EL LUGAR DE PODER.

Posted By pfbontempi on May 4, 2017


Toda criatura ha sido dotada al venir a la existencia de un lugar único y especial: este es su “Lugar de Poder”. Se le llama así pues, cierto es también, toda criatura ha sido dotada de una cierta capacidad de actuar sobre la realidad y, esta autoridad natural, solo puede ser ejercida desde ese lugar único y especial.  Y aquí comienza el cuento:

«Hubo una época en que los gatos eran gatos y los ratones ratones, las grullas grullas y los lagartos lagartos. Sin embargo, después de un cierto tiempo un profundo malestar comenzó a corroer la sociedad: los conejos siempre eran cazados por los zorros, y el pasto comido por las vacas. De alguna práctica y fatal manera toda criatura era devorada por otra. Incluso los orgullosos leones terminaban engullidos por los menospreciados buitres. Nadie quería morir y mucho menos a manos de otro: “a mí nadie me va a comer” se transformó en el slogan de moda. La revolución contra la muerte estaba en marcha. Pero las cosas no cambian solo con el malestar, y mucho menos para los peces, soporte alimenticio de buena parte de la sociedad. Esquilmados desde todas partes, a la última “Notable Conferencia del Reino Animal” llevaron la propuesta audaz de cambiar las reglas del gran juego: -Que toda criatura pueda ser otra- este fue el emplazamiento y, como nadie quería morir (cosa para todos difícil de evitar), la moción fue aceptada por aclamación. Entonces ocurrió aquello. Del cielo descendió una enorme telaraña, tupida como pantalla, sutil como la niebla que enmascara todas las cosas. Descendió sobre todas las criaturas de un modo tan completo que no solo las envolvió, sino que penetró profundamente en ellas. Y comenzó el carnaval de las ilusiones. El nacimiento del segundo Reino.

Habíase creado la ilusión que el carnaval de la mente permite. Cada criatura llevaba un trozo de la gran pantalla en su interior, y allí cada uno proyectaba cualquier cosa. Bueno, cualquier cosa no: proyectaba sobre ella sus deseos, y como todos deseaban ser otra cosa, eran siempre otras historias las que se agitaban en la pantalla interna de cada cual. Era francamente divertido asomarse un Domingo cualquiera por la “Magnífica Avenida del Insuperable Pavo Real”. Podías ver a las gallinas vestidas de tigresa, a los hipopótamos de culturistas de ballet, a lobos vestidos con piel de oveja, y a más de alguna oveja caminar como dueña de la creación. Era el país de los sueños convertido en realidad. Cada uno se comportaba como lo que creía ser. Pero ¿quién era cada uno en realidad? Hasta tal punto se confundió la ficción con la verdad que la palabra verdad dejó de tener significado. Muchos de los animales más sabios y cultos de la grey llegaron a decir que la libertad consistía en la posibilidad para los leones de volar como mariposas y para los caballos nadar como un delfín: “Lo que te propongas ser serás” pasó a ser el lema de la nueva realidad, y la mona vestida de seda, mona dejó de ser y en su película vivió como princesa. ‘Esto es lo que cuenta’, decían todos, ‘Se necesita una ilusión para vivir’. Y el país de las ilusiones se extendió por doquier.

Entre los animales había uno que, en el régimen antiguo, lo pasaba especialmente mal: era la carne preferida de todos los cañones y el manjar favorito de cualquier predador. Nadie sabe bien porqué se llamó a sí mismo “humano”, pero el hecho es que vivió siempre con tanto dolor que a la propuesta de los peces fue el primero y más entusiasta en responder: ‘Yo quiero ser el Rey de la Creación’, dijo con fuerza y ambición. Y en su película particular precisamente en eso se convirtió: en el mejor, el más rápido, la más bella, el más alto, la más lista de todas las criaturas de su imperio singular. ‘Qué es el hombre?’,  preguntaba alguno, ‘Un sueño de los dioses’ respondía otro. ‘¿Qué es la vida? ¡Una ilusión!’ Todos daban por hecho que la realidad era una ilusión; y más valía que así fuera, pues, como dice el refrán, ‘sin una ilusión no se puede vivir’. Sin embargo, al igual que en el primero, en el segundo reino el sufrimiento siguió existiendo. Y la mortalidad nunca pudo ser eliminada. Todos querían creer que morir era cosa del cine, una historia que ocurre a los demás. Esto permitía a la muerte pasear sin capa ni capucha y a plena luz del día en medio de la alegre inconsciencia del gran carnaval. Nadie reaccionaba. Todos vivían presos de alguna ilusión: para unos sufrir, para otros gozar.

¿Y qué pasó con el lugar de poder? Todos los animales, incluso los más racionales, lo habían perdido y sepultado, nadie sabe dónde. Era un misterio o una rareza su sola mención. Y esta es la razón por la que el presente cuento nunca pudo llegar al final que su nombre prometió:  como las criaturas rebeldes, encandiladas por la caja tonta de su fantasía, habían dejado de ser ellas mismas, ya no podían distinguir aquellas de la realidad, y el único ‘lugar de poder’, el que asienta en la ‘realidad de lo que somos’, para esa enorme multitud no era sino otra ilusión».

Porque, ¿qué es lo que somos realmente? Cada uno responde a esta pregunta con su propia existencia.

Francisco Bontempi
Médico y psicoterapeuta

EL LUGAR DE PODER

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