativa, que depende del contexto, del universo matemático en que se enuncie.
Dos—De acuerdo. Un ignorante que repite las voces de su líder sigue siendo un ignorante. Así es que me pregunto por nuestros líderes, ya no científicos sino sociopolíticos, ¿saben ellos qué está pasando? Más allá del estilo de culpar al adversario, ¿saben ellos qué hacer? ¿Me lo pueden decir?
Uno: —No conozco a nuestros líderes. Me quedan demasiado lejos. Alguno me parece un psicópata, otro cerebralmente dañado, y muchos simplemente ignorantes con pretensiones de algo. Otros son actores que repiten fórmulas, sin consciencia de sus consecuencias. Su poder es aparente, pero en un mundo dónde se vende y compra “apariencia” pueden acarrear enormes consecuencias. Descarto analizarles. Nuestra reflexión es inmediata. Aquí estamos tú y yo. ¿Qué podemos hacer tú y yo?
Dos: —De acuerdo. Dices que no nos vale repetir las fórmulas de otro. Que el conocimiento no es repetición y que debemos madurarlo por nosotros mismos.
Uno: —Correcto. Si solo repetimos las palabras de otro sin haberlas comprendido seguimos siendo ignorantes y, por lo mismo, tan irresponsables como una máquina: ella replica y usa programas que no comprende.
Dos: —No me había dado cuenta, entonces, ¿la inteligencia artificial es irresponsable?
Uno; —Por supuesto, una máquina es irresponsable, y el uso que nosotros hagamos de ella también puede serlo. Pero deja eso por ahora, nuestra cognición es humana y buscamos entender qué podemos hacer.
Dos: —Cierto, somos humanos.
Uno: —Lo primero que podemos hacer es lo que ya estamos haciendo: respirar. Respirar ampliamente, como si no pudiéramos hacer otra cosa. ¿Qué otra cosa podemos hacer? ¿Salvarnos de los procesos orgánicos en que nuestra existencia está implicada? ¿El envejecimiento y la muerte? ¿Salvarnos de los terribles procesos socio políticos que están ocurriendo? ¿Salvarnos del grave deterioro ecológico?
Dos: —Es imposible quedarnos al margen de todo eso, ya lo has dicho, todo eso nos afecta, pero nuestra posible acción es muy limitada.
Uno: —Es cierto. Pero respirar está aquí. Puedo respirar. Y puedo respirar libremente. A veces mi respiración está oprimida, y a veces respiro libremente. Cuando respiro ampliamente mi pecho se amplía y me siento bien. Cuando estoy oprimido me ahogo, o siento angustia. Aunque muchas veces mi consciencia está tan absorta y automatizada que no sé si respiro o no respiro.
Dos: —Me pregunto si existe otra libertad aparte de la libertad de respirar ampliamente.
Uno: —Cualquier ámbito de acción abre una posibilidad de libertad: puedes comer o puedes ayunar, puedes trabajar o declararte en huelga, puedes votar a X o Z, puedes apoyar una guerra o repudiarla, puedes asumir un compromiso social o puedes lavarte las manos.
Dos: —Pero tener dos opciones no significa ser libre.
Uno: —No necesariamente. Una máquina también puede estar dotada con algoritmos para decidir si rojo o verde. Pero, al igual que la responsabilidad, la libertad depende del nivel cognitivo. Sin conocimiento no hay libertad.
Dos: —¿Significa eso que no somos libres al nacer?
Uno: —Nacemos con una “posibilidad” sin desarrollar. Quizá lleguemos a un cierto conocimiento de lo que somos y de la realidad y, por lo tanto, a una relativa libertad.
Dos: —¿Relativa libertad?
Uno: —En todo ámbito de acción hay limitaciones y condicionantes que nos condicionan, hasta la impotencia, a veces. Por ejemplo, si soy un ciudadano palestino y estoy en este momento en Gaza, ¿qué puedo hacer? Me dicen que vaya al sur, y voy al sur, caen bombas sobre el sur y veo a mis amigos y familiares destrozados, mutilados, desangrándose con el cuerpo roto bajo las bombas, me dicen que vaya al norte, y voy al norte, y pasa otro tanto, me dicen que me vaya de aquí, que ésta ya no es mi tierra. Estoy experimentando un genocidio. Siento una enorme impotencia. ¿Qué puedo hacer? ¿Dónde está mi libertad?
Uno: —Para quien está atrapado en un gueto el mundo es opresivo. El gueto es una cárcel evidente. Pero las condiciones de una clase social también pueden ser opresivas; o la pobreza que no te permite ni siquiera ahorrar; incluso la trama emocional de una familia puede coaccionar tu libertad. ¿Qué podemos hacer?
Dos: —Me oprime pensar que nuestra historia está tan determinada. Tú preguntas, pero no respondes. Los líderes dan respuestas, ellos supuestamente saben, su función es tranquilizar las consciencias. En cambio, tus preguntas me inquietan, me obligas a pensar.
Uno: —Hemos dicho que, si somos ignorantes, los líderes no solucionan nuestro problema. Antes bien puede ser peligroso: que arrastren a masas ignorantes y desencadenen genocidios, o que agraven las guerras apagando el fuego con gasolina. ¿Qué podemos hacer nosotros aquí?
Dos: —Solo quiero paz.
Uno: —¿Qué puedes hacer para estar en paz? ¿Encerrarte en tu casa y llenarla de armas te hará vivir en paz?
Dos: —¡Claro que no!
Uno: —Entonces ¿qué podemos hacer?
Dos: —¿Quieres que responda yo? Ya lo has dicho: respirar. Solo que, ante la gravedad de los problemas que nos asaltan me olvido de respirar. Debo hacer un esfuerzo.
Uno: —Es cierto. Una intención necesita atención, mantener vivo el propósito. Y eso se hace por un acto de voluntad. La paz íntima y la paz colectiva no ocurren sin una voluntad hacia ella. Y la voluntad necesita memoria: memoria de lo que hemos sido y memoria de nuestra intención de futuro. Ahora recuerdo que quiero respirar conscientemente y pienso que puedo hacerlo. Y entonces lo hago, lo más ampliamente que puedo: Respirar. Respirar. Respirar.
Dos: —¿Basta con eso? Das mucha importancia a la respiración.
Uno: —Cuando no sé qué hacer simplemente respiro. Me da una dimensión de mi pequeñez y me hago consciente de mi ignorancia. Este es el primer paso de todo conocimiento.
Dos: —Pero ahora hay guerras, graves conflictos sociales y el mundo se está quemando. No me basta la consciencia de mi pequeñez. Eso ya lo sé. Necesito una cierta postura para estar en paz.
Uno: —No hay paz sin consciencia de lo que somos. Darnos cuenta de nuestra pequeñez e ignorancia y sin embargo respirar: es el primer paso. La consciencia de lo que somos se sostiene en la respiración. El segundo paso es evaluar la situación en que estamos. Esto es difícil. Estamos en una situación compleja. Pueden desencadenarse eventos muy destructivos, es una situación grave. ¿Qué puedo hacer?
Dos: —Me agobia. Me perturba. Prefiero no pensar en ello.
Uno: —Te comprendo. Algunos prefieren evadirse, mirar para otro lado: “Ojos que no ven, corazón que no siente”; es comprensible.
Dos: —¿Sugieres que me estoy evadiendo?
Uno: —Es natural, cuando un niño pequeño tiene miedo se tapa los ojos.
Dos: —Pero yo quiero “hacer” algo.
Uno: —Entonces lucha, muchos lo hacen; a pesar de su ignorancia deciden luchar y luchan: por la paz, por la justicia, cualquier cosa; o por su beneficio. “Puedo luchar” es una antigua respuesta. ¿Puedo “hacer algo”? Sí, puedo: saltar como una fiera y morder, o desgarrar con mis uñas, estrangular, con mis manos o patear con mis pies. Puedo coger una piedra y aplastar cráneos con ella, o apilarlas para construir un muro, de piedras o de billetes, y encerrarme allí para vivir en paz.
Dos: —Puedo trabajar por la paz.
Uno: —Puedes trabajar por la paz, hay instituciones, religiones y partidos con ese objetivo. Pero, ¿Estarás tú en paz?
Dos: —Trabajar, luchar, parece natural. La vida es una lucha por sobrevivir. Puedo luchar y armarme para la paz. Sí, sí puedo. Alguien dijo que “si quieres paz prepárate para la guerra”. Es natural, el hombre primitivo ya construyó pueblos amurallados para defenderse de predadores, naturales y humanos. Construimos un muro y nos organizamos dentro. Todos trabajamos por nuestra libertad: luchamos.
Uno: —Espérate un poco y reflexionemos: porque un trabajo ciego, sin consciencia de lo que hacemos, es parte del problema. Toda lucha es un esfuerzo contra una resistencia, contra alguien o algo, ¿Contra qué pretendes luchar? ¿O a favor de qué estarás luchando? Reflexionemos.
Dos: —En primer lugar, estoy luchando a favor de “hacer algo”, aunque solo sea sobrevivir o disfrutar. Estoy luchando por la paz.
Uno: —Me parece razonable y positivo; está bien que sobrevivamos y disfrutemos, lo que alcancemos a gozar. Esforcémonos entonces por la paz y la felicidad, por construir muros, armas, hospitales y escuelas, hagamos todo ese esfuerzo.
Dos: —Veo el esfuerzo, el trabajo individual y colectivo. Pero también conozco nuestra historia, sé que ese esfuerzo muchas veces terminó mal.
Uno: —Eso es cierto. Nos hemos esforzado y luchado, pero muchas veces movidos por la angustia de no saber qué hacer.
Dos: —Y volvemos a nuestra pregunta: ¿qué podemos hacer?
Uno: —Y como no soportamos la angustia de no saber qué hacer, nos esforzamos y luchamos; ya vienen los líderes y nos dicen qué hacer: el enemigo siempre está a la vuelta de la esquina. Y como la angustia crece con la inmovilidad, es necesario “hacer algo”, moverse. La motivación más fácil viene de buscarse un enemigo.
Dos: —Es natural. Quedarse quieto no es ninguna solución.
Uno: —Vivir luchando, entonces, se convierte en el objetivo, siempre en acción, “haciendo algo”. Al luchar y esforzarnos se aplaca nuestra angustia: la energía angustiosa de no saber qué hacer se transforma en energía de lucha, trabajo y esfuerzo.
Dos: —¡Lucha y esfuerzo! Son consignas del mundo laboral y militar: ¡Trabaja por tu libertad económica! Escucho las voces de mis líderes actuales y de antaño, a veces con un fusil en las manos, o simplemente el puño en alto: “Somos libres, luchamos por nuestra libertad”. Y entonces la masa completa levanta sus puños, sus manos en alto, sus fusiles, sus espadas, mientras otros engrasan sus misiles: “somos libres, luchamos por nuestra libertad, vamos en contra de los malos”.
Uno: —Esa es la pesadilla que nos está despertando. Miles de angustias individuales convertidas en un hervidero colectivo. Solo que, al otro lado de la trinchera, del conflicto, hay otra cara como nosotros: y ellos también están luchando por lo que consideran su libertad y su paz. Todo conflicto tiene dos caras, por lo menos.
Dos: —Hay guerras enormes con devastaciones incalculables, y también hay
guerras y luchas pequeñas, entre dos personas.
Uno: —Cierto. Ya sea pequeño o grande, en la raíz del conflicto hay una angustia y una lucha. El que lucha aplaca su angustia con el esfuerzo, pero se olvida del “otro lado”. Si pienso en lo que sufre mi enemigo, mi lucha perderá fuerza. En un conflicto de pareja, si él o ella piensa en lo que puede estar sintiendo el otro/a, su lucha se apaga. Igual pasa en una guerra: durante la guerra de Vietnam el imperio anglófono descubrió la necesidad de censurar las imágenes de guerra, ya que, si el público viera los horrores de la guerra “sentiría” el sufrimiento del enemigo y se desmotivaría, pediría el fin de la lucha. En una lucha hay que dar esperanzas, hacer sentir que el sufrimiento propio y ajeno vale la pena, nuestro esfuerzo es justo, etc.
Dos: —Me haces dudar. Me quitas las ganas de luchar. No puedo trabajar y esforzarme sin estar seguro que valdrá la pena. Ya no estoy seguro que mi guerra sea justa.
Uno: —El pensamiento único aplaca las dudas. Si no haces autocrítica, tu acción quizás será más decidida, aunque difícilmente habrá paz o libertad en ella. Las dictaduras son expertas en “eliminar dudas” e incertidumbres, en dar seguridad a sus seguidores, en lanzar consignas inflamadas. Pero, si no estoy seguro no querré embarcarme en un desfile militarizado bajo el aullido colectivo de: “somos libres y luchamos por la libertad”. La acción del fanático es poderosa.
Dos: —Creo que el fascismo era así, y el comunismo. Las dictaduras en general. Nuestra guerra civil fue así: masas enardecidas con el puño en alto gritando que “luchamos por la libertad”.
Uno: —La libertad y la paz están relacionadas. Sin paz no hay libertad, solo la compulsión de la lucha. Y sin libertad tampoco hay paz. Esto ocurre también en los conflictos y luchas intrafamiliares: ella dice que quiere estar en paz y entonces baja la cabeza y se calla, pero la sumisión no es paz, tampoco es libertad.
Dos: —Cierto. Eso no es paz sino represión. Ni paz ni libertad, solo supresión del conflicto.
Uno: —Hay libertades fraudulentas, estados de paz aparente que no son sino dictaduras encubiertas. Ocurre en una familia, en un grupo pequeño y en una nación.
Dos: —Quiero una paz verdadera. ¿Qué puedo hacer?
Uno: —Lo primero es respirar. Y también lo último. Respirar, estar en paz y respirar.
Dos: —¿Y entre medio?
Uno: —Relativizar tu lucha, tu esfuerzo. Entender que al otro lado de todo esfuerzo hay una realidad que no conoces bien, mirar la otra cara de toda moneda. La paz requiere consciencia, y eso también es respiración, autoconocimieento y apertura al otro, a lo que hay más allá de tu ego o tu frontera nacional.
Francisco Bontempi
Médico y Psicoterapeuta
¿QUÉ ES LO QUE PUEDO HACER? 1