EL INSTANTE DEL CUERPO APARENTE

Posted By pfbontempi on Feb 18, 2022


LOS CONTRAPUNTOS DEL CUERPO   V

Para William James ‘la consciencia no es una cosa sino un proceso’. ¿Que tal aplicar esa misma fórmula al cuerpo? Diríamos entonces: El cuerpo no es una cosa sino un proceso. Y este es el concepto que busco discernir con las nociones de ‘cuerpo aparente’ (cuerpo presente) y ‘cuerpo fluido’ (cuerpo trans-presente).

CUERPO APARENTE

Por ‘cuerpo aparente’ me refiero a lo que habitualmente llamamos cuerpo: básicamente es una ilusión, un espejismo, el más querido y más realístico de nuestros espejismos: ‘mi cuerpo’, ‘este soy yo’, ‘soy este cuerpo’, error que yo mismo he cometido miles de veces. En cierto sentido es cierto, soy un cuerpo, pero no el cuerpo que ‘aparentemente’ soy. La realidad del ser está en el ‘cuerpo fluido’ y no en el ‘cuerpo aparente’. Intentaré demostrarlo utilizando los conceptos y fenómenos que he venido describiendo.

Ya hemos discutido cómo la percepción del cuerpo, que siempre ocurre en el instante presente, está inevitablemente ‘contaminada’ con las construcciones del pasado, como una torre de pisos, donde el último se construye sobre todos los anteriores y es inseparable de aquellos. Si pudiéramos ver la evolución de nuestro cuerpo individual ¿qué es lo que veríamos? ¿cuál sería su comienzo y cuál su final? Por costumbre e inercia cultural diríamos que comenzó con la fusión de óvulo y espermatozoide, o cuando el bebé fue ‘alumbrado’ al mundo con el nacimiento, momento en que culturalmente se hizo comenzar la vida.

Sin embargo, la realidad es que a nuestra concepción la precedió una doble corriente de genes: un linaje biológico nos venía a través de nuestra madre, y el otro río de genes de nuestros ancestros paternos. En esa mezcla de genomas se gestó una ‘forma’ con una serie de peculiaridades, los rasgos propios y familiares con que estamos identificados. Pero esa mezcla, y la forma consecuente en la que nos reconocemos, venían impulsadas por un movimiento que las precedía; y ese impulso previo es parte real y muy efectiva de nuestro cuerpo, son los instintos, maneras de moverse, de entender, experimentar y vivir la realidad.

En Brasil el río Solimoes, (de color barro), y el río Negro, (de ese marcado color), ambos con identidad propia y largo trayecto, confluyen para llamarse Amazonas. Pero las mezclas necesitan tiempo y movimiento para consolidarse. Durante varios kilómetros corren sus dos colores sin mezclarse. Una vez mezclados, ¿es el recién llamado río Amazonas un ‘río nuevo’, una entidad diferente a su doble raíz? Si pensáramos así, ¿no sería como afirmar que un árbol comienza donde el tronco emerge de la tierra, simplemente porque hemos descartado su mundo subterráneo, sus raíces, como si no pertenecieran al árbol?

Con estas ideas quiero decir que el proceso de nuestro cuerpo se prolonga en raíces evolutivas que se remontan muy atrás en el tiempo, raíces que son parte efectiva del mismo (si no miramos al cuerpo como una cosa sino como un proceso). La realidad corporal es mucho más amplia entonces que nuestro ‘tiempo personal’. No es necesario creer en la reencarnación para plantearnos esta idea: nuestra existencia ha comenzado mucho antes de la vida aparente de un cuerpo individual desgajado, separado y separable de otros cuerpos.

UTILIDAD DEL CUERPO APARENTE

Dado que toda percepción es la integración de señales sensoriales presentes con memorias y cogniciones previas, lo que he llamado ‘cuerpo aparente’ es en realidad una construcción cognitiva, la del cuerpo con que estamos identificados, que reconocemos como nuestro, del que decimos ‘mi cuerpo’, al que toco en el instante presente, que reconozco en el espejo, que siento, que respiro, que me duele y sé mortal, que se mueve o queda quieto, al que refiero mis propiocepciones y cenestesias de este instante, sin darme cuenta que en realidad estoy tocando mi pasado, un esquema corporal establecido en mi campo cognitivo a partir de muchísimas experiencias previas.

Esta identificación del presente con los registros del pasado nos permite dos cosas: la primera es reconocernos, si siento acidez gástrica sé que ese fuego está en mi vientre y no en el de mi vecino; la segunda nos permite operar sobre nosotros mismos y el entorno. Y este último es un punto muy importante: la ‘posesión del presente corporal’, la sensación de ‘yo/aquí/ahora’, nos sitúa en este umbral mínimo donde actúa la voluntad, un brevísimo ‘ahora’, generalmente inconsciente, desconectado del ayer y del mañana, instante mínimo determinado por la velocidad de conducción electroquímica de las neuronas, y sin embargo instante fundamental, pues este fugaz ahora del ‘cuerpo aparente’ es el punto de apoyo que utiliza la palanca de la voluntad y la consciencia para ‘mover’ al mundo y modificarse a sí misma. Yo no puedo actuar sobre lo que ocurrió ayer, y tampoco puedo interferir con lo que ocurrirá mañana: el umbral de acción solo está abierto ‘ahora’.

Pero también es cierto que la acción ocurrida en este mínimo y fugaz presente afecta al futuro, e incluso al pasado. Lo que yo ahora haga o deje de hacer tendrá algún tipo de consecuencias mañana, es cierto; aunque también es posible que esos cambios, si bien no tocan al pasado ni modifican sus hechos, puedan generar un ‘relato diferente’, interpretaciones nuevas que iluminen ese pasado con otra luz, y que generen, por lo mismo, evoluciones alternativas. Esta reinterpretación del pasado es una de las claves en psicoterapia: imaginar un pasado u otro puede cambiar nuestros sentimientos e impulsarnos a un diferente futuro.

presente: ‘cuerpo-aparente

transpresente: ‘cuerpo-fluido

El cuerpo aparente es un corte temporal en los procesos del ‘cuerpo fluido’, un instante en una serie de secuencias que normalmente escapan a nuestra percepción. Nuestra cognición, articulada en una arquitectura cerebro-manual, (somos antropoides muy bien adaptados para manipular objetos y cuerpos) está programada para manejar objetos, cosas, pero con más dificultad para captar los procesos imperceptibles con que esos cuerpos están hilados.

Percibir las sutilezas escondidas en el ‘cuerpo aparente’ y su distinción respecto del ‘cuerpo fluido’ es cuestión de práctica, de agudizar la observación. La capacidad de atención es innata pero también se cultiva. Quien no ha tenido un entrenamiento en meditación ni ha ampliado su capacidad de observar cenestesia y propiocepción, puede no darse cuenta que la experiencia de su cuerpo tan ‘evidentemente real’ (debiera decir tan ‘aparentemente real’) en realidad es una construcción cognitiva, la de un cuerpo que aparentemente no está cambiando, o que cambia tan lentamente que parece no cambiar.

El ‘cuerpo aparente’ es como un fotograma que se ha quedado atascado en el río de la consciencia, consolidado allí por esa identificación con el cuerpo’; y esto es necesario para la permanencia del ego y nuestra acción sobre el mundo; es el acorde en una extensa partitura, el instante sensorial que activó la representación de un ‘cuerpo objeto’, cuerpo extraído, como una nota aislada, de esa sinfonía mucho más amplia que es ‘cuerpo fluido’.

UN ‘PRESENTE’ BASTANTE DISCUTIBLE

ALGO SOBRE LA GESTALT Y SU TIEMPO: La historia del ‘aquí y ahora’, de la consciencia corporal y del aprecio por el instante presente es un renacimiento del antiguo hedonismo, bajo las luces y sombras del siglo XX. La primera mitad de ese tiempo infausto estuvo dominado por un terrible sentido del deber, rayano en las obsesiones y la compulsión: “Hay que ganar esta guerra, primero la primera y después la segunda; Matar o morir; El futuro depende de nuestra fuerza e inteligencia armada; Tenemos que liberarnos de los poderes fácticos, desenyugar nuestra revolución; Tenemos que liberar al pueblo de la opresión colonial; Hay que conseguir la igualdad racial; Tenemos que luchar por el voto femenino; Educación para todos: abajo los patrones; Larga vida a la economía liberal”. En este mar de olas encrespadas y contradictorias no existía el instante individual como concepto, sino el presente de un tiempo histórico que convertía a los individuos en meras hojas arrastradas por sus marejadas.

En este ambiente de deberes, luchas y contradicciones de todo tipo, Freud centró su análisis de las pulsiones inconscientes en su famoso triángulo edípico: y éste también aparecía como una lucha de poderes, de búsqueda de identidad, de liberación del hijo/hija respecto de su padre/madre. Una lucha intergeneracional e intersexual. El poder castra al que podría ser poderoso y lo hace manso y débil. El débil, o se somete avergonzado e impotente, o se rebela colérico, o disimuladamente.

La primera mitad del siglo XX es una lucha terrible de titanes, cíclopes y esclavos desesperados, de hambrunas, pestes y guerras, de fortunas enormes infladas por desmedidas ambiciones, y desinfladas luego en las violentas crisis económicas y suicidios de Wall Street. La larga marcha de pueblos enteros levantados en armas en pos de caudillos de discursos armados y febriles, tiempo revuelto, de locura colectiva y crueldades de todo tipo. En medio de este caos la religión, desnuda ya, se descubrió desacreditada por sus largas hipocresías y contubernios, por su incapacidad de traer el reino de los cielos a una plaga de reinos corruptos, imperios no del bien común, sino arrastrados al fango por la ceguera egocéntrica y muchas veces psicopática de sus dirigentes.

La esperanza de todos terminó entonces depositada en la ciencia, y la ciencia liquidó la guerra con la suprema crueldad de las bombas atómicas lanzadas sobre ciudades civiles, con exterminios en masa calculada, con napalm y gases venenosos, con armas de ultimísima generación.  

Este fue el fondo sobre el cual se desarrolló la figura de Frederick Perls quien, viniendo del psicoanálisis clásico derivó a lo que se conocería como ‘terapia Gestalt’. (La Gestalt era entonces un enfoque psicológico nacido en Alemania que entendía a la ‘percepción’ y encontraba el ‘significado’, en la relación e integración de ‘figura y fondo’). Huido de la Alemania nazi, refugiado en la Sudáfrica racista, emigrado a la California del oro y las mil promesas, finalmente Perls lo dejó todo y quiso marcharse en pos de las fuerzas de la naturaleza, hacia una comunidad ideal y su destino en Canadá. Fue el inventor de “la silla vacía”, donde el paciente puede proyectar sus fantasmas, evidenciar sus contradicciones, conciliar sus cogniciones y encontrar paz y liberación emocional en su cuerpo. Con hombres como Perls y otros psicólogos guestaltistas, filósofos, artistas, existencialistas, meditadores y religiosos alternativos, rebeldes pacíficos, buscadores de la libertad esencial, cogió cuerpo y entidad la filosofía del instante presente: solo en el aquí y ahora reside la posibilidad de consciencia y la capacidad de cambiar el mundo, o por lo menos, nuestras vidas. El aquí y ahora implicaba desengancharse de la locura colectiva en que se empleaba la humanidad, entrar muy profundamente en la realidad del ser consciente frente a la Inmensidad. Solo que el aquí y ahora tiene muchísimos niveles de diferente profundidad.

De estos renegados de la estupidez colectiva, desembarcados de un mundo en llamas, nacieron las múltiples psicoterapias alternativas que se desarrollaron a partir de esas raíces, algunas para contribuir a la realización del ser humano, otras para desarrollar su ego y hacer dinero. Las revoluciones de los años 60 se hacían con flores y música, con escepticismo, con las ironías del arte de vanguardia, y con amargura, también, por las derrotas heroicas y grandes fracasos colectivos de la historia. Eran muchos los que querían dejar el pasado atrás. Y el instante presente parecía ser el umbral: el aquí y ahora. No habría futuro sin poner los pies en un presente real, aunque fuera sobre las cenizas del pasado.

Pero el enemigo del presente y la fuente de la inconsciencia ya no era el pasado, sino un futuro siempre amenazante. Mientras la guerra fría ponía sus patas de oso y sus garras de águila encima de pueblos condenados a competir los unos con los otros, encadenados por las inercias de la historia a una carrera compulsiva y enferma por dominar el globo, la filosofía del aquí y del ahora sucumbió, tras su mínimo fulgor de gloria, bajo las tempestades de la historia.

Una enorme ola, un tsunami imparable de producción industrial, convirtió al mundo en una máquina depredadora del planeta, y de electrizados consumidores. El resplandor del “Imagine” de los Beatles pereció asesinado por un loco en la puerta del hotel de John Lennon, y terminó asimilado por la avalancha de miles de consumidores incapaces de ver más allá de su cortísimo umbral de frenesí. Las ilusiones se disolvieron bajo el desarrollo competitivo de los mercados, la atadura de los créditos hipotecarios, la obsesión por hacerse rico, la compulsión de producir y producir y producir, de trabajar denodadamente, como en aquella historia de burro, noria y zanahoria.

Fue el triunfo omnipresente de un delirio constructivo nacido en el nuevo mundo: ¡hagamos el nuevo mundo! Y la filosofía de vivir intensamente el instante presente se convirtió en la filosofía de construir el futuro: sacrifiquémonos para darle un mejor futuro a nuestros hijos, la tierra no es lugar para sueños de jipi o ilusiones de cristianismo primitivo, y mucho menos para una trasnochada utopía comunista. Si escuchas el rugido del mercado sabrás inmediatamente quién manda: el más fuerte, el mejor armado, el más eficaz, el cálculo más frío o el ánimo más despiadado.

Y así llegamos el siglo XXI. Con millones de adolescentes y jóvenes, o menos jóvenes, abducidos por sus teléfonos móviles, por las redes donde circulan todo tipo de bulos, informaciones fragmentarias, manipulaciones intencionadas, pseudo verdades, pasatiempos y juegos, muchos de ellos de brutal violencia; pero al mismo tiempo, un mundo en red donde se abre un horizonte, como nunca antes, de conocimiento y desarrollo, de liberación creativa, de realizar el potencial de individuos y sociedades. Todo esto, cara y cruz, mientras el planeta se calienta, armado, y recalienta térmicamente.

El instante presente, ese momento de máxima intensidad de la consciencia frente a la silla vacía de Perls, cuando el sujeto se enfrenta consigo mismo en búsqueda de una plenitud, que no es militar ni religiosa ni económica sino humana, ha sucumbido bajo el triunfo estruendoso de las redes de satélites de Elon Musk, el nuevo superhéroe de la liberación humana, el próximo semi dios de las comunicaciones, el conquistador del espacio, héroe de adolescentes que navegan en red detrás de su estela, todos en masa hacia un futuro que parece haber perdido el corazón y que no tiene mucho más sentido que una buena butaca frente al ordenador, o una estimulante película para pasar el rato, sin molestar a ningún vecino, por supuesto.

Como decía Shakespeare, ‘algo huele mal en el reino de Dinamarca’. Porque a nadie se le ocurrirá pensar que lo que huele mal está también en su propio patio, el minúsculo reino de nuestro ego.

CERRANDO EL INSTANTE DEL ‘CUERPO APARENTE’

Hemos venido con esta serie de contrapuntos, desde las notas del ‘ego’ y las reflexiones sobre el campo cognitivo’, a estos acordes conceptuales de un ‘cuerpo aparente’, el mínimo instante presente en que decimos ‘este es mi cuerpo’, mientras la enorme ola que nos lleva, ya casi pasa por encima de nosotros, trascendiendo los tiempos de nuestra historia, y continuando, imparable, hacia adelante.

Más allá de esta figura, la de un cuerpo presente enredado en las redes del tiempo que nos toca, buscaremos el fondo extenso de un ‘cuerpo fluido’ y real, mucho más real que una mera cognición, o el exabrupto de un instante fugaz. Pues el ‘cuerpo fluido’ que indagamos, escurridizo y aparentemente abstracto, sigue estando en todo lo que somos, en lo que fuimos, y necesariamente, en lo que seremos. Este último será el tema del próximo post: el ‘cuerpo fluido’, el fondo sobre el que surgió la figura del ‘cuerpo aparente’.

UNA ANÉCDOTA ZEN

Y sobre las apariencias, para terminar hoy, va aquí una anécdota zen del maestro Ikkyú:

“Unos ricos donantes invitaron al Maestro Ikkyú a un banquete. A la hora convenida el maestro llegó vestido con ropas de mendigo. El anfitrión, que no lo reconoció, lo apartó a un lado: -Quítese de aquí por favor, no podemos tenerle en la puerta, esperamos en cualquier momento al famoso maestro Ikkyú. El maestro volvió a su casa, cambió sus ropas por el manto ceremonial y se presentó nuevamente. Fue recibido entonces con muestras de respeto e introducido en la sala del banquete. Allí el maestro se quitó el manto, lo acomodó sobre el cojín que le habían reservado y dijo: -Supongo que has invitado al manto, ya que a mí me echaste hace un momento. Y diciendo esto se marchó”.

Francisco Bontempi

Médico y Psicoterapeuta

EL INSTANTE DEL CUERPO APARENTE