“El corazón del hombre es un instrumento musical, contiene una música grandiosa, pero dormida. Está allí, esperando el momento apropiado para ser interpretada, expresada, cantada, danzada”. Rumi
(EN BUSCA DE LA ESENCIA III)
EL CONTRAPUNTO
La RAE define al contrapunto (‘punto contra punto’) como ‘el contraste entre dos cosas simultaneas’. Esta simultaneidad puede generar belleza, como en el contrapunto musical, o puede convertirse en la guerra de puntos de vista contradictorios e incapaces de escucharse. Este último es el caos de incomunicación en sociedades y familias, desgraciadamente frecuente, donde sus miembros practican esa forma de eclipsar o ignorar al otro, haciéndole desaparecer en nuestra inconsciencia: no te escucho, no te entiendo, no te veo, no me gustas; ocasiones en que, más que contrapunto, hay ignorancia, choque con todo lo que no sea la monofonía del ‘yo’.
En literatura, el contrapunto es una técnica narrativa basada en el paralelismo de acontecimientos protagonizados por distintos personajes, en la simultaneidad de escenas, próximas o alejadas, y en los saltos de pasado y presente. “El aire va tomando cierto color de Navidad. Don Roberto lee el periódico mientras desayuna. La Filo llora mientras dos de los hijos, al lado de la cama, miran sin comprender. En la plaza, doña Rosa pregunta, como siempre, por sus sobrinas”. (Modificado de C.J.Cela.)
En música. El contrapunto es un concepto nacido con la polifonía musical en el siglo XV, en ella juegan varias voces, líneas, instrumentos, cada uno con un discurso autónomo, algunos son textos simultáneos que se entrecruzan, se sobreponen, se restan, se imitan o divergen, sin romper por ello la unidad que es la pieza musical. En el estudio del contrapunto los estudiantes deben cantar en voz alta cada una de las líneas individuales mientras agudizan su oído para escuchar y comprender a las otras; un excelente ‘ejercicio de consciencia del otro y de la unidad de todos’. Cuando escuchamos música, no importa cuán autónomas sean las líneas en cuestión, siempre escuchamos un todo, a pesar de nuestra capacidad para distinguir primeros planos y líneas de fondo. La armonía es entendida como la integración de líneas musicales simultáneas, ese todo coherente en el que nuestro cerebro reconoce ‘la belleza’.
Y en nuestro contexto, el Contrapunto Psicológico, un modelo de simultaneidad en el que, los aspectos básicos que caracterizan a nuestro ser, se entretejen mientras se pone en evidencia (así lo espero) o se oscurece (así lo temo) ‘el sustrato esencial que le da unidad a lo que somos’. Podríamos jugar convirtiendo a los ‘Seis personajes en busca de autor’ de Luigi Pirandello en ‘Siete chakras en busca de la Unidad Esencial del Ser’, y estaríamos con el contrapunto que propongo.
En el presente artículo me centraré en dos de los aspectos más importantes en nuestro ser: ‘conocimiento/consciente’ y ‘cuerpo‘. Para otra ocasión dejo nociones como ego, razón, emoción y red social.
Tal como el movimiento de un planeta no tiene sentido sin el campo gravitatorio en que se desplaza, los aspectos que nos constituyen se entretejen y juegan sus contrapuntos sobre un fondo; ésto es lo que les da sentido y provee de unidad, la esencia.
I CONOCIMIENTO/CONSCIENTE Y ESENCIA
La consciencia no solo es una huella o fenómeno donde se manifiesta nuestra esencia, sino el ‘saber de una cierta realidad’. A este doble aspecto de consciencia y saber le llamaré Conocimiento/Consciente. (Entendiendo por conocimiento no la mera acumulación de información, sino este ‘saber’.)
Antes de ser ‘seres conscientes’ fuimos un cuerpo-feto-pez bastante primitivo, y, como lo primero es sostén de lo último, debiera primero hablar del cuerpo; pero también es cierto que un cuerpo sin consciencia no se plantearía ni leer ni escribir este artículo. Por ello no pondré en primer lugar al cuerpo sino al conocimiento/consciente; el contrapunto del cuerpo vendrá luego.Nuestro peculiar modo de ser humano, ‘sapiens’, está asociado a los procesos cognitivos. Un aspecto esencial de nuestro ser es ‘saber’ a través de esas tres modalidades del conocimiento que ya comentamos. Aunque hay conocimiento inconsciente, el ‘saber’ está asociado a la consciencia.
Un inconveniente del conocimiento/consciente es su costo en tiempo: los procesos neurales necesarios para ella toman tiempo. Un ser humano ante un ataque imprevisto salta con una rapidez que desborda a la consciencia: ‘no me di cuenta como salté’. Con esta eficacia discutible, somos más lentos que animales menos conscientes, e incluso que los nuevos robots. Entonces ¿para qué sirve el conocimiento/consciente en la naturaleza?
Desde el punto de vista evolutivo/darwiniano, si la consciencia tiene inconvenientes ha de tener suficientes ventajas compensatorias. ‘Ventaja’ desde el punto de vista de la selección natural significa mayor capacidad de reproducción, éxito reproductivo. Es decir, el conocimiento/consciente tiene que servir para hacer más copias de los genes y memes asociados. Y este parece ser el caso, si miramos la dimensión de plaga planetaria que hemos alcanzado.
Los neurocientíficos han buscado comprender la utilidad adaptativa de esta propiedad de los seres vivos, y han llegado a la conclusión que: la consciencia hace más efectivos los aprendizajes del organismo que la posee, y más complejos los vínculos que configuran sus sociedades; dos grandes ventajas evolutivas. La consciencia permite darnos cuenta y construir mapas cognitivos del ambiente donde existimos, plantear hipótesis operativas, elaborar modelos de lo que somos y de lo que es; y, muy importante, nos permite interactuar unos con otros dándonos cuenta de nuestras mutuas existencias. Que el animal conozca mejor su medio es una gran ayuda para sobrevivir mejor; y para conocer bien es necesario conocer el instrumento a través del cual conocemos, en este caso nosotros mismos; por lo tanto, el conocimiento/consciente y la autoconsciencia tienen un claro valor adaptativo. Por lo mismo, es posible que nuestra especie esté mejor capacitada para sobrevivir a catástrofes como las que extinguieron a los dinosaurios, dado nuestro mejor conocimiento de los fenómenos naturales. Pero también es cierto que la ignorancia actual acerca de las consecuencias de nuestro ‘vandalismo depredador de la naturaleza’ son el mayor peligro al que nos enfrentamos como especie, un peligro que surge de las evidentes limitaciones de nuestra consciencia colectiva. Pues somos conscientes, pero no tanto.
CONSCIENCIA, CEREBRO, AMBIENTE Y EXPERIENCIA
Está claro que la consciencia es un fenómeno natural, y no sobrenatural como se creyó en el pasado. Somos cuerpos naturales dotados de cerebro y, al menos en nosotros, este órgano es una condición necesaria de la consciencia y el conocimiento. Durante los primeros estadios del desarrollo en mamíferos, una parte de la anatomía inicial del cerebro está determinada por los genes. Sin embargo, muchísimas conexiones sinápticas dependen, no tanto de los genes, como de ‘la experiencia’, la llamada ‘regulación epigenetica’.
Se ha observado que, según su eficacia adaptativa, las redes y circuitos sobreviven o se extinguen por un cierto ‘darwinismo neural‘. El cerebro es como una inmensa selva con millones de unidades y tantas conexiones como estrellas en nuestra galaxia. Como en toda selva, durante el desarrollo hay procesos de creación y crecimiento de neuronas, dinámicas de división y adhesión, formación de agrupaciones y conexiones, redes que se crean o se extinguen, migración y muerte celular, es decir, evolución. Este ‘modelaje neuronal’ depende del ‘uso y funcionamiento’, del estímulo positivo o negativo que surge de la interacción del cerebro con el medio; esta es la experiencia, algo que afecta tanto al cerebro como al entorno. Con la experiencia (aprendizaje), circuitos cerebrales se extinguen mientras otros se refuerzan; mientras tanto, en el medio ambiente queda la huella de nuestro movimiento. En nosotros, el primer medio modelador del cerebro (luego del ambiente intrauterino) es nuestro entorno psicosocial primario, la familia y su periferia; y si ella nos ha modelado, nosotros, como protagonistas de su red, también la hemos afectado.
Edelman y Tononi (El Universo de la Consciencia) señalan que no es posible explicar todo el comportamiento animal a partir de la pura genética. La evolución de las redes neuronales depende de la interacción del sujeto cerebral con su entorno. Esta interacción está mediada por los genes que determinan el hardware cerebral; pero luego en nosotros está afectada por la capacidad que llamamos conocimiento/consciente. Esta capacidad nos sirve para generar usos y comportamientos que potencialmente modifican aspectos del hardware. El cerebro de Einstein, así como el de los viejos taxistas de Londres, tiene más desarrollado el lóbulo asociado a la consciencia espacial. La interacción en que ‘sujeto cerebral’ y ‘medio ambiente’ se modifican mutuamente, se convierte en ‘experiencia’, un factor importante del conocimiento/consciente. La experiencia acumulada actúa luego, en una nueva vuelta de tuerca, sobre los mismos genes, sobre el cerebro, el medio y el campo cognitivo que les unifica.
Resumiendo: En este bucle del conocimiento/consciente, la realidad, (el entorno material, psicológico y social) modifica al sujeto cerebral al mismo tiempo que este transforma a la realidad a través de la interacción que llamamos experiencia. Nuestra ‘huella de carbono’ es una modificación enorme que hacemos en nuestro ecosistema, y ella nos está devolviendo la mano con aprietos climáticos y sanitarios graves. Nadie pasa por la vida sin experimentar enormes cambios del instrumento cognitivo que somos (de bebé a anciano), y sin haber hecho cambiar, en una cierta medida, al mundo con que hemos interactuado.
NIVELES DE CONSCIENCIA
Podríamos plantear que existe un ‘saber al margen de la consciencia’, si aceptamos que las hormigas ‘saben’ que va a llegar el invierno y por eso se apresuran en reforzar su despensa; asumimos un saber básico, asociado a su estructura genética y ajeno a la consciencia, suponemos, pero eficaz, pues les ha permitido sobrevivir con indudable éxito biológico. Desde ese tipo de saber hasta la autoconsciencia hay una amplia escala en cuya cúspide nos hemos situado a nosotros mismos.
Muchos llegan a identificar consciencia con esencia y a afirmar que la autoconsciencia es nuestra característica reina, la que nos diferencia esencialmente de los demás animales. No creo esto, pues ya hay suficiente evidencia de consciencia y conocimiento en los animales superiores. Por otra parte, ya hemos visto que nuestra consciencia se puede dormir, o bajar mucho su intensidad, sin que por eso se pierda la esencia de lo que somos.
Hay neurocientíficos que llegan a describir a la consciencia como un mero programa operativo, un circuito que puede estar activo o desactivado. Para mí es indudable que la consciencia ocurre cuando se activan determinadas estructuras cerebrales, pero me resulta evidente que ella es algo más que un pulso de energía circulando por un chip. La consciencia implica una compleja relación entre lo que llamamos interno y externo. (Vale la pena reflexionar más sobre la consciencia con Antonio Damasio: ‘El Extraño Orden de las Cosas’)
Para que haya consciencia hace falta, uno: el chip neuronal adecuado; dos: el organismo en su conjunto; y tres: un entorno con el cual organismo y cerebro estén articulados evolutivamente. Pues nuestros cerebros no se han gestado en la nada sino en un larguísimo proceso evolutivo de la naturaleza viva.
La experiencia de consciencia que surge de esta triple condición puede estar en distintos niveles de intensidad, como la intensidad de una bombilla, desde casi apagada hasta fuertemente encendida. En cada individuo fluctúa el nivel de consciencia, entre la inconsciencia del sueño profundo hasta los picos más altos de lucidez. El nivel tampoco es igual en los distintos seres humanos, en algunos es muy roma, en otros más aguda. Y en las diferentes especies también se desenvuelve este amplio espectro.
Según Teilhard de Chardin, (conflictivo paleontólogo y jesuita quien combinó la reflexión científica y teológica) la consciencia es una propiedad de la realidad material, no solo de nuestros cerebros, sino inherente a la matriz misma de todo lo que existe, encontrándose más concentrada o diluida según el grado de complejidad con que se organiza.
LA ESENCIA EN EL ‘CONOCIMIENTO/CONSCIENTE’
La consciencia pone en evidencia, en nosotros, lo que podemos llamar ‘campo cognitivo’: el campo que unifica al sujeto con su entorno, confiriéndole al primero capacidad operativa sobre el segundo. Este campo cognitivo es lo que habitualmente llamamos ‘mente’, mente en cuanto ‘espacio donde se desenvuelve el conocimiento y se experimenta la consciencia’.
Siendo el problema de la consciencia una cuestión bastante profunda, la naturaleza de la esencia lo es mucho más, ya que nuestra esencia humana (sea la que sea) nos vincula y unifica con la esencia de la Realidad total, (sea la que sea) con independencia de que seamos o no conscientes de ella. Pues en último extremo nuestro origen más lejano no puede ser distinto al origen de todo lo que existe.
Cuando alcanzamos el nivel de consciencia y conocimiento suficientes nos maravillamos del portentoso paisaje del Universo en que hemos emergido, con sus múltiples dimensiones; física, bioquímica, orgánica, psicológica y consciente, abrazadas todas en esta Unidad Esencial del Ser.
Si la esencia es lo que hace que algo sea lo que es, nuestra esencia está en la raíz misma del campo cognitivo en que el sujeto de experiencia y el medio se han fundido como conocimiento/consciente.
La esencia se hace evidente en ese vértice donde el ‘sujeto conocedor’ y la ‘realidad conocida’ están en íntima fusión. En ese vértice, si somos ateos, podemos intuir algo de la ‘Realidad como Unidad Natural’; y si somos teístas, algo comprenderemos, en ese vértice, de la ‘Unidad Esencial de Dios’. En cualquier caso, la noción de esencia nos habrá traído a la idea de una Unidad Superior, a la que determinamos y que nos determina.
II CUERPO Y ESENCIA
Para explorar los contrapuntos del cuerpo necesitamos movernos. Podemos caminar durante esta reflexión, podemos bailar o girar en trance meditativo, como hacen los derviches giróvagos, (una forma de meditación sumamente efectiva), podemos tocar un instrumento musical, si estamos dotados con esa capacidad; en fin, cualquier cosa menos quedarnos quietos.
La naturaleza del cuerpo es movimiento. En realidad, el cuerpo vivo nunca está quieto; aunque no movamos un dedo, la vida que bulle en la sangre, en el ritmo respiratorio, en la intensidad del intercambio metabólico, es puro movimiento. Las ondas cerebrales son la muestra de un movimiento continuo en la red neuronal. Cuando las ondas se aplanan, cuando el movimiento se detiene, la vida simplemente se apaga y aparece el fenómeno de la muerte.
El movimiento es siempre relativo a algo. Me muevo porque me estoy alejando de casa; el avión se mueve en el cielo y está atravesando las nubes; un coche se acerca en sentido contrario por la autopista; cruzo una pierna sobre la otra; sacudo los brazos; camino entre los objetos de casa. El mundo es una red de cuerpos en movimiento entrecruzado. Intenta por un momento imaginar una realidad donde hubiera una sola cosa, compacta y homogénea, nada sino eso, y entonces no habría movimiento. En el Uno Absoluto, si eso existiera, no habría movimiento alguno; quizás por esto los filósofos/teólogos antiguos llamaron a Dios el ‘motor inmóvil’. Pero, ¿puede la inmovilidad generar movimiento? Para hacerlo tendría que partirse en dos, (creador y creación ya es una escisión), o estallar en multitud de partes. Y entonces las partes se moverían y estarían en relación; pero el movimiento estaría en sus tripas, mientras que la Totalidad conservaría esa especie de inmovilidad que es su equilibrio y armonía unitaria.
La vida del cuerpo es relación. Vivimos estableciendo relaciones, nos acercamos a alguien o nos alejamos de alguien, nos integramos en un grupo y luego nos separamos, acercándonos a nuevas situaciones y relaciones. Nuestro cuerpo en continuo movimiento, tanto interno como externo, es una sucesión de cambios.
El cuerpo es cambio. Nuestros estados internos o mentales también son continuamente cambiantes: ahora sentimos frio, mañana sentimos calor. Fluimos en una sucesión ininterrumpida de cambios.
Cambio y permanencia. Sin embargo, los seres humanos experimentamos una extraña noción/sensación de permanencia: como si algo permaneciera inmutable en medio de todos los cambios, en medio de todos los movimientos, en medio de todas las sensaciones y sentimientos que sacuden las entrañas y las estructuras somáticas: la noción de que nosotros permanecemos, la continuidad de un yo que no cambia, que siempre es el mismo.
CAMBIO Y PERMANENCIA
Podríamos pensar, de modo ingenuo, que eso que permanece inmutable, el centro del ciclón que ha inspirado, desde psicodelias descabelladas o las más profundas introspecciones, es el espíritu o alma, como se ha llamado a ‘eso donde nace la consciencia’. A ‘eso’ que permanece y no cambia se le ha llamado de muchas maneras, espíritu, alma, ánima, soplo, impulso vital, consciencia, dios, vacuidad y también esencia, generando un trafago de mal entendidos por distintas definiciones en diferentes contextos.
La palabra espíritu viene del latín spiritus y éste del verbo spirare, soplar, relacionado con la respiración. La palabra alma, relacionada etimológicamente con aliento o soplo, es también llamada ánima, voz patrimonial del latín ‘aire, aliento’, de la raíz indoeuropea and- respirar, alentar, generar movimiento, animación, animal, animado. Así es que el espíritu o alma no es eso que está quieto y permanece inmutable, sino que es parte fundamental del movimiento, de la animación corporal, del animal capaz de reflexionar.
¿Es entonces una ilusión la de ese algo inmutable, un eje inmóvil, ese espacio inconmovible? Algunos han querido identificar eso simplemente con el ‘yo’, ese que dice ‘soy yo y mi circunstancia’, un yo que permanece en medio de circunstancias siempre cambiantes. (Este es un contrapunto que veremos más adelante: ego y esencia.)
¿Hay en nosotros un algo en verdad inmóvil? (No ese remedo de inmovilidad que es la de un meditador rompiéndose las rodillas por mantener la postura.) Esa noción/sensación de algo permanente que trasciende al movimiento ¿es ilusión? ¿o surge acaso de algo real, enraizado en la vida orgánica que todos experimentamos?
Muchos piensan que ese yo es una ilusión, producto del juego de espejos que nuestra complejidad neuronal permite; y así afirman que: el yo es un fantasma en la maquinaria, algo que en realidad no existe, una construcción virtual que se modela en nuestras neuronas para crear un punto de referencia en los mapas que construimos mientras exploramos la realidad y nuestro organismo sobrevive. Un punto virtual e inexistente, una ilusión que se desvanece, ya sea con la ‘muerte psicológica’ de ciertos trances, o con el agotamiento del organismo individual en la ‘muerte biológica’.
CUERPO Y MUERTE
Volvamos entonces a esta realidad portentosa que es el cuerpo. Porque el yo quizás sea una ilusión, o quizás sea un sujeto/objeto transcendente, pero el cuerpo en movimiento sí es una realidad difícilmente cuestionable. Aunque solo exista durante la mínima fracción de segundo, prácticamente nada en la Inmensidad del Universo, este fugaz instante corporal que estás experimentando, en este momento, es una portentosa realidad. Existimos un instante y al instante siguiente dejamos de existir. O volvemos, si así quisiéramos imaginar, al ‘lugar’ donde pudiéramos haber estado antes de venir. Mas, sea lo que sea que haya antes o después, la cuestión es que ahora, en este mínimo instante de existencia, por muy trastornada que esté tu consciencia, este espacio corporal, este aquí-ahora, no es una ilusión ni un sueño. Tampoco es una ilusión la de ese alguien-algo que se da cuenta de estarse dando cuenta de existir.
Consciencia del cambio y muerte. Se creía que éramos el único animal consciente de la muerte, lo que se ha demostrado falso. Nosotros marcamos y veneramos el lugar de nuestros ancestros, y somos una especie constructora de tumbas y adoradora de recuerdos; pero los elefantes también reconocen los restos y el lugar de muerte de los suyos; solo hace falta memoria y una cierta consciencia. Sabemos que nuestra evolución corporal está abocada al enorme cambio de morir, y no es un castigo bíblico ni una monstruosidad culposa de la que avergonzarnos, es simplemente natural.
Todas las cosas que existen están en medio de un proceso de agregación y desagregación (con nosotros en medio de este catálogo). Los cuerpos celestes, dicen los astrofísicos, se forman por agregación gravitatoria de partículas de polvo, que luego de un tiempo de existencia se desintegran y estallan para volver a convertirse en polvo. No está muy lejos aquella sentencia bíblica de ‘polvo eres y en polvo te convertirás’. Al igual que aquellos objetos híper masivos, los agujeros negros, o algo tan mínimo como un átomo, también nosotros, con millones de células, organizadas en tejidos, redes, órganos y sistemas, nos agregamos y desagregamos en el baile de la existencia. No parece una cuestión que merezca duda.
Morir entonces, desagregarse lo que se ha agregado, es otra realidad inobjetable de nuestra experiencia del cuerpo. Aunque consiguiera la ciencia alargar la vida hasta los 300 años, (hay mucha investigación al respeto, se cree que será posible reducir la oxidación y desgaste de los telómeros, extremos de los cromosomas, cuya función es darles estabilidad estructural), o, si nos ponemos muy optimistas, hasta los 900 de Matusalén, tendríamos tarde o temprano que cesar en el movimiento, experimentar la muerte.
¿LA ESENCIA EN EL CUERPO?
Entonces, Movimiento, Relación, Cambio y Muerte, son cuatro aspectos inseparables de la realidad corporal. Frente a esta nota corporal, esto que salta de aquí para allá, que viene y que va en continuo movimiento, para finalmente detenerse, desagregarse y callar ¿dónde está la esencia? ¿Es ‘algo’ en el cuerpo cambiante y mortal? ¿O el contrapunto esencial a ‘la parte’ es la ‘Unidad del Todo’?
¿Es en la Unidad del Todo donde la parte encuentra su origen y sentido?¿Deberíamos entonces buscar la esencia y encontrarla en el vacío, en la Vacuidad Absoluta, en ese, el más homogéneo de todos los espacios? ¿O buscarla en el campo que unifica a las fuerzas de lo que llamamos Realidad, de la cual el campo gravitatorio es una potente expresión de su unidad? (Cuando digo Realidad ‘con mayúscula’ no me refiero a la realidad fenoménica, sujeta a los errores e ilusiones de la percepción, sino a la Realidad en sí misma.) ¿Deberíamos buscarla en el Campo Cognitivo, ese campo donde experimentamos nuestro cuerpo y la consciencia de existir, la vida con todos sus matices y la muerte? ¿O encontrarla en la armonía de todo lo existente, en el impulso creador que para el teísta es Dios? ¿O acaso todos estos nombres responden a una misma Esencia?
En todo caso, no debiéramos buscarla en el silencio absoluto, porque la muerte de un cuerpo particular ocurre en medio de una música extensa y colectiva que continúa; tropel vibrante y sonoro donde una infinita cantidad de cuerpos se prolongan mutando, cambiando, naciendo y muriendo. Cuando un instrumento calla, la orquesta enorme, el coro de todas las existencias vivas y cambiantes, continúa desenvolviendo sus contrapuntos y melodías. La Realidad inmensa no se detiene con la muerte individual.
La Totalidad unitaria de la Realidad era antes y será después que cualquiera de sus partes. Cuando el cuerpo deja de moverse y comienza su fase de desagregación, no se rompe, ni por un mínimo instante, la Unidad del Campo donde todas sus partes están incluidas en dinámico y cambiante equilibrio. La Unidad Esencial continúa, era antes y será después.
III Y UN CUENTO
“Cuando el cuerpo fue creado, todas las partes querían ser el jefe. El cerebro dijo: -Por ser yo quien da las ordenes y controla las diferentes funciones, exijo que me llamen ‘jefe’. Pero los pies dijeron entonces: -Somos nosotros los que soportamos todo el peso, los que llevamos a todos a todas partes; por lo tanto, la jefatura nos corresponde.
De la misma manera, las distintas partes expresaron su importancia. El corazón, los pulmones, el oído y hasta el mismo culo, reclamaron su derecho a ser el jefe. Y todos, al conocer las pretensiones del culo, se echaron a reír. ¿Cómo se atrevía ese órgano desprestigiado e insignificante a tamaña pretensión? ¿Se le podía llamar órgano acaso?
A raíz de las burlas y herido en sus más íntimos sentimientos, el culo se enculó y decidió bloquear la salida con tres palabras: -No-cago-más-
Al poco tiempo y como consecuencia de esa actitud, el cerebro comenzó a trastornarse, había fiebre alta, los ojos estaban hinchados; los pies inflamados y llenos de dolor no soportaban el peso del cuerpo. El corazón y los pulmones luchaban por sobrevivir, tenían que trabajar acelerados para eliminar algo de las toxinas que les invadían. Todo era un desastre, hasta que todos juntos imploraron que el culo fuera el jefe.
Enterado de lo resuelto, el culo comenzó entonces a funcionar: ¡qué cagada! a diestra y siniestra, asumiendo así su formidable cargo de jefe”.
El cuento tiene moralejas discutibles acerca del valor de los jefes. Me contaron el chiste y me hizo reír. Los buenos chistes alivian tensiones del cuerpo y del ego. ¿Y por qué aquí esta historia? Quizás nunca descubramos los sutiles contrapuntos de la esencia sin una buena cagada, ¿quién no la ha hecho?
Y también nos cuenta el cuento: que lo más bajo y humilde es fundamental en la armonía del conjunto.
Francisco Bontempi
Médico y Psicoterapeuta