¿CÓMO CONOCEMOS EL CUERPO?

Posted By pfbontempi on Oct 1, 2021


LOS CONTRAPUNTOS DEL CUERPO  II

Ningún dibujo

Puedes dibujar en mi cuerpo con tinta

con sangre, con agua, con fuego

con las líneas del placer

con los surcos del dolor

sin embargo, en el espejo vacío de mi alma

ningún dibujo se ha quedado.

Nada, sino el hueco vacío

del creador.

Benho Poukersi

¿CÓMO CONOCEMOS EL CUERPO?

La inmensa mayoría experimentamos el cuerpo como una herramienta de trabajo para ganarnos la vida, soporte de la cabeza y la actividad intelectual, fuente de cansancio, sopor, sueño e inconsciencia. O experimentamos el cuerpo a la hora, siempre corta, del placer, cuando los sabores se deshacen en las papilas gustativas de ese manjar que nos deleita, o el frescor helado de la bebida en un día de calor, o el placer más directamente corporal, el del sexo, cuando las sensaciones que se licuan en los genitales estallan y se expanden por todo el cuerpo, convertidas en sentimientos y pura presencia.

¿Cómo conocemos lo que conocemos del cuerpo? Conocemos el cuerpo porque ‘lo sentimos’. Lo reconocemos como nuestro por sensaciones, y entre ellas las más profundas: las sensaciones viscerales.

Este sentir es básico, algo que compartimos con todos los animales superiores. El sentir es previo a cualquier conocimiento. Los conocimientos de anatomía, fisiología, química o física, vinieron mucho más tarde, llevábamos un largo tiempo existiendo sin conocer, solo sintiendo. Los conocimientos nos ayudan a desarrollar un mapa más extenso y profundo de nuestro cuerpo, pero ese complejo mapa cognitivo NO es lo que somos, eso configura un cuerpo imaginado y/o pensado, una construcción cultural que quizá se acerca al cuerpo real, o que quizá está muy alejada. Los mapas cognitivos que hemos desarrollado a lo largo de nuestra evolución no siempre han sido exactos, antes bien, cargados de supersticiones y supercherías; en la edad media, por ejemplo, para saber si una mujer era virgen se le suministraba una infusión de hierbas y si orinaba de inmediato era virgen; de no ser así el castigo social estaba garantizado. Las supersticiones corporales modernas no son pocas, comenzando con que bañarse después de comer corta la digestión, o que los antibióticos curan todas las infecciones.

Nuestro ‘sentir el cuerpo’, base de la consciencia corporal, es previa entonces al conocimiento cultural; y también es anterior al ‘cuerpo que vemos y reconocemos en el espejo’. Solo en torno a los dos años el bebé comienza a reconocer su imagen, a poder señalarse mientras dice su nombre. Sin embargo, antes de este hito importante en la maduración cerebral, ya ‘se sentía a sí mismo’ y sabía, aunque sin poder decirlo, que la tripa que le dolía era la suya. Siendo la vista un sentido tan dominante en nosotros, la imagen visual que desarrollamos, de mucho vernos en fotos y espejos, es una adición posterior, un postizo agregado al sentir visceral básico. Definitivamente, el cuerpo que somos va mucho más allá de lo que vemos en el espejo.

Pero no todo es sentir. Si bien el ‘cuerpo que sentimos’ es la base del yo y de todas las cogniciones posteriores, también está sujeto a posibles errores: basta mirar la experiencia de un hipocondriaco quien ‘siente cómo el cuerpo está enfermando’, cuando eso es su imaginación; o al revés, la experiencia del optimista inconsciente, quien no toma en serio su prolongado malestar abdominal.

CENESTESIA Y PROPIOCEPCIÓN

CENESTESIA: La sensación primaria del cuerpo nace en los plexos del sistema nervioso autónomo, redes que inervan generosamente nuestras vísceras internas. Esta es la cenestesia, un auténtico sexto sentido llamada también interiocepción, nos da la sensación subjetiva de ser y sentirnos, sensación radicada profundamente en la visceralidad. Cuando decimos ‘yo me siento bien’ nos estamos refiriendo a una sensación difusa que surge de ese murmullo de fondo, cuando todos nuestros órganos funcionan bien. ‘Me siento mal’ también se refiere a sensaciones difusas en el fondo visceral, afectadas por las fluctuaciones del delicado equilibrio neuroendocrino, mareas en permanente movimiento de hormonas y neurotransmisores. Este conjunto de neuronas viscerales y plexos es un sistema nervioso arcaico que conecta a las vísceras entre sí y con nuestro cerebro más primitivo, regiones cerebrales muy anteriores a las implicadas en el movimiento corporal, la inteligencia y la voluntad, asociadas al sistema músculo-esquelético.

La PROPIOCEPCIÓN es un sistema diferente y más moderno que el cenestésico, por ella percibimos nuestra postura, actitud corporal y movimientos. Los sensores de este séptimo sentido son terminaciones nerviosas presentes en las fibras musculares, tendones y articulaciones; allí se generan las señales que ascienden al cerebro, vía vertebral, para construir el mapa neuronal que se convertirá finalmente en nuestra cognición corporal, nuestro cuerpo, tal como lo experimentamos en nuestro Campo Cognitivo.

Cuando nos damos cuenta de nuestra postura, ‘ahora mismo estoy sentado con los pies cruzados y tecleando el ordenador’, la propiocepción es el sentido activo que activa esta experiencia.  Un pianista, ciclista o futbolista, depende de la propiocepción para ejecutar correctamente su habilidad, para hacer fluir sus movimientos en equilibrio dinámico con su medio: su sistema nervioso central ha de coordinar la información propioceptiva recopilada en sus múltiples sensores, con las órdenes para variadas contracciones o relajaciones musculares.

Cenestesia y Propiocepción se combinan en nosotros para darnos la información corporal básica, esa que nos permite decir ‘yo siento mi cuerpo’, o simplemente: ‘yo me siento’ y ‘estoy en tal actitud y postura’.

Cenestesia y Propiocepción operan al margen de los cinco sentidos que nos relacionan tradicionalmente con el mundo exterior, vista, oído, tacto, gusto y olfato, aunque en último término todos estos sistemas sensoriales funcionan en equipo para decirnos quiénes somos y dónde estamos. Si tomamos ciertas drogas que alteran la electroquímica de la conducción neuronal y desfasan las vías sensoriales experimentaremos un grave trastorno de la imagen corporal, quizá sentiremos que volamos, flotamos, o que el cuerpo se nos rompe y separa en fragmentos, como en esa pintura de Dalí, o quizás desaparecerá la consciencia corporal para experimentar una consciencia agudamente ampliada del mundo exterior, del que entonces percibimos detalles sorprendentes. Estas experiencias de ‘consciencia alterada’ no solo se experimentan con drogas, también el agotamiento corporal, la falta de sueño, la privación sensorial, la híper concentración y el ayuno son situaciones que se han utilizado en muchas culturas como ‘experiencias iniciáticas’, mediante las cuales el sujeto aprende a relativizar su estado de ‘consciencia habitual’, a superar las limitaciones de su autoimagen, a depurar y desarrollar su consciencia corporal.

SISTEMA NERVIOSO AUTÓNOMO Y CENTRALIZADO

La cenestesia y la propiocepción están asociadas a dos momentos diferentes en la evolución de la vida. Cuando nos miramos a nosotros mismos y vemos estas maravillosas estructuras biológicas, capaces de moverse por distintos terrenos y climas, de trepar montañas o de nadar en el mar, de usar como fuente de energía alimentos tan diferentes como el verde de la lechuga, el amarillo del plátano o la roja carne de una presa, capaces de pensar, de hacer complejos mapas de nuestro entorno y de darnos cuenta de nosotros mismos, nos resulta difícil imaginar que somos la evolución de estructuras vivas muy limitadas, de aquella gelatina de células marinas, o de aquella especie de pez primitivo que saltó del mar a tierra firme (aspecto que sigue teniendo el feto humano), o entendernos como la evolución de una pequeña lombriz con un agujero en cada extremo para comer y defecar, o una bolita de células, o una multitud de moléculas entrelazadas, o una portentosa red de átomos y partículas subatómicas. Incluso hijos del bellísimo baile de ondas y flujos energéticos que subyace a todo lo que existe.

Las formas primitivas de vida carecían de cerebro, sin embargo, tenían sensores, moléculas especializadas capaces de reaccionar frente a ciertos estímulos; una célula aislada puede reaccionar a la luz, al calor o la proximidad, por ejemplo. A medida que los seres se iban haciendo más complejos, metazoos multicelulares con órganos específicos, estos sensores o chips moleculares de control, se convertían en neuronas especializadas diseminadas por el organismo, relacionadas entre ellas y controlando las distintas funciones del mismo. En estas etapas primitivas la coordinación era laxa, con un importante nivel de autonomía en los órganos o partes del organismo; así, por ejemplo, se le puede cortar la cabeza a un insecto sin que eso interrumpa sus movimientos y funciones abdominales. Una autonomía celular descentralizada también ocurre en nosotros de modo que las células de la piel y el pelo siguen creciendo en una persona que ya ha muerto. Durante millones de años, las criaturas vivas de nuestro planeta no eran vertebradas ni tenían cerebro, pero sí tenían las células de un sistema nervioso primitivo que coordinaba sus distintas funciones viscerales.

A medida que estas funciones y movimientos del organismo se hacían más variadas y complejas surgió la necesidad de una coordinación general y, tal como dice el refrán, la necesidad crea al órgano: se desarrolló entonces el cerebro y la columna vertebral que distribuía sus nervios motores y sensoriales.

Sin embargo, el sistema de coordinación primitivo con su cenestesia difusa, siguió existiendo, para unificarse finalmente con el moderno sistema cerebro-espinal a través del potente ‘nervio vago’ que corre por fuera de la columna vertebral. Así la cenestesia se coordina con la propiocepción del sistema centralizado para alimentar la moderna consciencia nuclear y el yo primordial, tan anclado a las sensaciones viscerales y a la voluntad músculo-esquelética.

Estos dos momentos evolutivos de la vida coexisten en nuestro cuerpo: el sistema vegetativo y el sistema cerebral. Somos, necesariamente, un resumen del tiempo evolutivo, una síntesis de lo voluntario y lo involuntario; sobre estas dos columnas interconectadas se sostiene la consciencia que llamamos ‘humana’.

EMOCIÓN Y SENTIMIENTO

¿Cómo se transforman las sensaciones en experiencia? La experiencia implica consciencia, y ésta no es algo que se quede en inputs sensoriales, ya sea de interoceptores (cenestesia y propiocepción) o exteroceptores (los cinco sentidos clásicos), tampoco es un producto de la mera actividad cerebral. Hemos dicho que el cuerpo está en continuo movimiento, y el movimiento implica a nuestro entorno, es parte de nosotros, lo necesitamos. Traemos ‘instalado de fábrica’ un conjunto de automatismos genéticamente determinados, una serie de ‘programas de movimiento’ que hemos acumulado en el largo proceso evolutivo de nuestra especie. Estos ‘programas de movimiento del cuerpo’ son ‘las emociones elementales’. El bebé llora, sonríe o tiene una rabieta por instinto, expresa con estos movimientos pre-verbales emociones que son fundamentales para la vinculación que está desarrollando con su entorno biológico y social.

Las emociones son movimientos que, arraigados en los instintos y vinculados radicalmente a las sensaciones viscerales y propioceptivas, responden a dos impulsos fundamentales para la vida: alejamiento y acercamiento. Miedo-confianza, asco-deseo, tristeza-alegría, desprecio-aprecio, sorpresa-serenidad, horror-compasión, angustia-expansión, ira-amor, son algunas de estas polaridades emocionales elementales. Las emociones implican una manera de relacionarse con los otros y el entorno: de simpatía y acercamiento o antipatía y distanciamiento.

Ocurre que las emociones, estando asociadas a las sensaciones corporales básicas, le dan un ‘color’ muy significativo a nuestra consciencia corporal. Cuando decimos ‘me siento triste’, no solo nos referimos a la emoción sino a un estado corporal, a una manera de experimentar el cuerpo, vinculada, por supuesto, a determinados estados neuroendocrinos, a ciertos ritmos corporales, a una serie de ‘contenidos tristes’ en nuestro Campo Cognitivo, y a una manera de moverse en el mundo bien diferente al modo alegre. Así las emociones, para nuestra subjetividad, son inseparables de la propiocepción y la cenestesia; claves también que timonean al río de los contenidos mentales en uno u otro sentido.

Cuando los impulsos o movimientos emocionales, con frecuencia pre-verbales e inconscientes, pasan a la esfera cognitiva y se hacen conscientes se convierten en sentimientos. Según el neurólogo A. Damasio, ya citado, la base de la consciencia del yo, lo que él llama ‘consciencia nuclear’, emerge de esta asociación de cenestesia, propiocepción y emociones/sentimientos, algo que también está presente, en diferentes grados y modalidades, en otras especies animales.

No siempre somos conscientes de nuestras emociones. A veces estamos enfadados, todo el mundo lo puede ver, y nosotros no reconocemos ese estado. O decimos ‘estoy bien, no pasa nada’, cuando es evidente para los demás que mucho nos está pasando. Pues las emociones son fundamentales en la comunicación interpersonal, ‘lenguaje emocional’, decimos, una sutil y complejísima gama de señales corporales con que los cuerpos hablan entre sí.

¿Cómo se transforma este conjunto de señales sensoriales, motrices y emocionales en ‘el cuerpo que reconocemos’? El conocimiento del cuerpo implica el complejo problema de la consciencia. Para ‘experimentar’ al cuerpo la consciencia es el sine qua non.

El problema de ‘cómo la consciencia se genera’ en el cuerpo es la gran cuestión de la moderna neurociencia, cuestión abierta cuya última palabra aún no pertenece a nadie. A pesar de todos los circuitos neuroendocrinos que hemos llegado a conocer, falta comprender cómo los mecanismos que conectan cuerpo, cerebro, campo cognitivo y medio ambiente transforman a esa cuádruple realidad en un campo consciente; cuatro condiciones necesarias de la consciencia, como analizamos en un post anterior,C+C+CC+MA.

Algunos dicen que la consciencia es una infusión divina sobre un cuerpo material, y creen que afirmar tal cosa ya es conocimiento; otros que la consciencia es un producto natural de la actividad cerebral, una propiedad emergente en la complejidad neuronal, y se quedan tan tranquilos, como si hubieran resuelto el misterio. Y también hay otros, entre los que me encuentro, que postulan que la consciencia no es un mérito estricto del cerebro complejo, tampoco el plus de una Realidad divina, sino una función de la Naturaleza, función que en nosotros se manifiesta al ‘modo humano’, pero que puede desenvolverse de incontables maneras.

Es interesante observar cómo la investigación en neurociencias avanza a la par con el amplísimo campo de la inteligencia artificial, dos cuestiones tan relacionadas que parecen apoyarse mutuamente en busca de una solución recíproca. Desde tiempos antiguos hemos querido crear muñecos animados y descubrir en ellos lo que nos hace humanos, y al parecer hacia allá vamos, hoy en día la robótica es una ciencia compleja cuyos objetivos alcanzables son mucho más que ciencia ficción. ¿Comprenderemos nuestra consciencia humana cuando consigamos recrearla en un portentoso androide? ¿Es este el sentido de la frase de Renan, de que “Dios creó al hombre para tener un espejo y poder conocerse a sí mismo?

Por lo que a nosotros toca, más allá de estas teorías o creencias, el hecho es que nuestra experiencia del cuerpo resulta inseparable de la consciencia, tanto que podríamos decir que “experimentar el cuerpo es el acto básico de la consciencia”.

En la consciencia corporal está la raíz de lo que en su momento llamé ‘yo primordial’, sin el cual no hay Je, Moi, ni Yo superior. Sin embargo, nuestra consciencia no siempre enfoca sobre la realidad corporal, antes bien, con frecuencia la desconoce, o la deforma convirtiéndola en una caricatura esquemática, muy alejada de la poderosa realidad que el cuerpo “es”; parece incluso programada para ignorarlo y concentrarse en la imagen mental que genera el ‘Moi’ y su relato de sí mismo, ese yo virtual y subjetivo.

Más allá de nuestros esquemas mentales acerca de lo que somos, sigue estando la portentosa y dinámica realidad del cuerpo. Y, de hecho, este es el desafío: cada uno de nosotros ha de descubrir su realidad corporal. Antes o después, por la salud o la enfermedad, por el placer o el dolor, por la juventud o la vejez, cada uno llegará a ser más o menos consciente de su realidad corporal. Por la ‘experiencia de ser lo que somos’, el cuerpo nos enseña su realidad. Cuando aprendemos a discernir ‘la apariencia corporal’ de lo que es su ‘realidad esencial’, cuando nos damos cuenta que el cuerpo es inseparable del conjunto de la naturaleza, que está fundido con su campo cognitivo, que realmente es uno con el yo y la consciencia de ser, nos estamos acercando al estado que he llamado de ‘integración psicosomática’, característico del ‘Yo superior’.

Pero esta no es nuestra experiencia habitual, es necesario afinar mucho la consciencia corporal, depurar mucho el campo cognitivo, filtrar muchas imágenes e imaginaciones, supersticiones y automatismos corporales, para acercarnos a esa plenitud.

Ya que “Experimentar el cuerpo es el acto básico de la consciencia”, la consciencia corporal es el fundamento de cualquier consciencia posterior: sea la consciencia de nuestro barrio, del sistema solar, o la consciencia de Dios. A partir de estas ideas el tema de un próximo post será la CONSCIENCIA CORPORAL; y cerramos por ahora con un cuento que ‘huele’ a cuerpo.

Y UN CUENTO DEL CUERPO

“Cuando el cuerpo fue creado, todas las partes querían ser el jefe. El cerebro dijo: -Por ser yo quien da las ordenes y controla las diferentes funciones, exijo que me llamen ‘jefe’.

Pero los pies dijeron entonces: -Somos nosotros los que soportamos todo el peso, los que llevamos a todos a todas partes; por lo tanto, la jefatura nos corresponde.

De la misma manera, las distintas partes expresaron su importancia. El corazón, los pulmones, el oído y hasta el mismo culo, reclamaron su derecho a ser el jefe. Y todos, al conocer las pretensiones del culo, se echaron a reír. ¿Cómo se atrevía ese órgano desprestigiado e insignificante a tamaña pretensión? ¿Se le podía llamar órgano acaso?

A raíz de las burlas y herido en sus más íntimos sentimientos, el culo se enculó y decidió bloquear la salida con tres palabras: -No-Cago-Más.

Al poco tiempo y como consecuencia de esa actitud, el cerebro comenzó a trastornarse, había fiebre alta, los ojos estaban hinchados; los pies inflamados y llenos de dolor no soportaban el peso del cuerpo.

El corazón y los pulmones luchaban por sobrevivir, tenían que trabajar acelerados para eliminar algo de las toxinas que les invadían.

Todo era un desastre, hasta que todos juntos imploraron que el culo fuera el jefe.

Enterado de lo resuelto, el culo comenzó a funcionar, ¡qué cagada! a diestra y siniestra, asumiendo así su formidable jefatura”.

El cuento tiene moralejas discutibles acerca del valor de los jefes. Me contaron el chiste y me hizo reír. Los buenos chistes alivian tensiones del cuerpo y del ego. ¿Y por qué aquí esta historia? Quizás nunca descubramos los sutiles contrapuntos de esencia, consciencia y cuerpo sin una buena cagada, ¿quién no la ha hecho?

Y también nos cuenta que: ‘lo más bajo y humilde es fundamental en el equilibrio y la homeostasis del conjunto’.

Francisco Bontempi

Médico y Psicoterapeuta

¿CÓMO CONOCEMOS EL CUERPO?