7 LA UNIFICACIÓN CON LA TOTALIDAD
En el Rigveda, tradición oral India de hace más de cinco mil años, en el mito de Prajapati, el padre de todas las criaturas, se dice: “El UNO respiraba por su propio impulso, al margen de ello no había absolutamente nada”. De esta unidad primordial sacrificada (desmembrada) surgen, no solo los seres humanos, sino el orden cósmico y social, los dioses y otras proyecciones de la mente politeísta. En el Chandogya Upanisad (800 AC), texto clave del pensamiento hindú, cambia el nombre, pero se mantiene la esencia: “Al comienzo no había más que Brahman por lo que solo se conocía a sí mismo”. En ese estado de unidad primordial, la consciencia, no teniendo nada que contemplar, careciendo de objeto, se vuelve sobre sí misma y al hacerlo crea el primer objeto: el “yo”, que es tanto “ego” como “Atman”. En esa tradición Atman se define como: “La consciencia pura que hay entretejida en las funciones vitales, la luz interior del corazón”, y es, por naturaleza, idéntica a Brahman, como lo son la gota de agua y el océano.
En el testamento de Juan, (año cero) Jesús afirma: “Yo y el Padre una cosa somos” S.Juan. Cap10. v.30, replicando la identidad de Atman y Brahman.
2000 años después, Roger Penrose, el matemático asociado de Stephen Hawking, reflexiona en “La nueva Mente del emperador”: “Cualquier punto de vista acerca de la aparición de la consciencia dentro del universo de la realidad física debe abordar, al menos implícitamente, la cuestión de la propia realidad física”. ¿Qué es el Universo y qué es la Consciencia? dos preguntas separadas y una misma cuestión.
EL SER DE LA TOTALIDAD
Aunque escape a nuestra comprensión, tenemos derecho a plantearnos el problema de ‘la totalidad del SER’, expresión que aglutinaría a la suma de seres menores o partes del todo universal. Cuando, en cambio decimos “el ser de la totalidad”, estamos pensando en su unidad, en los principios esenciales que hacen que ese todo sea UNO.
Sea ese ‘uno’ lo que sea, nos incluye. Nos incluye como seres de su ser, como materia y energía de su sustancia, como vida de sus corrientes vitales, y como flujo de consciencia en su Totalidad. ‘Ser’, en este sentido, podría ser sinónimo de ‘Cosmos’, un Todo sometido a sus propias leyes naturales. Sin embargo, nos resulta fantasioso y ‘poco científico’ plantearnos que la ‘Totalidad’ sea ‘un ser’. Nuestra cognición, demasiado condicionada por la antiquísima ‘mentalidad dualista’, sigue muy vigente. En el dualismo la ‘vida’ se opone a la ‘no-vida’ de la materia inerte, pensamiento que nos lleva a plantearnos la gran pregunta de la biología: ¿cómo surge la vida orgánica en una tierra primitiva, ardiente y yerma? Pues tendemos a pensar en el Universo como un enorme mecanismo desprovisto de ‘alma’, carente de vida, de unidad orgánica, algo que nunca podrá ser un ‘ser’, aunque pueda engendrar ‘seres’, una caja mecánica, dónde puede haber vida o no haberla, pero dónde ella misma es no-viva.
Con frecuencia ‘Ser’ se usa como sinónimo de ‘existencia’: yo soy=yo existo; pero, en filosofía, el concepto de ser se refiere a ‘eso’ que hace que los entes sean. Todo lo que existe tiene ‘ser’, está dotado de ‘ser’, es decir ‘es’. La ‘Totalidad que nos incluye’, eso que hemos llamado ‘Cosmos’, es puro ‘Ser’.
Pero, salvo que seamos teístas, nos cuesta hablar del Todo como un SER, y menos como algo vivo. Según nuestra vanidad antropocéntrica, el concepto de ‘ser’ está asociado a un humano, único ser consciente del planeta, presumimos. Tendemos a pensar que todo ‘ser’ nos será similar y confundimos al ser de la totalidad con una proyección del ego individual, imaginando que el ‘Ser Superior que Unifica a Todo lo que Existe’ es alguien/algo muy similar a nosotros.
La realidad es mucho más rara de cómo la tenemos ‘normalizada’. No es cierto que la vida consciente tenga que ser como nosotros, la psicobiología moderna ya asigna consciencia a muchas otras especies, no solo a mamíferos, también a moluscos como el pulpo. La realidad consciente puede ser más sorprendente de lo que pensamos, estamos demasiado enfocados en los contenidos de la consciencia, (lo que pensamos sentimos o vemos), como para darnos cuenta de lo extraña que es la ‘consciencia de la consciencia’, este fenómeno sorprendente que le da sutil consistencia a algo tan abstracto como la vacuidad de nuestro Campo Cognitivo.
Para experimentar la unificación con la ‘Totalidad del Ser’, no hace falta ir a Marte, subir al Tíbet o entrar al Santuario de alguna religión. Pues ya estamos dentro del cuerpo de la Totalidad, nuestro propio cuerpo es sustancia de su sustancia y energía de su energía. Las leyes naturales que operan y hacen operar a nuestro Cuerpo/Campo Cognitivo son las mismas leyes naturales que rigen el Cosmos. Los procesos atómicos básicos en nuestros movimientos moleculares y celulares son los mismos en cualquier lugar del Universo que comparta nuestras constantes físicas. Definitivamente no somos ‘aliens’ (extranjeros) en un universo de ‘aliens’. Somos ciudadanos de pleno derecho en esta Inmensidad que nos cobija y ‘da ser’.
Durante siglos de dualismo introdujimos una primera disociación entre el ‘CUERPO material del universo’ y el ‘SER de todo lo que es’, entre un ‘cuerpo’ y su ‘alma’. Imaginábamos una materia inerte y carente de espíritu (la llamamos ‘creación’), disociada de su ‘ser’, del ‘dios’ que la hiciera pasar de mera posibilidad a categoría de ente dotado de existencia (lo llamamos ‘creador’).
Es el mismo dualismo que nos disoció en un cuerpo despreciado y despreciable y un espíritu sublime. La física moderna ha superado ese dualismo y hoy muchos físicos postulan un Cosmos que contiene su principio generatriz en sí mismo; un concepto más cercano al ‘dios Selva’ de los pigmeos, una realidad material que está viva y dotada de consciencia, que contiene en ‘su ser’ su propio ‘origen’ y esencia. (Esencia: lo que hace que algo sea lo que es.)
Solo que: ese Cosmos no dual que estamos vislumbrando cognitivamente es puro noúmeno, es la Realidad Fundamental que subyace y trasciende a sus apariencias fenoménicas.
Lo que ‘en realidad es’ no es ‘la imagen perceptiva’, eso que se configura en nuestros Campos Cognitivos a partir de inputs sensoriales y actividad neuronal; no es ‘lo que vemos’, como tampoco es el ‘modelo operativo’, la construcción cognitiva que hayamos establecido, ni la ecuación o hipótesis con que pretendamos describir la realidad. Definitivamente: “el Universo real no es nuestra teoría del universo, ni lo que alcanzamos a ver de su Inmensidad”.
Pero, aunque la ‘realidad que es’ no sea un ‘contenido de nuestro campo cognitivo’ y lo trascienda, sin embargo, ES PURO SER, y se expresa (en nuestra cognición) como existencia, fenómeno y consciencia: SIENDO, simplemente, lo que es.
Si ‘lo que es’ está más allá de nuestra percepción sensorial y de nuestras construcciones mentales, ¿cómo podemos acercarnos a la unificación con su realidad? Simplemente siendo lo que somos, pues nosotros mismos somos tan reales como esa Realidad Mayúscula.
UNIFICACIÓN Y CONOCIMIENTO
La consciencia que nos caracteriza busca responder a la doble pregunta de ¿qué es la realidad y qué es la consciencia? La investigación científica en estas cuestiones es un trabajo cooperativo que supera ampliamente las posibilidades del conocimiento individual. Y sin embargo son cuestiones que, de forma espontánea, todo ser humano de alguna manera se plantea y responde. Ese ‘Universo Unitario y Esencial’ lo piensa el científico, lo medita el místico y el iluminado lo experimenta con la sabiduría y humildad de ser lo que es.
En los “Cuatro brazos del conocimiento” exploré las tres modalidades del proceso cognitivo: natural, científico y místico-espiritual. Allí escribí que: “desentrañar el misterio de la existencia, de ‘qué es el mundo’ y ‘qué somos nosotros’ es el camino del conocimiento. Para comprender esta doble realidad no basta con la Reflexión, por muy lúcida que sea, necesitamos también la Meditación, (es decir la contemplación, forma especialmente lúcida de la observación, tanto interna como externa); y nos faltan aún dos brazos importantes para el conocimiento, dos requisitos fundamentales para conocer y conocernos: la Experimentación, algo que surge de la acción, del ser en movimiento, y finalmente la Comunicación, sin la cual el conocimiento es estéril o atrófico”.
Responder a lo que somos nos ha demorado miles de años, y respuesta definitiva aún no hay. En nombre de dioses y valores hemos construido imperios con matanzas horrorosas, generación tras generación hemos acumulado mucho conocimiento, algunas filosofías y varios sistemas de pensamiento. Al principio ya construíamos muñecos, después soldaditos de plomo y tableros de ajedrez; hoy día la inteligencia artificial, como un gran muñeco hecho a nuestra contradictoria imagen, nos da miedo; no sabemos bien si el muñeco nos salvará y definirá lo que somos, o terminará con nosotros.
Gerd Binnig, premio nobel de física en 1986, escribe en “Desde la Nada, sobre la creatividad del universo”: “En nuestro Universo todo está vinculado entre sí. Depende de los ‘partner’ (partes asociadas) implicados en una interacción el resultado de la misma … dos sistemas que interactúan, por ejemplo hombre y universo, solo perciben ‘la interacción’ (el fenómeno), pero no al partner interactivo tal como es, sino en la mezcla resultante del partner (lo observado) y de sí mismo (el observador)”. Es decir, Binnig afirma que en el acto de cognición el conocedor y lo conocido (los partner) son inseparables. Algo similar a lo que afirmaba rotundo el filósofo hindú, Krishnamurti: “Uno es el mundo, no está separado del mundo; el conocedor es lo conocido”.
Pero esta última unificación no es fácil, es imposible alcanzarla sin superar la ilusión perceptiva que generan nuestros sentidos ni relativizar el marco cultural en que está inscrito nuestro pensamiento. La absorbente demanda de nuestros aparatos sensoriales (fundamentales en nuestro movimiento instintivo por sobrevivir), y los contenidos perceptivos que de ellos se generan, nos mantienen distraídos y bombardeados por ráfagas de estímulos e imágenes, anclados en lo que el hinduismo clásico llamaba ‘Maya o mundo ilusorio’. Absortos en el mundo sensorial, modelados por los moldes cognitivos con que hemos sido condicionados, permanecemos entre las cuatro paredes del ego que creemos ser (tanto el ego individual como el ego colectivo de nuestro marco cultural), perdiéndonos la experiencia de una Unidad mucho más amplia que nuestro estrecho ámbito sensorial y cultural.
La pregunta por “lo que somos”, individual y socialmente, sigue siendo fundamental. Cada generación, en el contexto de su civilización, da una respuesta; y con esa autodefinición condicionamos nuestro futuro. No es lo mismo estar identificados con una especie caníbal, (como los morlocks de la “máquina del tiempo” de H.G.Wells), considerarnos competidores implacables en busca de controlar el planeta, o pensar que somos una especie cooperativa y solidaria, por encima de tribalismos culturales o étnicos.
La comunicación fiable es uno de los requisitos del proceso cognitivo, y fundamental para la unificación humana. El ego colectivo contemporáneo, modulado y modelado por nuestros medios de comunicación, se alimenta del conflicto, la desconfianza y la mala fe. La comunicación está fallando dramáticamente, la palabra dada ya no vale, los compromisos y tratados se rompen, bulos y fake news saturan las redes, información tendenciosa y manipulada son una plaga en nuestras mentes, la prevención y el descredito del otro parecen dominar los teatrillos locales y adueñarse del escenario mundial. ¿Qué unificación es posible en clima de tal desconfianza?
Más que nunca necesitamos sabiduría colectiva y humildad suficiente, sin ellas difícilmente habrá paz, y sin paz, rota la humanidad en luchas por la hegemonía mundial, estaremos fracasando como especie. Y es urgente que nos unifiquemos como especie, superando prejuicios y atavismos sectarios Y de máxima urgencia reencarrilar nuestra humanidad en el respeto y unificación con la naturaleza.
RUPTURA Y REUNIFICACIÓN COGNITIVA
Hay diferentes experiencias y situaciones (espontaneas o provocadas), que pueden llevarnos a los estados mentales en que, ‘descolocado’ el marco mental habitual y característico del ego, quedamos expuestos al gran campo de energía que nos incluye. A veces es una situación traumática, una sobrecarga mental o física, una intensa experiencia de amor, una rotura de esquemas mentales que nos deja perplejos; o un estado cercano a la muerte que agota los límites del ego; o un ejercicio iniciático con alguna droga. Cualquiera de estas situaciones puede abrir la puerta a la experiencia de unificación. Entonces ya no nos sentimos separados en un universo roto, perdidos en un mosaico de partes disgregadas; entonces ‘somos eso’, y ya no hay separación real entre eso, lo conocido, y el conocedor que somos. Nos sentimos unidos, fundidos con lo que es, con lo que esencialmente está ocurriendo.
Para experimentar esta unificación es necesario descolocar nuestros esquemas cognitivos habituales, relativizar nuestras percepciones. Nuestros modelos de la realidad están culturalmente condicionados, nuestras sensaciones vienen y van, están allí, pero son meros reflejos distorsionados de la Totalidad Real a la que pertenecemos, que nos envuelve por fuera y nos constituye por dentro.
¿Cómo es posible unificarse a algo que no se puede percibir por los sentidos? ¡Del mismo modo en que estamos unidos a nosotros mismos a través de una sensación/sentimiento pre racional! Experimentamos lo que somos simplemente siendo. La clave está en ‘SENTIR LA VIDA’. Sentir la vida no es verla, ni oírla, ni olerla. Sentir la vida es experimentar la cenestesia arraigada en lo más profundo de nuestra visceralidad, esa de la que arranca la consciencia de ser. Esta es la sensación básica que unifica lo que somos, que sube y se derrama por los ojos para hermanarse con todo lo existente, que se expande y empapa al cerebro mientras se baña en el mundo percibido, que le permite al ser saber de sí mismo y del mundo en que emerge. Es la unificación de la consciencia dual, (el yo que conoce y el mundo conocido), en la unidad de un solo Campo Cognitivo, un campo no dual, que es interno y externo al mismo tiempo.
La clave está en aceptar lo que somos y asumirlo, convertido en experiencia y saber: saber lo que somos, inseparables de la Totalidad del Ser.
La comprensión unificada de Cuerpo, Medio ambiente y Campo Cognitivo, responde a las preguntas del científico y a la búsqueda del místico.
VIDA Y MUERTE
Se ha descrito a la muerte como la gran unificadora, la madre de la democracia, pues ella hace a todos los hombres iguales, se entierren en pirámide de oro o en el polvo del olvido. Con la muerte termina también la ilusión de una existencia separada de la Totalidad. Esto no significa que la totalidad sea polvo, ya dice el refrán bíblico: “Polvo eres y en polvo te convertirás”, una visión más bien gris y oscura del Universo; yo prefiero no ver al Universo como un desierto de polvo, inerte, sin vida; prefiero verlo como un inmenso campo de energía, una Totalidad que me hace exclamar: “Energía soy y en Energía me convertiré”.
La muerte termina con nuestras ilusiones cognitivas, es cierto, pero hay otras formas de terminar con ellas: los caminos del conocimiento buscan esto, terminar con las ilusiones cognitivas y abrirnos a un conocimiento superior e integral.
Para experimentar la unificación con la Totalidad lo que ha de morir no es la VIDA, sino los moldes psicológicos y sociales que nos separan de esa Unidad, moldes cognitivos y estructuras psicológicas que sostienen a un EGO inferior alimentándole su ilusión de individuo separado. Esto es lo que en el fondo buscan los diferentes caminos de “Crecimiento personal”, “Desarrollo del ego superior”, “Maduración cognitiva”, o “Integración Psicosomática”, entre muchísimas otras vías hacia este mismo fin.
Como seres conscientes, desde tiempos inmemoriales, tomamos consciencia de la muerte y buscamos darle un cierto sentido. Aunque no sea de forma explícita cada uno realiza este proceso de construcción de sentido.
Entendiendo la muerte como ‘cierre de un ciclo’, el conocimiento que busca nuestro ‘instinto gnósico’ es el conocimiento de la muerte o cómo rehuirla. Podríamos decir que la muerte es, no solo el fin de las ilusiones del ego, sino una posible liberación y transformación de la energía esencial confinada en un molde caduco.
Nuestro instinto gnósico busca la vida, y ha comprendido que la vida se sostiene mejor con un mejor conocimiento de sí misma, de lo que somos y de lo que es, de nosotros mismos como sujetos conocedores, y del universo al que pertenecemos como misterio a ser descifrado y conocido.
Es este instinto inteligente y vital el que nos impulsa doblemente; como científicos: a cuestionar esquemas teóricos y a desechar viejas creencias erróneas; como místicos: a la humildad, a despojarnos del marco egótico, a abrirnos a la Inmensidad del Ser. Para ambos, místico y científico, hay una especie de muerte previa a la muerte del organismo: la muerte del ego, ‘muerte psicológica’ y disolución de los moldes cognitivos, todo eso que nos mantuvo anclados a la ignorancia y separados de aquello que percibíamos como No-Yo; muerte de la ilusión de vivir separados del inmenso campo de la Totalidad, del Origen sin origen de todo lo que se genera en su seno, de la Unidad absoluta que no tiene ‘afuera’ pues a todo incluye, ni polaridad opuesta pues es pura unidad, separados de la Unidad Absoluta que algunos llamaron “Dios” y otros simplemente “Realidad”, inseparable, en cualquier caso, de nuestra ínfima pequeñez.
Y este es el camino de LAS SIETE UNIFICACIONES que estoy explorando, camino que pide reflexión y meditación. Y no es un invento mío, simplemente recojo el testigo de muchos otros quienes, al igual que yo, buscaron y experimentaron la unificación con la Totalidad mientras aún estaban vivos.
LA MUÑECA DE SAL
Y para terminar estos apuntes va aquí un precioso y mínimo cuento que, si bien desconozco su autor, me llegó por la mano y el corazón de un amigo que investiga en el moderno misticismo sufí:
“Una muñeca de sal recorrió miles de kilómetros de tierra firme, hasta que, por fin, llegó al mar. Quedó fascinada por aquella móvil y extraña masa, totalmente distinta de cuanto había visto hasta entonces.
—¿Quién eres tú? —le preguntó al mar la muñeca de sal.
Con una sonrisa, el mar le respondió:
—Entra y compruébalo tú misma.
Y la muñeca se metió en el mar. Pero, a medida que se adentraba, iba disolviéndose, hasta que apenas quedó nada de ella. Antes de que se disolviera el último pedazo, la muñeca exclamó asombrada: —¡Ahora ya sé quién soy!”
Francisco Bontempi
Médico y psicoterapeuta
LAS SIETE UNFICACIONES -VI- LO GRANDE Y LO PEQUEÑO