Con el modelaje de la segunda fase del Yo, el “Yo emocional-visceral”, se está estableciendo una cierta forma de poder, básico para la ‘auto definición’ que el sujeto tendrá de sí mismo. Es un yo construido por oposición al poder de otro, es la terca afirmación del YO-NO, fase de rebeldía y negación por la que pasan los niños/as pequeños/as. Un proceso similar parece ocurrir en lo colectivo: no conozco ningún país que no tenga en su origen una “guerra nacional”. ¿Es porque el “Yo emocional-colectivo” también necesita un enemigo? ¿Hace falta un YO-NO frente al que levantar la bandera emocional? ¿Significa eso que sin enemigo no hay identidad nacional?
¿QUÉ ES LO QUE PUEDO HACER? 2
Dos: —Dices que sin paz no hay libertad, pero nuestra historia colectiva está llena de guerras por la libertad y de luchas por la paz, guerras entre países. ¿Cómo puede ser eso?
Uno: —La lucha colectiva por la libertad es una cuestión muy compleja, y está metida en la médula de estas entidades que llamamos “países”: un país entra en guerra, un país lucha por su libertad etc.
Dos: — Pero ¿qué es realmente un país? ¿Un territorio? ¿Una historia que hemos asumido colectivamente? ¿Las consignas acumuladas de nuestros líderes? ¿Ignorancia colectiva acumulada? ¿Inercia o costumbre?
Uno: —Todo eso y más. La noción de “país” es muy antigua, está asociada a la de territorio, un paisaje, un ambiente que puede incluir su parte humana, a los nacionales o paisanos de ese país. Algunos lo confunden con el concepto de “estado”, pero el estado se refiere al conjunto de instituciones políticas(administración, tribunales, ejército) implantadas (a veces por la fuerza) en cierto territorio, instituciones que gobiernan a los individuos y organizan a los grupos que habitan ese país. Otros identifican país con “nación”, término que, en su sentido político, significa estado; aunque para otros tiene un significado más ancestral: la “comunidad humana que comparte un lugar de nacimiento”.
Dos: —Tal diversidad de conceptos puede alimentar varias guerras.
Uno: —En las guerras se lucha por poseer un territorio y sus recursos naturales, o por controlar la voluntad y la inteligencia de sus nacionales. Aunque posiblemente siempre estén mezcladas: hay guerras por el oro y los recursos (comerciales) y guerras por el significado (ideológicas). Tierras, recursos y capital son los significantes de poder; pero, controlar el significado también implica poder, lo que tradicionalmente hacían las religiones y que hoy hace el sistema educacional.
Dos: —Parece que estuvieras hablando de “cuerpo” y “alma”. Territorio y recursos, por un lado, y luego la voluntad e inteligencia de sus nacionales, lo que piensan y cómo se organizan sus individuos.
Uno: —Es cierto. Hay un alma nacional, con sus significados colectivos, la historia, las costumbres, una manera de interpretar la realidad, los valores, etc. que queda representada, tanto en los discursos de su parlamento, como en el telediario, sus medios y las redes. Y hay también un cuerpo colectivo, el significante, materializado en su territorio y población. El estado es una superestructura que pretende gobernar al cuerpo y al alma colectiva, y muchas veces, determinar también las voluntades individuales.
Dos: —Creo que tanto el fascismo como el comunismo funcionaban así: con un estado controlador.
Uno: —Cierto, pero el estado llamado liberal también controla y determina las vidas individuales. Aunque pudieras imaginar un estado sin leyes igualmente habría allí una presión que condicionaría a sus individuos; la ley de la selva “libertaria” también es ley, y puede ser brutal. Pero hoy día no hace falta una dictadura o un estado controlador para determinar las vidas individuales, basta con la eficacia de las redes.
Dos: —Comparas a los países con individuos, con un alma colectiva y un cuerpo territorial y social.
Uno: —Es cierto. Y también hay un cierto paralelismo entre la construcción de la identidad del individuo humano y la construcción de las identidades nacionales.
Dos: —¿Cómo es eso?
Uno: —El niño pequeño, en su proceso de auto construcción del Yo, pasa por una serie de etapas. La primera fase está fuertemente enraizada en la naturaleza y los instintos, es lo que he llamado “Yo primordial”. Pero luego las fuerzas de socialización (que son principalmente emocionales), tal como el proceso de vinculación con los padres, hermanos, escuela etc. modelan la segunda fase del Yo, el “Yo emocional-visceral”; este yo emocional es una forma de poder, básico en la ‘auto definición’ que el sujeto tendrá de sí mismo, es un yo construido por oposición al poder de otro, es la terca afirmación del YO-NO, fase de rebeldía y negación por la que pasan los niños/as pequeños/as. (Ver referencia a los artículos sobre el EGO). En una etapa posterior se desarrolla el “Yo reflexivo”, el MOI, que finalmente se convierte en el auto relato que el sujeto, identificado con su historia, cuenta de sí mismo.
Dos: —No conozco ningún país que no tenga en su origen una “guerra nacional”. ¿Es porque el “Yo emocional-colectivo” también necesita un enemigo? ¿Hace falta un YO-NO frente al que levantar la bandera emocional? ¿Significa eso que sin enemigo no hay identidad nacional?
Uno: —Esto sigue ocurriendo hoy. Guerras de independencia y autodefinición en el pasado y actuales. No es solo Rusia contra Ucrania, o USA contra China. Es una ciudad amurallada en contra de otra ciudad amurallada. Es una confederación en contra de otra. Una religión y una lengua en contra de otra. Es una versión de la historia en contra de otra. Es una voluntad contra otra. Es el drama del conflicto entre individuos convertido en el choque por el poder de un grupo sobre otro.
Dos: —¿Cuál es el drama de Ucrania hoy?
Uno: —“Luchamos por nuestra libertad, nos invaden los rusos”, grita su líder. Pero ¿quiénes son los rusos? ¿Son bárbaros extraños, son “otros”? ¿O son sus primos, sus hermanos, los amigos con los que jugaba en la escuela de infancia, cuando todos eran un solo país?
Dos: —Lo entiendo. Quizá alguna vez todos fuimos un solo país, un solo imperio, incluso una sola humanidad, pero eso se acabó. Ahora “nosotros somos diferentes de ellos” y luchamos por nuestra identidad: “Queremos ser libres”. La humanidad esta fragmentada en humanidades locales.
Uno: —Es un problema local pero también universal: los individuos y los grupos quieren liberarse de cualquier sujeción.
Dos: —¿Una guerra de egos?
Uno: —Ese es el drama de cualquier conflicto: son “otros” en contra de “nosotros”. “Ellos quieren dominarnos”. “Mi padre me obliga”. “Nosotros luchamos por nuestra libertad”. “Nunca fuimos un solo país con ellos”. “En mi familia no me he sentido libre”. “Ellos hablaban de un solo país cuando nos imponían su historia por la fuerza”. “Su unidad era su imperio”. “Su imperio era obligación y conquista”. “Ellos no nos dejan ser nosotros mismos”.
Dos: —Ese discurso, que bien podría ser nacionalista, fascista, comunista o libertario, incluso micro-familiar, crea un problema en la consciencia individual: si lo asumo me lleva lógicamente a luchar en contra de “los otros”.
Uno: —Correcto, por ese discurso tu libertad ya no depende de ti sino de la hipotética libertad nacional, una libertad más grande. Ahora debes “luchar” en alguna trinchera, o trabajar para financiar la lucha colectiva.
Dos: —Los discursos de los líderes parecen tan orgánicos, tan naturales: “Somos libres, luchemos por la libertad”. Las banderas mueven pasiones, ¿es lo que tú has llamado el “Yo emocional”? “Ellos, los otros, los diferentes, son una amenaza”.
Uno: —Hay algo orgánico e instintivo en estos procesos. Originalmente un clan es pura biología, necesita alimentarse, sobrevivir. Así es que ocupa un territorio. Allí construye sus círculos amurallados. Pero no es el único clan en la tierra. Otros grupos buscan lo mismo. Entonces hay lucha y se enfrentan las identidades, las banderas, los hijos de un dios en contra de otro dios. Evolucionan las religiones junto con las armas y construyen sus templos en la capital de su reino. Y establecen un relato en contra de otros relatos. Las identidades colectivas están marcadas por estas guerras de construcción nacional, guerras identitarias. Pero las identidades personales y nacionales son construcciones “arbitrarias”, defensivas y/o agresivas.
Dos: —Has dicho que son construcciones amuralladas, encerradas material e ideológicamente, ¿podrían evolucionar con el tiempo?
Uno: —En la inteligencia comprensiva de estos procesos debiera estar nuestra esperanza, en que la manera de entender la humanidad pueda cambiar. Nuestra noción de humanidad es local, está determinada por factores particulares. Hasta hace muy poco la historia de la filosofía occidental era solo occidental, y a la inversa en oriente. En esta época de comunicación tocaría una filosofía auténticamente universal, un concepto de humanidad verdaderamente incluyente. Pero no es fácil cambiar: ya es difícil modificar las inercias individuales, las colectivas son mucho más complejas e ingobernables. ¡Hasta nos cuesta compartir plataformas informáticas! ¡Que no nos controlen “ellos”!
Dos: —Intento entenderlo. Estamos construyendo una identidad a través de una lucha, de una oposición en contra de otros. Construimos un muro, una barrera que nos separa de ellos. Dices que todas las identidades se construyen así, separándose de otros.
Uno: —Así han construido los judíos su larga identidad: separándose de los otros, “Nosotros somos diferentes”. Así han construido los musulmanes su identidad islámica, separándose de los infieles: “Nosotros somos hermanos, ellos no”. Así han construido los comunistas su identidad, separándose de los diferentes: “Nosotros somos iguales”. Así han construido los capitalistas su identidad: separándose de otros y poniendo a esos otros a trabajar para ellos, “Somos libres y eficaces”. Así se han construido todas las identidades nacionales: separándose y diferenciándose de los vecinos.
Dos: —Es cierto que estos grupos culturales han construido su identidad desde el conflicto y la guerra, invadiendo la identidad de los otros, tomando las tierras de otros, ocupando los capitales de otros, adueñándose de lo que era de otros. Todo esto parece natural, puro darwinismo social, el triunfo del más apto, el éxito y sobrevida del mejor. Pero no me líes: ¡ahora está ocurriendo un drama colectivo! Escucho gritos aquí y allá: ¡Luchemos por la libertad! ¡Luchemos por la libertad! El mundo está inflamado, es un enfermo febril que se descompone con una especie de cáncer social. Me pongo en la piel de un ruso-ucraniano o de un judío-palestino: “Nuestro país está en guerra, bajo la ley marcial”, “Hemos suprimido las libertades porque luchamos por la libertad”. “Los hombres de tal edad están obligados a ir a la guerra: a matar o morir”. “Ser héroes y salvar la patria”. Son tiempos de crisis y esa es la consigna.
Uno: —Nuestras patrias están construidas con sangre. Eso es un héroe militar: alguien que mata o muere. Morir matando por la sagrada obligación con la patria. Y el problema es que ese pasado tiene secuelas, inercias que se prolongan en la repetición de los viejos dramas.
Dos: —Nuestros héroes militares son líderes venerados. Quiero héroes para la paz. Me gusta Gandhi, Luther King.
Uno: —Yo también quiero paz. Pero no basta con desearla.
Dos: —Entonces ¡debo luchar por la paz!
Uno: —¿Terminarás haciendo una guerra para obtener paz? Eso ya se ha probado y no funciona. Las guerras se hacen para conquistar recursos e imponer una ideología o creencia; están envueltas en argumentos falaces: la verdad, la justicia, la libertad. No creo que la verdad, la justicia o la libertad se ganen con ninguna guerra. Habrá un nuevo régimen, una nueva época, y la libertad seguirá en entredicho. Ninguna sociedad te hace libre. La libertad no es un regalo que venga de fuera.
Dos: —Me deprimes, me quitas ilusiones. Hoy somos más libres que en tiempos de la dictadura, la lucha debe seguir. Quizás una sociedad menos controladora no me regale la libertad, pero me permite ejercerla sin que me cueste la vida.
Uno: —Es cierto que han cambiado ciertas circunstancias. Pero hay un fondo del problema, una esencia que sigue igual. La sensación de libertad íntima la tenemos todos, pero existen presiones sobre ella, desde familiares hasta nacionales y geopolíticas: “ahora toca luchar por la libertad”. Pero yo ya soy libre y no quiero luchar, y mucho menos obligado. Soy libre. Y porque lo soy me niego a apoyar o ir a ninguna guerra; (actitud ineficaz: pues mis impuestos ya se han canalizado hacia un incendio guerrero que crece). Y tampoco puedo imponerle a nadie mi sentido de la justicia; o afirmar que mi verdad es superior; los que justifican las guerras manejan argumentos potentes e incluso razonables.
Dos: —¿Me estás vendiendo el cuento de la libertad esencial, esa que tienes por nacimiento? Pero eso es, por lo menos, discutible. Escucha al líder de cualquier patria: “Usted es libre gracias a nosotros, gracias a su patria: su libertad nos la debe”.
Uno: —La libertad que te da el sistema es solo aparente. ¿Libertad de consumo? ¿libertad de pensar? Pero, ¿pensar qué? Un esclavo obligado a remar una galera puede ser más libre que su amo sentado en sus comodidades. La libertad que me interesa nace del conocimiento, y eso solo es posible con una consciencia reflexiva y crítica. El sistema puede favorecer esas circunstancias con cultura y educación; o puede sofocarlas bajo una cascada de publicidad, trabajo compulsivo y consumo.
Dos: —En tiempos duros el líder supremo dice que: “Si te opones a la voz de la patria … eres un traidor. Y las leyes de nuestras antiguas tradiciones dicen que se fusila a los traidores, se les lleva a juicio, o condena a humillación, a vergüenza, expulsión o muerte”.
Uno: —Qué difícil es cuestionar al sistema, es un monstruo devorador de disidencias. Sócrates, Jesús, Galileo, Spinoza, Gandhi y tantísimos otros, fueron voces ahogadas por las fuerzas fácticas de su tiempo, algunos amordazados, otros simplemente suprimidos. El líder y el sistema son duros juzgando: “Usted es un traidor a la patria. Usted es un traidor a la patria ucraniana, usted es un traidor a la patria rusa, usted es un traidor a la patria española, usted es un traidor a la patria catalana, usted es un traidor a la patria judía, usted es un traidor a la patria palestina, usted es un traidor a la patria china, usted es un traidor a la patria norteamericana, usted es un traidor a nuestras leyes, a nuestro rey, a nuestro dios: usted es traidor a nuestra nación”.
Dos: —¿Entonces no lucharás por tu libertad?
Uno: —Yo ya soy libre. Amo y respeto mi libertad. No quiero ser un héroe que mata o muere matando. No quiero serlo, repudio ese destino. Soy libre y respeto tu libertad, incluso si ella te lleva a matarme.
Dos: —Desde luego que no lo haré. Pero ¿tanta tolerancia? Te dije que me gusta la postura de Gandhi, pero al final lo mataron. Y sé que a ti te gusta Sócrates y también lo mataron, acusado de ir contra las leyes de su república. ¿Qué propones?
Uno: —Simplemente respirar, sentir lo que somos y reflexionar críticamente: eso nos alejará de las mil formas de lucha, del conflicto, de la guerra; eso nos acercará a placer de la existencia consciente. La no violencia es una cualidad de cualquier ser humano: cualquiera capaz de consciencia, de reconocer su ignorancia en medio de la complejidad del mundo, de asumir la simplicidad de su respiración, la naturaleza común y colectiva que nos hace esencialmente iguales. Porque somos iguales y pertenecemos a una sola especie. Las diferencias de raza, religión y cultura son secundarias.
Dos: —Después de esta compleja reflexión he llegado a la conclusión de que no estoy seguro de casi nada. Ni tampoco que pueda luchar por mi libertad. Pero espérate, ¿acaso quiero luchar por mi libertad?
CONTINUARÁ…
Francisco Bontempi
Médico y Psicoterapeuta
¿QUÉ ES LO QUE PUEDO HACER? 2