LOS CUATRO BRAZOS DEL CONOCIMIENTO

Posted By pfbontempi on Nov 16, 2020


Conocimiento natural, conocimiento místico-espiritual y conocimiento científico, son los tres tipos de conocimiento a los que puede acceder el ser humano; siendo aparentemente diferentes, para desarrollarlos tenemos los mismos cuatro brazos.

“Las vacas son de colores muy diferentes, pero la leche de todas ellas es de un solo color, blanco. De igual forma los sabios que proclaman la verdad utilizan formas muy diversas para expresarla; sin embargo, la verdad encerrada en todas ellas es única”.  Upanishads.

“La palabra ‘educación’ contiene la idea de un desarrollo de la persona desde el interior. La palabra educar se deriva de la palabra latina educere, ‘extraer o incitar, sacar al exterior algo oculto o encerrado’. La idea implícita de esta etimología es la del ser humano ocupado en un proceso de crecimiento”. Claudio Naranjo.

(TRAS LAS HUELLAS DE LA ESENCIA II)

ACERCA DEL CONOCIMIENTO

Antes de continuar con nuestra reflexión sobre la esencia, preguntémonos ¿qué es lo que somos? Y encontraremos varias definiciones: Un animal racional. Una máquina biológica inteligente. Un alma encarnada. Un ser consciente. La especie predilecta de Dios. Un homínido híper social. El sentido de la creación. Un espíritu en continua transmigración. Dioses sobre la tierra. Encarnación de dios. Un instrumento de los dioses. Un vehículo para los genes. Un transmisor-receptor de memes. Una línea evolutiva de la materia viva. Una pieza intercambiable en la red social. Un proceso biológico. La consciencia del universo. Una especie predadora. Homo Faber. Yo soy yo y déjame en paz. Eslabón intermedio entre las especies biológicas y las especies no biológicas. Etc.

Como se ve, hay y ha habido definiciones para todos los gustos, y seguro que todas tienen algo de verdad, aunque ninguna consiga agotar el filón de ‘lo que somos’, ni la prolongada controversia que esta cuestión plantea a la razón.

En esta pista que seguimos, buscando comprender ‘la esencia de lo humano’ veo necesario reflexionar acerca del conocimiento. Nacemos los seres humanos dotados de un instinto que he llamado ‘gnósico‘, el instinto de conocer. Necesitamos ‘conocer’ para desarrollar nuestro potencial e incluso para sobrevivir. Y esto es biología: hay un grupo de elefantes adaptados al desierto, sus matriarcas conservan en sus prodigiosas memorias un mapa complejo de larguísimas rutas entre un pozo y el siguiente, el conocimiento de esa geografía les salva la vida. Y parece evidente que nuestra especie ha desarrollado complejos mapas del planeta, de la estructura material y bioquímica que nos constituye, y de las sutilezas del espíritu humano, tal como lo han cartografiado largas tradiciones de meditadores.

Cuando hablamos de conocimiento, ¿de qué hablamos? Somos una especie inteligente y podemos conocer y dominar variadas cuestiones. Podemos conocer el funcionamiento de un coche y saber conducirlo, reconocer los sentimientos que afectan a nuestros seres queridos, el estado de nuestra salud y el tiempo que hará mañana. Más allá de los detalles, en último extremo, conocer se refiere a la comprensión operativa que alcanzamos de este doble misterio: el ‘mundo’ inmenso, el universo, y ‘nosotros’ en medio de eso; tanto este enorme campo de existencia que llamamos Realidad, como de nosotros, aprendices de conocimiento. Pues nosotros mismos somos el instrumento cognitivo a través del cual experimentamos y llegamos a conocer algo de la inmensa Realidad. Hablamos entonces de conocer la Realidad y a nosotros mismos en ella: el conocedor y lo conocido/desconocido.

He mencionado tres tipos de conocimiento: natural, científico, y místico-espiritual.

CONOCIMIENTO NATURAL

El conocimiento natural lo desarrollamos por ensayo y error, elaborando nuestro cerebro una hipótesis (consciente o inconsciente) y comprobándola mediante la experiencia natural; tan simple y evidente como el aprendizaje de la ‘realidad’ que todos hemos hecho ‘tanteando el medio’. Un bebé llega hasta el borde de una escalera, su cerebro hasta ahora solo ve superficies ‘planas’, aún no ha desarrollado modelos en profundidad, extiende su mano en el vacío, su unidad cerebro-mente hace la hipótesis de sostenerse en equilibrio, avanza un palmo y cae rodando. Su cerebro adquiere entonces información, aprende a reconocer nuevos escenarios con experiencia y datos hasta ahora desconocidos. La próxima vez que llegue a un borde con desnivel retrocederá, su nueva hipótesis incluye discontinuidades del suelo asociadas a sensaciones corporales, avisado que ‘por los desniveles se cae’: tiene experiencia. Su mapa de la realidad se está haciendo cada vez más efectivo y ajustado a ‘eso desconocido’ que ha comenzado a explorar, ‘eso’ donde existen escaleras, que desde luego no son una invención alucinatoria de su mente, por donde uno se cae y eventualmente se hace mucho daño.

El conocimiento natural es una creación de nuestro cerebro, este órgano portentoso capaz de crear mapas a partir de la experiencia sensorial básica. Solo que estos mapas del conocimiento natural pueden resultar erróneos. Así, por ejemplo, durante mucho tiempo creíamos que la tierra era plana, es lo que veían nuestros cerebros, pues no habíamos tenido la experiencia de circunvalarla, ni desarrollado el método que potenció luego nuestro conocimiento.

En escalas diferentes existe una cierta similitud entre el conocimiento natural y el conocimiento sistemático del método científico; ambos usan modelos de la realidad (hipótesis) y están sujetos a la comprobación experimental; en el primer caso son modelos cerebrales, con frecuencia, inconscientes; y en el segundo caso son hipótesis racional y mentalmente elaboradas, conscientes y sujetas a experimentos sistemáticos y colectivamente comprobables.

CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

El método científico plantea hipótesis acerca de una cierta realidad; por ejemplo, hipótesis para las órbitas planetarias, la bioquímica cerebral, la circulación de la sangre, la tectónica terrestre, aspectos del mundo sensible-inteligible que luego comprobaremos con nuestros experimentos. Una hipótesis no es un dogma de fe ni una creencia. ‘Que un rayo de luz estaría sometido a una desviación gravitatoria’ fue una hipótesis que mucho se discutió hasta que se demostró experimentalmente, entonces la asumimos colectivamente como una realidad válida, y eso será así hasta que un nuevo experimento ensanche el escenario y cuestione el conocimiento anterior. El conocimiento científico es una creación colectiva que necesita nuestra dimensión mental, nuestra capacidad de imaginar, pensar, reflexionar, analizar y sintetizar. Nos necesita a todos como individuos coordinados, comunicados, implicados en redes de múltiple verificación, exige lenguajes y metalenguajes, capacidad de abstracción y de creación de modelos operativos en la dimensión mental, comprobables experimentalmente. Somos primates cooperativos, originalmente monos cazadores en equipo: uno muerde por aquí, otro amarra por allá, otros miden, otro ordena materiales, nos empleamos colectivamente en la construcción del gran Edificio del Mundo, un trabajo colectivo que necesita un lenguaje válido para todos. Este lenguaje propio y característico de las ciencias es la lógica y las matemáticas. El conocimiento científico necesita del pensamiento crítico, de la reflexión que cuestiona sus propias hipótesis, y del discernimiento para no confundir hipótesis con realidad y así no caer en dogmatismos.

Pues el Conocimiento Científico, al igual que otras formas de conocimiento, puede convertirse en dogma y creencia institucionalizada, con lo que deja de ser conocimiento propiamente tal para transformarse simplemente en repetición mecánica, en mera técnica y uso automatizado de cuestiones que en realidad los sujetos no comprenden. Y eso no depende tanto del método científico como de la consciencia o sabiduría que tengan los individuos implicados en ella. Porque muchas veces, y desgraciadamente, la ciencia ha caído presa de sujetos que son mas burócratas o empresarios que científicos. Algún jefe de departamento ha cortado las alas de un subordinado talentoso; el mismo Einstein fue mal calificado en física durante sus estudios y, más adelante, le decía a alguien de su entorno que la teoría de la relatividad, cuyas ecuaciones estaban ya a la vista de todos, eran comprendidas apenas por un puñado de personas; los demás solo operaban mecánicamente con conceptos y repeticiones de algo que en el fondo no entendían. 

Con desgraciada frecuencia los seres humanos discutimos con calor, como si comprendiéramos cuestiones que en realidad no entendemos. Quizás porque en el fondo todos buscamos la verdad, aunque vivamos en el error. Vivíamos en el error de creernos el ombligo del universo, hasta que descubrimos lo que Carl Sagan llamó “ese pequeño punto azul”, y, sin embargo, a pesar de tanto ignorante fanatismo, buscábamos la verdad. La verdad es el ‘conocimiento cierto de la realidad y el enunciado correcto acerca de ella’. Mas, con frecuencia, de la verdad solo nos queda un trozo.

Un cuento de la tradición sufí relata cómo el diablo mayor y su secuaz, iban un día pasando revista a los asuntos del mundo; se encontraron entonces a un grupo de gentes apiñados en torno a un pedazo de verdad. -Peligro para nosotros, dijo el secuaz, la verdad podría sublevarlos. -No hay ningún peligro, dijo el diablo mayor, un pedazo de verdad nos beneficia, en cuanto encuentran alguno ya se encargan ellos de adorarlo, convertirlo en institución y pelearse por ella. 

Hay ciencias ‘duras’, como la física, y ciencias ‘blandas’ como la sociología, la economía o la política. En las ciencias ‘duras’ se discuten crudamente sus hipótesis y se avanza lenta y sólidamente; pero en las ciencias ‘blandas’ la discusión y falta de acuerdo es parte de una dialéctica que avanza muy lentamente, sujeta a contradicciones que más dependen de las condiciones ideológicas y subjetivas de sus representantes que de una objetividad científica. La pandemia vírica en que estamos inmersos ha puesto en evidencia las contradicciones y limitaciones de un conocimiento técnico que hemos generalizado llamándolo científico. Hemos visto equipos de técnicos desbordados, contradiciéndose con otros enfoques que de igual modo se llaman científicos, con discursos plagados de incongruencias. Y todo esto en medio de la impaciencia de un público medio que exige certezas. Cuando la ciencia, en sus ‘núcleos duros’, avanza con pies de plomo entre hipótesis y probabilidades, estas ‘periferias técnicas y blandas’, exigidas por la política, bailan inestables, muchas veces, con el mismo desconcierto que los legos. (‘Lego’, además de piezas plásticas fabricadas en moldes iguales, significa según la RAE: falto de instrucción, ciencia o conocimiento)

CONOCIMIENTO MÍSTICO-ESPIRITUAL

Esta forma del conocimiento también nace como ‘conocimiento natural’. Si el conocimiento científico se vuelca más hacia el mundo que llamamos objetivo, el conocimiento místico mira hacia dentro. Los seres humanos, de forma espontánea, experimentamos la ‘consciencia de ser’, la experiencia del núcleo profundo del ser. Pues ‘ser’, antes que una entelequia, es una experiencia, la del ‘ser en sí mismo’.

Del verbo SER dice la RAE: ‘Haber o existir. Suceder, acontecer, tener lugar. Tener principio, origen o naturaleza’. El verbo Ser es el verbo fundamental. Posiblemente este sea el verbo implícito en aquella sentencia bíblica: “Al comienzo era el verbo”, el puro Ser, nada más que el ser, ni siquiera el ‘hacer’ que empezaría luego con las fases de aquella mitológica creación. Es posible ‘ser’, sin hacer y sin darse cuenta siquiera de existir, (creemos que una piedra ‘es’, pero ‘no sabe’ que existe). No es posible hacer nada ni conocer nada sin previamente ser. Todo comienza en el puro ser, y en el puro ser se resuelve todo. ‘Conocer el ser a través de la pura experiencia de ser’ esta es la cuestión fundamental del místico. Es un conocimiento introspectivo, del mundo interior o mundo espiritual.

Esta ‘experiencia de ser algo o alguien que se da cuenta de sí mismo’ genera espontáneamente la ilusión de una dualidad donde ‘alguien observa’ y ‘algo es observado’ (un yo que dice ‘yo y el mundo’, ‘yo y mi circunstancia’). Sin embargo, así como el conocimiento natural puede equivocarse y el conocimiento científico sostener hipótesis erróneas, el conocimiento místico puede generar ilusiones y llevarnos a asumir creencias desatinadas. De allí que la reflexión crítica en este tipo de conocimiento sea especialmente necesaria. Esta noción de dualidad (yo y otra cosa) desembocó hace mucho en los sistemas dualistas de alma y cuerpo, dualidad que quizás sea tan ilusoria como la percepción del ‘conocimiento natural’ de que la tierra es plana.

EXPERIENCIA MÍSTICA Y RELIGIÓN

A partir del conocimiento místico-espiritual se desarrollan los sistemas religiosos; suelen estar todos arraigados en la experiencia mística de un sujeto iluminado que experimentó visiones, revelaciones inspiradas o intuiciones acerca de esta doble vertiente del ser: lo que soy y el mundo al que pertenecemos. En el chamanismo (primitivo o moderno), en experiencias con sustancias (naturales o artificiales), se inducen estados alterados de consciencia, a los que también es posible llegar por determinadas prácticas, técnicas respiratorias o de movimientos, donde se produce un cambio o distorsión de los modos habituales de la percepción, alterándose las representaciones de la realidad. De este quiebre, entre el ‘mundo habitual’ del sujeto y este ‘mundo alternativo’ que emerge en su mente, surge la noción o experiencia de ‘algo o alguien que trasciende a todas sus representaciones mentales’: este es el fondo trascendente, el alma, la esencia del ser.

Este conocimiento original, primario o intuitivo del ser, convertido luego en relato, sistematizado por generaciones posteriores de enseñantes y aprendices, convertido en discurso y sistema ritualizado, busca recrear la experiencia original. En torno a esta doble cuestión de ‘experiencia’ y ‘relato’, se desarrolla el fenómeno sociológico de una secta o grupo religioso, fenómeno que es incluso político y económico.

Así se han desarrollado las distintas tradiciones espirituales que, a partir de ciertas experiencias básicas, disciplinan a los alumnos y buscadores de esta forma de conocimiento de sí mismos y de la realidad. Con frecuencia estas formas sistematizadas del conocimiento espiritual se convierten en dogmas o creencias asumidas por una cantidad de aprendices y seguidores que no han tenido, y que con frecuencia nunca llegarán a tener, ni siguiera algo parecido a la experiencia mística original. Son sujetos, entonces, que reproducen en sus mentes los conceptos que les han sido enseñados, que experimentan una especie de sugestión que les hace imaginar y hasta sentir que ‘saben’ aquello en que dicen creer; con lo cual ya no estamos ante una forma de conocimiento de la realidad sino ante una superstición.

Para ilustrar este concepto y sus consecuencias nos viene muy bien la ‘historia de los sastres embaucadores y el traje invisible del emperador’. El egocéntrico emperador, dada su ignorancia, se creyó las adulaciones de los prestigiosos sastres, y se imaginó a sí mismo vestido con las ropas maravillosas que aquellos le describían, y que en realidad no existían. La historia termina con las risas de varios niños que ¡se dan cuenta que el emperador va totalmente desnudo! investido solo con la ridícula pompa y pretensión de lo que ha llegado a creerse.

A pesar de los múltiples horrores causados por las distintas religiones no pierde valor el conocimiento místico-espiritual, experiencia radical e incontrovertible de ‘ser en la Realidad’, ‘ser en la corriente de la existencia’, ‘ser en el mundo’, ‘ser en el Universo’, ‘ser en la totalidad del ser que es Dios’.  Si Descartes dice ‘pienso luego existo’, el místico dice ‘soy porque lo experimento’, aunque a continuación pueda simultanear su afirmación con la antinomia de reducirse prácticamente a la nada, al observar que: ‘experimento la infinita extensión donde nacen y se deshacen todas las existencias particulares; observando como yo mismo me deshago, soy entonces esta nada que soy, apenas un soplo en la infinitud’.

A la pregunta de lo que somos, entonces, el conocimiento natural responde un humano’(para no decir hombre y discriminar a la mujer). El conocimiento científico se emplea a fondo en la maquinaria biofísica y bioquímica’de estos organismos, y en las redes psicosociales y eco adaptativas en que nos desarrollamos. El conocimiento místico-espiritual se aboca a la experiencia introspectiva del ser y se baña en el misterio de ser y consciencia’.

LOS CUATRO BRAZOS DEL CONOCIMIENTO

Para desarrollar cualquier conocimiento, científico, místico o natural hace falta una cierta flexibilidad. La rigidez es mala compañera del conocimiento, nos convendría escuchar al sabio budista Thich Nhat Hanh: “Para que las cosas se nos revelen tal como son, tenemos que estar listos para abandonar nuestra visión acerca de ellas”.

Si ahora estás leyendo es porque recorres el mundo del lenguaje; en las letras como en los números, la razón es nuestro instrumento privilegiado de conocimiento; aunque limitada, la utilizamos en el largo proceso individual y colectivo de desentrañar el misterio de la existencia, de ‘qué es el mundo’ y ‘qué somos nosotros’.

Mas, para comprender esta doble realidad no basta con la Reflexión, por muy lúcida que sea, necesitamos también la Meditación, (es decir la contemplación, forma especialmente lúcida de la observación, tanto interna como externa). Y nos faltan aún dos brazos importantes, dos requisitos fundamentales para conocer y conocernos: la Experimentación, algo que surge de la acción, del ser en movimiento, y finalmente la Comunicación, sin la cual el conocimiento es estéril o atrófico.

Esto son los cuatro brazos del conocimiento que examinamos: Experimentación, Comunicación, Reflexión y Meditación. Y necesitamos de los cuatro para abordar la cuestión que nos incumbe.

EXPERIMENTACIÓN

Voy a comenzar con la experimentación, pues, antes de cualquier otra cosa, lo primero que hacemos al existir es ‘experimentar la existencia’; experimentamos hambre o frío, necesidad, amor, dolor y placer, experimentamos las posibilidades del cuerpo y su movimiento en el espacio/tiempo, aprendizajes varios, la impaciencia asociada a todo lo que debimos soportar, los estados hormonales y la fuerza de los instintos, las presiones sociales y familiares. Conocemos ‘experimentando aquello que llegamos a conocer’. La experimentación, al comienzo natural y espontánea, sistematizada luego y convertida en proyecto colectivo, es, como vimos, la base del método científico e igualmente el sustrato esencial del conocimiento místico.

COMUNICACIÓN

Casi junto con la experimentación venía la comunicación. Con nuestros primeros berridos ya nos estábamos comunicando, y despertando respuestas protectoras, o de molestia en nuestro entorno; pues la comunicación es una necesidad vital y sin ella estamos condenados a la extinción. La comunicación nos hace los seres sociales que somos y es básica en toda experiencia de amor; el amor mismo es comunicación. Aunque el conocimiento introspectivo del místico parece solitario, en realidad, la consciencia de ser que ha encontrado le hace especialmente social, comprensivo o compasivo con la difícil situación humana.  Y por supuesto que la comunicación es fundamental en el método científico, definido como la empresa colectiva del conocimiento.

REFLEXIÓN

La capacidad de reflexionar vino un poco más tarde. Necesitábamos un cierto desarrollo mental previo, un espejo capaz de reflejar el mundo que experimentábamos (lo aparentemente externo), y capaz luego de reflejar los procesos mentales (lo aparentemente interno) con los que se estaba constituyendo nuestro yo y sus múltiples procesos: el pensamiento y el sofisticado lenguaje, palabras y relatos con los que construimos nuestra auto-representación y representación del entorno, los sentimientos que sacuden nuestro mundo anímico, las sensaciones corporales que nos embargan.

Solemos pensar que la reflexión es un acto consciente, aunque no siempre ocurre así ya que hay reflexión inconsciente. A veces estamos concentrados en otra cosa, y, de repente, salta ante el ojo de la consciencia una conclusión, una idea, una inspiración, algo que solo podía ser fruto de una elaborada reflexión, y que ocurrió, necesariamente, al margen de la consciencia, en los procedimientos inconscientes con que se elabora y procesa buena parte de nuestra existencia.

MEDITACIÓN

Y finalmente la meditación. La meditación requiere una maduración aún mayor; de cuerpo, mente y de la consciencia de ambos. La meditación es, primero, pura experimentación, no existe meditación teórica (aunque existan teorías sobre la meditación). Es pura y aguda observación, tanto interna como externa. El meditador observa mientras experimenta la experiencia de observar y es, por lo tanto, una observación reflexiva en el sentido más físico del término, no en el sentido intelectual, sino en el de la pura reflexión de la luz en un juego de espejos paralelos. Y, en este sentido, esta aguda y doble observación de observador y observado, es básica en el científico moderno, quien ha comprendido, con la física actual, que el mismo experimentador es parte del experimento y condición de sus resultados. No es un fenómeno infrecuente que físicos teóricos practiquen la meditación; y si alguno la ha practicado es Stephen Hawking, determinado por su enfermedad a un grado muy superior de introspección.

Aunque no lo parezca, por su tono introspectivo de práctica tan íntima, la meditación es una experiencia asociada a la comunicación y a la vinculación social: es la práctica de un aprendizaje que alguien te enseñó, el mismo Buda la aprendió de tradiciones anteriores; es una experiencia que, aunque difícilmente pueda ser verbalizada en palabras, ocurre en esa dimensión del ser humano que podemos llamar espíritu puro, mente vacía, vacuidad o espejo del ser en sí mismo. Y si bien puede convertirse en descripción y relato, es, de igual modo, una experiencia que permite dejarla absolutamente innombrada e inefable, aunque convertida, una vez que has experimentado ‘eso’, en una forma de ser, una manera de reaccionar y, por lo tanto, de comunicarte con los otros y el mundo.

Así pues, todo conocimiento, e igualmente el conocimiento de la esencia que exploramos, requiere de estos cuatro brazos: Experimentación-Comunicación-Reflexión-Meditación. Y este conocimiento tiene siempre dos caras, el conocedor y lo conocido, el ser del mundo y el ser de quien lo conoce.

Dos caras que en el fondo y esencialmente, cuando el conocimiento está maduro, ¿resultan ser solo una?

Y UN CUENTO

“Un científico que vivía preocupado por los problemas del mundo, estaba resuelto a encontrar los medios para resolverlos. Pasaba días enteros en su laboratorio, buscando respuestas a sus dudas. Cierto día, su hijo de seis años invadió su santuario, decidido a ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que fuese a jugar a otro lado. Viendo que era imposible sacarlo, el padre pensó en algo que pudiera entretenerlo. De repente se encontró con una revista, en donde había un mapa del mundo, justo lo que precisaba. Con unas tijeras, recortó el mapa en varios pedazos y junto con un rollo de cinta, se lo entregó a su hijo diciendo:

-Como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo todo roto para que lo repares sin la ayuda de nadie.

Entonces calculó que al pequeño le llevaría 10 días componer el mapa, mas no fue así. Pasadas algunas horas, escuchó la voz del niño que lo llamaba:

-¡Papá, ya lo hice!  conseguí terminarlo todo.

Al principio el padre no creyó al niño. Pensó que era imposible que, a su edad, hubiera armado un mapa que nunca había visto. Para su sorpresa todo estaba perfectamente armado y las piezas en su sitio.

-Tú no sabías como era el mundo ni conocías esa foto. ¿Cómo lo lograste?

-Papá, yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando arrancaste la hoja de la revista, vi que al otro lado estaba la figura de un hombre. Entonces le di vuelta a los recortes y empecé a arreglar a ese señor, que sí sabía cómo era. Cuando conseguí arreglar al hombre, di vuelta a la hoja y había arreglado al mundo”.        (Cuento de Cristian Urzúa)

Francisco Bontempi

Médico y Psicoterapeuta

LOS CUATRO BRAZOS DEL CONOCIMIENTO

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